martes, 24 de julio de 2007

Sandra y Damián pt IV

IV
- Hola, don Nico.
- Hola Fernando.
El Perro deslizó su agresivo perfil en aquella habitación de la vecindad. Encontró un cuarto abarrotado de cuadros pintados con óleo. Paisajes, retratos y figuras abstractas encontraban su sitio en medio de aquel desorden. El propietario del cuartito era don Nicolás, el viejito loco de la vecindad, velador de la bodega de aluminio. Veterano de la guerra cristera, había trabado amistad con el Perro, cuando ambos se encontraron en una clase de pintura al óleo en el Centro. Fernando (el Perro) había dejado la pintura. “Nunca me atrajo mucho” decía. Aquel viejito loco era una de las pocas personas con las que sentía que podía sostener una buena conversación, pues el hombre, además de creerse pintor, acostumbraba pasar su tiempo entre libros de filosofía, historia, poesía.
- ¿Y esa sorpresa, Fernando?
- Ya ve, don Nico, nos mudamos a otro lado dentro de poco y pues quería venir a despedirme.
- ¿A despedirte? ¡Por Dios! Puedes venir a visitarme cuando quieras. Pero, la verdad si me entristece que no vengas tan seguido como antes.
- Si lo sé, los problemas en mi casa están gruesos… ya sabe, mi hermana…
- ¡Ay, Marianita! Bueno, no todos salen tan tranquilos. Acuérdate de cuando casi te meten al bote, tú tampoco cantabas mal las rancheras. Pero bueno…
- ¿Y ese cuadro?
El Perro señalaba hacia una pintura donde aparecían dos figuras, una masculina y otra femenina, abrazados. El trazo era confuso y el óleo tenía una consistencia muy cremosa. Era como si la escena estuviera pintada con sangre coagulada. Eran solamente las dos figuras sobre un fondo que parecía un remolino, donde se confundían colores como turquesa o naranja.
- ¿Ese? Pues lo pinté hace poco. Es que un día vi a un par de muchachitos en la calle abrazados. Hacían bonita pareja, pero estaban llorando. Cuando llegué a la casa al día siguiente, me puse a trabajar y mira, ahí está el resultado.
- Está muy chido, ¿cómo lo va a titular?
- Aún no tengo un nombre para él. Pero pronto lo voy a vender. Fíjate que un señor me dijo que podía instalarme en uno de esos jardines del arte donde pueda vender mis pinturas. ¿Estaría bien no?
El Perro lo miraba admirado.
- ¿Qué te pasa, Fernando?
- Es que… su cuadro me hizo acordarme de un amigo que tengo que se acaba de mudar y pues, cuando me dijo que había visto a una parejita llorando me acordé de lo mucho que sufrió con su última novia. Ella se sintió mucho de que se haya ido.
- ¡Ah, el cariño de los jóvenes! Si esas separaciones duelen mucho. Por eso se me ocurrió pintar esto. Ese dolor es universal ¿no crees?
- Si, tal vez. ¿Qué podría decirle a él si una vez me lo encuentro? Debe estar deshecho.
- No lo sé, Fernando. ¡Pero mira qué hora es! Ya me debo ir al trabajo.
Don Nicolás se levantó de su silla pesadamente y tomó su sombrero y su chamarra. El Perro se levantó también y juntos salieron de la vecindad. Don Nicolás cerró con llave.
- Bueno, Fernando, pues mucha suerte, espero que sea mejor el lugar a donde se mudan. Espero que me visites ¿eh?
- Si, como no, don.
Don Nicolás se alejó con su paso lento, tranquilo y pausado. Pero algo lo hizo regresarse.
- ¿Quieres un consejo para tu amigo, Fernando? Dile que se mire en el espejo.
El Perro quedó consternado ante esta respuesta. Solo acertó a ver la extraña figura de don Nicolás alejarse de la vecindad.

En el pequeño departamento del Perro había agitación. Era un constante mover aquí y allá. Que si dejábamos la lavadora, que si dejábamos la estufa. Que si dejábamos los discos de Mariana.
- Yo quiero un cuarto aparte, ya no pienso compartirlo.
- Si, hija, ya te oí.
- Y espero poder usar el teléfono más seguido y que la gente que me hable no tenga que escuchar más la voz de mi hermano…
Su madre la miró de reojo.
- ¿Por qué lo dices?
- Pues que hay gente que quiero que sólo me hable a mí.
- ¿Cómo Damián?
Mariana bajó la mirada. Su madre se acercó y la tomó del rostro con suavidad.
- ¿Aún no lo olvidas, hija?
- No quiero hablar de eso, mamá.
- Está bien. A mí me caía bien ese niño. Desde que te interesaste en él, ya no andabas de un lado para otro cada ocho días tomando. Creo que te hizo bien. Pero en fin, ya no está más.
Mariana decidió no hacer caso de lo que su madre dijo y continuó empacando algunas cosas. Poco después se llevaron algunos muebles a la nueva casa donde habrían de vivir. Pero lo más curioso resultó en que ni siquiera cambiaron de colonia. El Perro se lo preguntaba una y otra vez. Probablemente el cambio le haría bien a él y a su hermana. Él había dejado una huella profunda en los dos, pero ya no estaba más. Cuando él y su madre finalmente se trasladaron a su nueva residencia, el Perro no pudo evitar una expresión de asombro, pues no había visto la casa antes.
- ¿Qué pasa, hijo?
- ¿Cómo es que decidieron cambiarse aquí, mamá?
- Pues pensamos que era hora de salir de ese edificio. Ya sabes, cuando nos llegó ese dinerito, pues fue lo primero que decidimos hacer.
- Pero ¿por qué aquí?
- Ay! Tu padre no quiso salir de la colonia y cuando nos enteramos de que esta casa se había desocupado, pues no vi ningún inconveniente. Además es mejor que el departamentito ese ¿no crees? Tu abuela siempre me dijo que no saldría de la colonia donde vivíamos y ya ves, acabé casada con tu padre y viviendo en estos rumbos; creo que les tomé afecto.
La señora acabó su justificación así y entró en su nuevo hogar.
- ¡Ah! Antes de que se me olvide, recoge a Mariana de la escuela, no se vaya ir a la unidad.
El Perro asintió un poco distraído y se dirigió a la escuela de Mariana.

-¡¿Qué?!
- Como lo oyes, vivimos en la casa de Damián.
Mariana no podía creer que su hermano fuera por ella a la escuela, pero había pasado por alto que se habían mudado y probablemente se dirigiría a la unidad habitacional donde solía vivir si su hermano no la hubiera buscado a la salida de la escuela. Pero lo que no acababa de sorprenderla era el hecho de ahora vivía en el mismo lugar donde solía habitar la persona que más había querido. Era algo de desconcertante.
- ¿Qué pasa, Mariana?
Ella se quedó en silencio y volteó a un lado.
- Espero que no te molestes… Yo estaba enamorada de Damián y bueno… creo que lo presioné tanto que llegó a creer que él también me quería igual y después… creo que se dio cuenta de que no era así y…
El Perro escuchaba atónito lo que su hermana le confesaba.
- ¿Por qué no me lo habías dicho?
- ¡Porque no soportas que tenga novio, parece que me quieres tener siempre en la casa, encerrada!
- ¡Pues mira lo que hacías todos los viernes! Nada más ibas a embriagarte…
- Para olvidarme de que tengo un pinche hermano que se la pasa metiéndose en mi vida…
- Pero ¿a qué costo?, eh? ¿ya te olvidaste de tu aborto?
Mariana miró con desprecio a su hermano. Los gritos de ambos habían llamado la atención del resto de los muchachos que estaban en aquel lugar, pero no se atrevían a acercarse, pues conocían bien al Perro. Mariana comenzó a sollozar.
- Pero desde que me enamoré de Damián y después de aquel día en el billar, ya no pensaba en otra cosa, dejé de tomar… Entiende que nunca creí que aunque yo dejara de hacer esas cosas, tú dejarías de molestarme… aprendí mi lección, ese aborto fue una experiencia horrible… entiéndeme, por favor.
El Perro conocía bien a su hermana; sabía cuando mentía. Y en ese momento estaba diciendo la verdad.
- Creo que he sido injusto contigo, Mariana.
Ella, que había mantenido su mirada al suelo, levantó el rostro, mirado a su hermano a los ojos.
- Sí, lo reconozco y la verdad… Damián era mi carnal casi casi, tal vez nunca me hubiera opuesto si me hubieras dicho. Me imagino que de cualquier manera él tampoco me hubiera dicho nada. Creo que ya eres lo suficientemente madura para tomar tus decisiones y no me corresponde decirte con quién debes andar.
El tono del Perro se había suavizado bastante.
- Espero que me puedas perdonar…
Mariana miró a su hermano y lo abrazó.
- Claro que te perdono. Espero que no nos vuelva a pasar esto. Disculpa que haya estado tan alterada, es que… que vivamos en la casa donde vivía Damián me desconcertó mucho.
- Vámonos ya.
- Disculpa si lloro…
Mariana se soltó en llanto y el Perro la abrazó. Momentos después ambos abordaban un taxi y se dirigían a su nueva casa. En el preciso instante en que el taxi arrancaba, de la escuela salió ella y miró a Mariana detrás de la ventanilla, con los ojos cansados de tanto llorar. Mariana también la miró a ella; quiso bajar a hablarle. Le debía una disculpa.

Probablemente ella me extrañe menos que yo a ella. Una piedra salió de su mano para golpear la superficie del lago. Miró a su lado para mirar a su acompañante. Se supone que es mi novia, pero… El paseo por Chapultepec no acababa de convencerlo. Miró el resto del lago. Algunas barcas hacia la orilla, algunas personas caminando por aquí y por allá, algunos patos en lo más alejado. El sueño comenzó a ganarle y empezaba a pestañear. Se incorporó un poco para ver su reflejo en el agua. ¡¿Qué pasa?!

Al salir de la escuela, ella debía ir a recoger un encargo de su padre, por lo que se puso en marcha, porque esperaba llegar a dormirse a su casa. Había sido una semana de locos. Una fiesta el martes, un trabajo en equipo el lunes, cena con los tíos el jueves. Ahora sólo quiero acostarme y dormir. Me la estoy pasando muy bien y sin pensar un solo momento en… No, no Sandra, ni siquiera menciones su nombre, ya quedó atrás. Prefirió recordar cosas buenas que le había pasado en esa semana, lo que hacía que caminara de manera despreocupada e incluso, distraída. Se encontró con algunas personas, las saludó efusivamente; amigos y amigas la notaron más alegre, más disponible, más feliz.
- Parece que te hizo bien que Damián se fuera ¿no? –era una cuestión que sus amistades le planteaban cada vez que se encontraban con ella; era una cuestión que ella evadía hábilmente hablando de otra cosa.

Es increíble la forma en que ha cambiado mi vida desde que se fue. Parece que no lo extraño, pero aún tengo el sabor de su boca en la mía; no lo sé, pero creo que poco a poco lo estoy superando, es grandioso. La tarde se antojaba deliciosa para pasear cerca de un lago. ¿Por qué no?

- Pero Damián, ¿Qué te hice?
- No, tú no hiciste nada, soy yo; yo tengo este problema y no puedo seguir así, no voy a dejar que tú también cargues con él.
- Pero puedo apoyarte… no me dejes, Damián, yo te quiero demasiado…
No era justo que esa tarde maravillosa terminara de esa manera. Esa maldita imagen, esa maldita imagen. Él no concebía la tranquilidad en ese momento y era mejor dejar a Itzel, no era justo para ella verlo así de esa manera.
- No puedo ocultarlo más… Aún recuerdo a Sandra… no puedo sacarla de mi cabeza.
La infeliz Itzel no pudo escuchar más y se alejó llorando de ahí. Él, paralizado por la reacción de su ahora ex novia, no acertó a saber qué hacer. Ella estaba ahí, lejos de su vista, viéndolo asimismo, escuchando la discusión, sorprendida. ¿Es verdad, Damián? ¿Es que aún sientes algo? Quiso acercarse a él, decirle que estaba ahí, para que volvieran a ser ellos, solamente ellos. Pero por alguna extraña razón, no era eso lo que ella realmente quería.

Era algo extraño. Parecía un espejo muy bonito, pero al acercarse a él, Mariana podía sentir algo más; un ambiente pesado, una esencia que la llamaba. Súbitamente, pensó en ella, sintió que debía ir a verla y no guardárselo más. Debía hacerlo. Tomó el teléfono y marcó su número.
- Si ¿bueno?
- ¿Se encuentra Sandra?
- Soy yo.
- Ah! Este… mira soy…
- Sé quien eres, reconozco tu voz ¿Qué quieres, Mariana? ¿No te bastó con lo que me hiciste? ¿Todavía tienes el descaro de hablarme?
- Sólo escúchame, por favor, sé que no merezco siquiera mirarte, pero necesito que me escuches…
- ¿A ti? Pinche zorra… no tienes madre… primero David y después Damián ¿Qué? ¿Quieres hacerte mi amiga otra vez para bajarme a los novios? ¿O qué?
- No, Sandra, no entiendes.
- Entiendo lo suficiente, creí que eras mi amiga, siempre te soporté todos tus caprichos. Siempre te defendí de lo que decía mi mamá de ti… Ahora sé que me equivoqué conmigo. ¡Nunca debí conocerte!
- Sandra, yo solo quiero que hablemos…
- ¡Cállate! ¡¿Qué chingados no entiendes?! ¡Tú y yo no tenemos nada de que hablar!
Hubo un súbito silencio. Mariana creyó que ella colgaría el teléfono, pero alcanzó a escuchar algunos sollozos. Supo que era su momento. La conocía bien.
- Sandra, sé que no tengo el derecho a que me perdones. Lo sé, pero aún así, quiero pedirte una disculpa porque Damián significó tanto para mí que no podía soportar la idea de que él sufriera por lo que más quiere: por ti.
- Buen momento para decirlo.
- Hay algo más que me motiva a hacerlo porque sé que no podría darte la cara, de lo avergonzada que estoy.
¿Es cierto? ¿No me mientes, Mariana? Te vi llorar y sé que estás arrepentida, pero primero debo tragarme mi orgullo.
- Sandra, estoy viviendo en la casa donde vivía Damián.
¿Qué dices?
- …y he visto cosas raras en lo que solía ser su cuarto. Creo que es algo que les concierne a los dos. Sandra, me he dado cuenta de que Damián y tú deben estar juntos; es lo mejor par él por lo mucho que lo quiero y tú, porque no quiero que la única amiga verdadera que he tenido conserve ese rencor hacia mí; también quiero que sea feliz.
Creo que sé de qué hablas, Mariana.
- Bueno, Mariana… yo… creo que puedo perdonarte, pero debes entender que nunca te veré de la misma forma. Nunca voy a olvidarme de lo que me hiciste.
- Estás en todo tu derecho. No te culpo, lo admito, no me comporté muy bien.
Por el teléfono, Mariana podía adivinar que ella estaba mejor, que podría ser feliz. Y escuchó su llanto.
- ¿Sandra? ¿Estás bien?
- Me alegra haberte perdonado. Gracias, Mariana, solo debía sacarme esto de adentro. Ahora estoy más tranquila. Ahora deja que las cosas pasen. Adiós.
- Pero Sandra, el espejo de Damián…
Se escuchó un tono. Había colgado.

“Y sólo somos nosotros. El mundo no importa, la distancia no importa, el tiempo puede pasar, solo pensamos en estar juntos. No somos tú y yo, somos nosotros. Y eso es lo único que importa”. Mariana se miraba el espejo sosteniendo frente a sí la hoja que contenía estas palabras, escritas para ser leídas reflejándolas en el espejo. Mariana cerró los ojos y trató de comprender. Esa era la letra de él; la hoja había sido encontrada debajo del espejo. Había algo que debía hacer. Y durmió profundamente. Y Mariana durmió.

Siento que estoy cerca de ella. Puedo sentirlo. Manejaba el auto furiosamente. Quería llegar a su casa. Y ella saldría a recibirlo. No podía equivocarse de nuevo. Eso nunca debió terminar. No, nunca.

Mariana se despertó de inmediato. Había algo en ese cuarto. Podía sentir que el espejo la llamaba. Fue hacia él.

Se estacionó y salió rápidamente del carro. Corrió a la puerta. Se detuvo antes de tocar; contempló el cielo de la tarde y recordó como esos rayos jugaban con sus cabellos color bronce. Una sonrisa. Tocó a la puerta. Esperó. La puerta se abrió y el umbral lo dejó verla. Ambos se miraron, como si no se conocieron; como si se enamoraran de nuevo.

Mariana contemplaba el espejo. Sabía que si bajaba las escaleras, no encontraría a nadie. Que si se asomaba por la ventana, no hallaría persona alguna en la calle. Que si prendía radio o televisión, no escucharía ni vería nada. Nada. Solo el espejo y ella. Tocaron a la puerta del cuarto.

Ninguno de los dos pudo contenerse. Soltaron lágrimas. Se acercaron y se abrazaron. Era un momento distinto a todos los demás. Sus rostros se volvieron a fundir en un beso. No hubo palabras

La puerta se abrió y dejó entrar a dos figuras vestidas de blanco. Eran él y ella, tomados de la mano. Se acercaron a Mariana. Él se miró al espejo. Ella también. Y ahí estaban. Como dos parejas mirándose frente a frente. Dos voces se escucharon. Eran las de ellos.
- Y ahora sólo somos nosotros.
Mariana miraba espantada. Eran los reflejos en el espejo los que habían hablado.
- Éramos nosotros. Siempre fuimos nosotros. Desde el principio. Solamente quisimos que se encontraran. La pulsera verde, la puerta, los labios. Todo era parte del mensaje. No podían separarse.
De pronto, él tomó la palabra y le contestó al espejo.
- ¿No podíamos? Lo hicimos, porque, aunque duela debíamos hacerlo, nunca hubiéramos sido felices juntos.
Ella se adelantó y también le habló al espejo.
- Con esas señales sólo consiguieron asustarnos. Nosotros ya habíamos tomado una decisión…
El espejo contestó.
- ¡Pero nos amamos! ¡Y debemos estar juntos! No hay otra manera. ¡Nosotros dependemos de ustedes! ¡Y ustedes van a estar juntos, quieran o no!
Fue una contestación enérgica. Pero él no se dejó intimidar.
- Lo que más me duele es que ahora veo que todo esto nunca fueron mis sentimientos, nunca fue mi decisión. Llegué a amarla, pero porque algo me obligó. No me arrepiento de haberme dado cuenta. Tú, en el espejo, sólo eres la mitad que quiere hacer lo que yo no quiero hacer. ¡Tú eres yo! ¡Y yo ya decidí que no estaremos juntos!
Ella se adelantó una vez más.
- Y nuestros sentimientos, ¡sólo un vil instrumento del destino! ¿Amor? ¿Creen que ahora que hemos descubierto esto, vamos a creer en el amor? ¡El espejo nos habla! ¡Es solo un maldito reflejo! ¡Un reflejo de nuestra cobardía! ¡Nadie nos enseñó a amar! ¡Nadie nos dijo qué era lo valioso, lo hermoso, lo importante! Vivimos a la deriva, ¡Sólo para sufrir, para que nos digan que no podemos amar, porque somos jóvenes! ¡Sólo para que nos hablen de obsesión! Todo el mundo solo nos ha demostrado una cosa…
Tomó un frasco de vidrio que estaba encima de la cama y lo tiró al espejo. Ahora sólo había pedazos. Ella se soltó a llorar y se puso de rodillas. Él se agachó e intentó consolarla. Mariana miraba sorprendida. No acertaba a decir cosa alguna. Ella, en medio de la desesperación y el llanto, sólo gritaba.
- ¡¡No existe el amor!! ¡¡No existe!! ¡¡Solo nos han mostrado que no existe!!
Mariana no pudo soportar aquella mirada que él le dirigió, una mirada que le exigía que se marchara. Mariana salió de aquella habitación precipitadamente y tropezó quedando inconsciente. Y ahora solo somos nosotros, para amar y para sufrir.

Despertó. El Perro estaba ahí. Con una mirada de tristeza.
- ¿Qué pasa, Fernando?
- Damián y Sandra…
- ¿Qué, que pasó con ellos?
- Hubo un accidente, mientras iban en el coche de Damián… ambos…
Mariana no quiso escuchar más. Sólo abrazó a su hermano.

Pasaron tres meses. Era una tarde espléndida. Fernando recorría el jardín de arte viendo las pinturas. Pero en realidad buscaba a don Nicolás. Había recorrido ya bastante y solo quedaban algunos por ver. De pronto, su rostro se iluminó al ver un cuadro.
- ¿Qué te parece el título?
- Muy apropiado.
- No lo sé, pero cuando me enteré de la muerte de esos muchachitos, algo me dijo que ese cuadro debía llevar sus nombres.
- ¿La inexistencia del amor? ¿Por qué ese subtítulo?
- Es una idea que no puedo explicarte. Pero hay algo que sí te puedo decir. Esos amantes del cuadro quieren estar solos, por eso no la voy a vender.
- ¿Entonces por qué la tiene aquí?
- Para que vean el mundo como ellos lo quieren ver. Sin intervenir entre ellos. Para que la gente vea como el amor no existe, que deben inventarlo. Y estos amantes, créeme, inventaron su propio amor. Por eso este cuadro es tan especial.
- ¿Cómo puede decir estas cosas, don?
- Me vi al espejo hoy en la mañana.

Fernando sonrió. Ahí estaban. Ya no eran él y ella, ni siquiera eran ellos. Eran Sandra y Damián. Y nada más.




Ahí lo tienen. Ya recibí una crítica moderadamente fuerte acerca de los defectos que tiene. Agradecería otra.

SALUDOS DESDE EL LIMBO


H.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No mams!!! La neta ahora q lo volvi a leer... wow!!! neta me encanto la primera vez y ps como q uno se identifica con ese sentimiento extraño q no sabria como nombrar... pro bueno, felicidades por tu blog sta muy chingon, tan sikiera sabs q tiene un "fans" jajajajaja. Un abrazo man!!!