sábado, 7 de julio de 2007

Sandra y Damián, parte II

Ahi les va:

II

Pasaron dos semanas. Era viernes. Viernes de farra, si al menos estuviera Sandra aquí… El grupo de amigos había aumentado considerablemente de miembros. Él, como siempre, desconfiaba de quienes, creía, nada más se les habían pegado porque irían al Pooly’s Cave y esa era su oportunidad para emborracharse. De esa bola de gente solo había dos o tres con quienes se sentía realmente entre amigos. ¿El resto? Una bola de interesados. Dentro del billar, como se supondrá, fueron pocos los que jugaron; los demás pidieron cartones y cubetas de cerveza. Parecía que el dinero no se les acababa.
- ¡Para chupar, yo siempre coopero! –decía uno
Él prefirió jugar billar.
- ¡Háblale al Damián! ¡Que se venga pa’cá!
Se sentó entre aquella gente desagradable con una botella de cerveza entre las manos.
- ¿Fumas?
Él negó con la cabeza y quien le ofrecía el cigarro se hizo para atrás. Aquel grupo que le rodeaba estaba compuesto por hombres y mujeres… chicos y chicas. La gran mayoría de ellos con un cigarro en la boca; ellas con una perforación en la lengua o el ombligo, ellos, en la ceja. A Él le resultaba divertido contar la cantidad de agujeros de cada una de las perforaciones en los cuerpos de cada uno de aquellos y aquellas que le rodeaban. Recordaba que él mismo se había perforado una oreja; un recuerdo doloroso. No lo volvería a hacer. Parecía que aquel agujero había cicatrizado ya. Todos le miraban con una mirada que relejaba una mezcla de sentimientos que incluía compasión, burla, curiosidad. No supo que pensar.
- A ver, a ver, por ahí dicen, Damián, que eres aquí el único que no le ha puesto con alguien verdad
- Pues…. Si
- Tu última novia era Alejandra no?
- Si, creo que si.
- ¿A poco nunca le pusiste con ella?
- No; lo recordaría.
Una carcajada general. Una voz se dejó escuchar, burlona, a lo lejos.
- ¿Cómo creen?, si yo me la cogí primero…
Otra carcajada general. Alguien más tomó la palabra.
- Mira, Damián, creo que es una pendejada que a tus dieciséis años todavía seas virgen
- Sí, no seas joto…
Él parecía haberse ofendido por este comentario. El chavo que le había hablado primero, volvió a tomar la palabra.
- No puede ser, pero vamos a ponerle remedio. Te vamos a conseguir vieja y para que veas que aquí somos banda, te vamos a conseguir una facilota. A ver, mi Nacho, de tus amigas, cual le queda aquí al Damián.
- Pues aquí abajo está mi carro y si quieren, le hablo a la Mariana, que afloja bien fácil. Mira, ahorita, que está peda. Nada más le decimos y si coge con el wey este en el carro y les echamos aguas.
- ¿Cómo ves, Damián?
Él se quedó sin saber que decir. La insistencia era feroz. Una chica, en tono de burla, dijo:
- Y luego voy yo ¿va?
- Órale, anímate, al fin que esa vieja es bien caliente y cuando está peda, te afloja todo
- Ya no hay que preguntarle ¡Háblenle a Mariana!
El grupo entero lo acordó en un consenso y uno de ellos llamó a la tal Mariana. Al llamado acudió una muchacha completamente ebria de cerveza, caminando con la ayuda de una de sus amigas. Una chava del grupo que lo rodeaba a él, le dijo:
- Mira, Mariana, aquí tengo un amigo que te quiero presentar. Se llama Damián.
Él se incorporó en su asiento y dejó la cerveza de lado. Se puso de pie y se dispuso a abandonar el lugar.
- Ya me voy… ¿Cómo creen que voy a hacer eso?
Un chavo le obstruyó el paso. Varios hicieron lo mismo.
- No sea marica ¡Mariana, dice que le gustas!
La ebria Mariana se le quedó viendo a él. Y le sonrió.
- ¿De veras? –le dijo
Dejó la cerveza en manos de una de sus amigas y lo empujó hacia el asiento. Abriéndose de piernas se sentó en las de él y acercó su boca a la de él, besándolo. El olor a cigarro y alcohol pasaba de una boca a otra. Y era desagradable.
- ¿Qué más quieres, pinche Damián? –gritó alguien.
Cuando Mariana terminó con aquel salvaje beso, se levantó y se puso de nalgas hacia él.
- ¡Baílale, Mariana! –gritó alguien
Mariana comenzó a mover la cadera provocadoramente, ante el clamor general. Se volteó y se sentó en las piernas de él nuevamente. Él sentía que el corazón le latía muy rápidamente; pero era una sensación muy diferente a la que sentía al mirar, abrazar o besarla a ella. Mariana comenzó entonces a desabrochar su blusa, mientras ponía las manos de él en sus nalgas. Una vez descubierto su brassiere, Mariana apretó su rostro contra sus senos. Pero su piel no es como la de Sandra, no se que hago aquí, hace mucho que debía haberme ido. El entusiasmo general se esfumó cuando él, sin previo aviso, empujó a Mariana y se levantó del asiento. Alguien de entre el grupo reclamó.
- ¡No seas pendejo! ¡Si está bien buena! ¡¿Qué haces pendejo?!
Mariana, excitada sobremanera, cayó de espaldas riéndose y cuando lo vio a él de pie, se acercó de rodillas y comenzó a desabrochar los botones de su pantalón. Él la hizo a un lado con la mano. Estaba furioso.
- No puedo entender las pendejadas que son capaces de hacer para burlarse de alguien. Lo que yo haya hecho o haya dejado de hacer con Alejandra es solo asunto mío. Y no me importa ser virgen. Eso no me hace menos que nadie aquí. Yo vengo aquí a jugar, no a hacer estupideces ni a ser el objeto de burla de una bola de pendejos como ustedes.
- Muy chingón no, wey?
- Usa más vocabulario, pinche retrasado.
- Retrasada tu puta madre ¿Cómo la ves?
Un grupo lo rodeó a él y otro, el que le había obligado a sentarse con Mariana, estaba frente a ellos. Desde ahí no parecían tantos; eran seis a lo mucho, sin contar a las mujeres.
- ¿Qué pasó, Damián? ¿Te están molestando estos pendejos, carnal?
Él sonrió al escuchar esa voz. La reconoció. Provenía de un muchacho de tal vez unos veinticinco años, rapado, vestido con chamarra de cuero.
- No, nada, gracias, Perro. Pero mira a tu hermana, lo que quería hacer.
El tal Perro miró a Mariana en el piso con una botella de cerveza en las manos, con la blusa abierta y riéndose. La tomó violentamente de la mano derecha.
- ¿Eras tú la del desmadrito ése?¡Mira nada más! ¿Para esto quieres salir? ¡Pareces puta!
Volteó su feroz rostro hacia el grupo que lo había molestado a él.
- Donde sepa que Mariana se vuelve a enpedar por su culpa y anda por ahí haciendo estas cosas, no se la van a acabar, culeros. Me los madreo uno por uno.
Todos se quedaron sin poder pronunciar una palabra. Conocían al Perro. Era mejor no meterse con su hermana Mariana, ni con él, ni con su banda. Aunque ya lo habían hecho. Se sintió la tensión hasta que finalmente el Perro salió junto con él y Mariana, casi arrastrándola. Él sentía que había hecho el ridículo más grande de su vida y sin embargo, estaba orgulloso de sí mismo. Sólo desearía estar con Sandra; es todo lo que quiero.

Ella se despertó algo sorprendida; desde su cuarto veía como llegaban las visitas. Y no eran visitas cualquiera: se trataba de su tía Natalia y su primo Oscar. Si tenía planes, era necesario ignorarlos; la familia era primero. Sobre todo por Oscar. Hace ya mucho que no lo veo y seguro me va a preguntar si… pero tampoco he visto a Damián y no le he dicho… Al vestirse se sobresaltó al escuchar a alguien tocando a su puerta.
- ¿Sandra?
- ¡Oscar! ¡Espérame, me estoy vistiendo! ¡Ahorita te abro!
- ¿Y que?
¡Pendejo.!
- Oye, no te ofendas, era broma. ¿Qué a poco ya no nos llevamos así? Pensé que nos teníamos confianza, prima… ¿Ya me vas a abrir?
- ¡Que te esperes!
Terminó de vestirse. Bueno, tal vez ya lo olvidó, si no me dice nada ahorita, ya estuvo; no creo que Damián se moleste, es mi primo… bueno mi medio primo. Pero ni siquiera lo he visto ¿Por qué me importa lo que piense Damián? Si ni me ha hablado; tal vez… Y abrió la puerta.
- ¡Hola!
- ¿Cómo te va, Sandrita?
- Bien, ¿y a ti?
- Bien también, gracias.
- ¿A qué vinieron?
- ¿Qué necesito un motivo para venir a verte?
- Bueno, no me refería a eso, es solo que no nos habían visitado desde hace mucho. Siempre somos nosotros los que vamos allá con ustedes.
- Ah, pues mi mamá, que no sé qué mosca le picó que le dieron ganas de venirse para acá.
- Pues me da gusto verte.
- A mi también, Sandra… a mi también.
La tomó de la mano y se la llevó a los labios para besarla.
- ¡Suéltame, no seas payaso! Eso del beso en la mano ni tú te la crees…
- Si pues si, tienes razón. Es que, cada vez que te veo te pones preciosa…
- ¡No inventes, Oscar! Si me acabo de levantar. Mira mejor vamos a bajar, que quiero saludar a mi tía.
Se dirigió a las escaleras.
- ¡Sandra!
- ¿Qué quieres, Oscar?
- ¿No se te olvida algo?
- No, no creo. Te veo abajo.


¿Por qué el Perro no tiene timbre? Había que avisarle al policía de la unidad.
- Ahorita te bajan a abrir, espérate ahí –le dijo el policía.
Pero la que bajó fue Mariana. Él se quedó pasmado al verla y sintió deseos de irse, pero algo le dijo que debía quedarse. Mientras Mariana sacaba la llave, lo volteó a ver y le sonrió tímidamente.
- ¿Qué no está tu hermano?
- No, ahorita regresa, pero puedes pasar a esperarlo si quieres.
Dudó un momento, pero finalmente la siguió hasta el departamento. Bueno, estaba borracha, no creo que se acuerde de lo del otro día. Entraron y él se sentó en el loveset.
- ¿No quieres algo? ¿Refresco….
- No, gracias.
Tal vez no deba ser tan seco con ella. No me enorgullece lo que pasó, pero soy capaz de perdonarla. Mariana se sentó de repente frente a él.
- Damián…
- ¿Si?
- Mi hermano me contó lo que pasó y estoy muy avergonzada contigo…
- ¿…?
- Sí, ya ves que cuando tomo no me controlo y luego los amigos te presionan. Solo quiero que sepas que me siento muy arrepentida y te pido una disculpa por hacerte esas cosas, sobre todo si tú no querías.
- Lo sé, lo sé, tal vez ahora consideres andar tomando tan seguido y ver con quién te metes ¿no?
- Pero es que… cuando estoy borracha, no sé, me siento, no sé…
- ¿Sabes lo que dicen de ti?
- Si, si lo sé…
- Pues no parece. Si te importara un poco procurarías no prestarte a esas cosas. No me quiero imaginar cuántos de esos weyes nada más te andan buscando porque les aflojas tan fácil…
Mariana se sintió molesta, pero continuó con la mirada hacia abajo, pues sabía que tenía razón. Él había hablado en tono que, después se daría cuenta, no había sido muy amable. Pero ahora no había duda; era imposible perdonarla.
Ahora esta vieja va a empezar con su discursito de “perdón por haberte hecho creer algo que no era”, si no la conociera. Por eso no creo sentir nada por ella, ni siquiera me excita de lo molesto que estoy…
- Damián, me da mucha pena que te haya tocado verme así y haciéndote esas cosas… creo que es mejor que sepas que…
- … que no era lo que parecía y que solo era un juego ¿no? No vengas con eso, que me lo han dicho muchas veces.
Mariana bajó la mirada nuevamente.
- De hecho, Damián, si te hice esas cosas es porque sí siento algo…
¿Qué esta diciendo?
- Es porque desde que mi hermano me presentó contigo, me gustaste. Cuando estoy tomada, digo y hago cosas que no me atrevo estando sobria. Me gustas, Damián, me gustas mucho.
Era diferente a la chica de la mirada perversa en el billar. Mariana parecía ser otra; lo miraba de otra manera. Él pensó incluso que se comenzaría a desvestir, pero Mariana estaba ahí, sentada, mirándolo a los ojos, como esperando una respuesta. Pero yo quiero a Sandra. Se levantó. Pero Sandra no me ha hablado desde ese día y no sé que pensar. Volteó a ver a Mariana. Tampoco sé que pensar de Mariana, aunque…
- Mejor dame el celular de tu hermano, voy a buscarlo.
- Pero Damián yo…
- No, ¿sabes que? Mejor lo voy a buscar al billar.
- Damián, yo…
Él se adelantó hacia la puerta y quiso salir. Mariana le dijo.
- Deja te salgo a abrir.
Salieron del edificio.
- Damián, yo…
- Adiós
Él le dio la espalda y cruzó la calle. Hizo la parada a un camión. Se subió. La voz de Mariana se escuchó desde la calle.
- ¡Estoy enamorada de ti!


El camino hacia el antro era algo tedioso. Ella podía sentir una tensión entre ella y Oscar que no había sentido desde… Bueno, lo mejor es no acordarme de eso. Oscar conducía el auto en el sólo estaban ellos dos. Sábado por la noche. Una ciudad agitada. Una mente excitada. La de Oscar. Y la de ella.
Llegaron al antro. Entraron. Tomaron algo. Bailaron. Ella vio a unos amigos suyos y los presentó con Oscar. A bailar un rato más. Pero esta vez, Oscar acercaba su cuerpo al de ella, la abrazaba al acercarse y le besaba el cuello. Se acercó a su oído y comenzó a susurrarle.
- ¿Sabes lo mucho que te extrañé? Extrañaba sentir tu cuerpo cerca del mío, extrañaba sentir tus labios, extrañaba tu voz...
Ella se separó violentamente del abrazo de Oscar y salió furiosa del antro. Oscar la siguió.
- ¿Qué te pasa, Sandra?
- ¿Qué que me pasa? ¡Oscar, no te quieras pasar de listo conmigo! Creí que habíamos sido claros con esto ¡Somos primos, chingada madre!
La discusión atrajo la atención de algunos curiosos que estaban fuera del antro fumando.
- No me vengas con eso, primita, que bien que te gusto y tú me gustas a mí. ¡Digo, nadie tiene que enterarse!
- Eso es lo de menos. ¿No te das cuenta de lo que haces? Hay mucha más gente que yo en este mundo y no vas a venir a consolarte conmigo de lo que te hacen a ti…
- ¿De qué estás hablando?
- ¡Primero suéltame el brazo! Hablé con Alejandra hace un tiempo y me dijo que tu novia te había cortado. Todas las veces que me hablaste no fueron por saludarme ¿verdad?
- ¿Le hiciste caso a la pendeja de mi hermana?
- No la llames así que me platicaba de ti muy preocupada. No puede entender como te aferras a seguir buscándome cada vez que rompes con alguien. ¡Y no me digas que no! Ya me pasó dos veces…
- ¿Crees que yo…
- Sí y si lo dudas pregúntate a ti mismo que es lo que realmente sientes.
Oscar bajó la mirada. La veía a ella visiblemente molesta. Pero no le importó. Se acercó y ante la incrédula mirada de su prima, le robó un beso en los labios. Ella se separó con rudeza y le soltó una cachetada.
- ¡No te vuelvas a atrever a hacerlo, pendejo!
Oscar no acertó más que a sobar su mejilla.
- Voy a llamar a mi papá, Oscar, si no me llevas a la casa ahorita.
Diciendo esto, ella le arrebató las llaves a su primo y se metió al auto. Oscar no tuvo más que hacer que tomar el asiento de conductor. Su semblante cambió de color y apoyo la frente en el volante.
- Sólo quería estar contigo esta noche, Sandra; mañana nos vamos.
- Pues bien por ti. Ahora, por favor, arranca y vámonos.
Al día siguiente, ella se despedía de su tía y su primo. Oscar le dirigió una mirada suplicante, pero ella la ignoró. Cuando el auto que conducía a sus familiares a la terminal de autobuses se alejó, soltó en llanto y corrió dentro de su casa.
- ¿Sandra, qué te pasa, hija?


- ¡Damián, te hablan por teléfono!
- ¿Quién?
- Mariana
Y ahora ¿qué le digo? Desde ese día no hablamos y me dejó muy confundido lo que me dijo. Creo que será mejor contestarle.
- Bueno
- ¿Bueno, Damián? Hola… este… yo solo quería saludarte y ver como estabas.
- Pues, bien ¿y tú?
- También bien, gracias. Pensaba en lo del otro día y pues… no sé, creo que no debí decirte nada.
- Pues mejor ya olvídalo, creo que no pensabas con claridad. Aunque si lo que decías era en serio…
- ¿Qué quieres decir?
- Pues que la verdad si me atraes un poco y no sé, si tú estuvieras dispuesta, tal vez si podamos ser algo…
- No sé qué decir.
- Pues solo contéstame si quieres ser mi novia.
Mariana colgó. ¿Qué hiciste, Damián? No te dejes llevar por estar ardido. Mejor márcale de nuevo y le dices que no, que estabas jugando. Fue por su agenda y marcó el número del Perro. Sonó un tono. Pero ¿no será muy cruel?
- Bueno.
- ¿Bueno? ¿Perro?
- ¿Qué pasó, carnal?
- Oye, ¿está tu hermana?
Un tenso silencio se hizo entonces.
- ¿Para qué la quieres?
- Este… es que le presté un disco y…
- Yo te lo doy, ¿cuál es?
Piensa rápido, Damián; piensa.
- El de Pearl Jam.
- ¿Es tuyo? Pensé que Mariana se lo había comprado…
- Si, ya ves como es tu hermana.
Uff! Le atiné.
- Mira, Mariana salió, pero a la próxima que nos veamos te doy el disco, ¿va, Damián?
- Sale, gracias, chido.
Y colgó.
Tararan
¡Comenten!
Próximamente, tercera parte...

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