sábado, 19 de octubre de 2013

Adivinanza

Mi vocabulario está enfermo. 

El agente patógeno responsable entró hace ya mucho tiempo, en una ocasión memorable. No hay prueba de su resistencia a un medio hostil, su carácter parásito o de su búsqueda de huésped. Pero es así normalmente como comienza. Parece que no ocupa ningún espacio. Un par de lugares aquí, alguno por allá, no se nota. Las frases lo absorben. De repente, aparece en solitario, sin sostenes de ningún tipo, de la nada. Figuras se identifican con él y establece un vínculo casi imperceptible con sensaciones, aromas, visiones. Sin pasar como algo importante aparece dos veces en un día; tal vez una al amanecer o al mediodía, y otra en sueños.

Los labios lo dejan escapar entonces. No parece alarmante. Notable, pero no es motivo de alarma.

Pero dejarlo escapar es la mejor prueba de que ha hallado acomodo y comienza a enraizarse. Así como escapa de los labios, reaparece. Y empieza donde antes no solía hacerlo. Las frases que el sirven de vehículo suelen parecer cada vez más ajenas a él, pero les ha poseído. Increíblemente, sigue sin ser alarmante. Sus nuevos avatares lucen familiares, como parte de un proceso natural.

La mente lo ha absorbido y aceptado como parte de sí misma. Ya no le rechazará. No será capaz de pretender olvidarle. Así, ya dentro y habiendo echado raíz, toma el control esporádicamente y las frases ya no pueden ser articuladas sin él. Las palabras aisladas esconden una invisible y fina cadena que las une a él. La mente, engañada, entonces toma en serio a la amenaza, pero ya es muy tarde.

Una vez sabiendo que ha logrado amedrentar a la mente con la perspectiva de su implacable e imborrable presencia, busca regresar a su Referente, a su fuente. Obliga al huésped a una angustiante y desesperada búsqueda de dicho Referente, para tenerlo cerca y convencerse de que la enfermedad es algo benéfico, que es deseable y saludable.

Así es Tu Nombre. Mi vocabulario está infectado y es incurable.

H.