domingo, 29 de abril de 2012

Por tercera vez: ¡Triple Combo! (Especial de Día del Niño)


Porque ustedes lo pidieron (pero también porque se me pasó postear la invaluable intervención del camarrada esata semana y quiero compartirles un cuentito) repetimos con el ya clásico triple post.

Así que, por orden de agenda:

En la opinión de

La Momia de Lenin


La chica Delirio pregunta:

¿Cuál es la palabra para ese efecto que provocan ciertas historias (novelas, películas, etc.) de hacernos pensar que son tan buenas que no nos importa que existan mejores?

Y por último, un cuentito. Escribí este texto en 2008 para uno de los tantos proyectos naufragados que he emprendido desde aquel grandioso año y me permití darle una manita de gato para publicarlo aquí, con motivo del ya demasiado próximo 30 de abril, día de la larva humana-mocoso-malagradecido-futuro de la nación-recurso humano no renovable. 

Trueque

Frente al pequeño Julio se extendía, imponente y soberbio, el valle. Su familia le había llevado ahí en un merecido paseo de descanso para todos. Eran una familia extensa; al menos unos cinco hijos varones y tres mujeres. Más Julio. Y eso sin contar a los primos. Su madre aseguraba que, para llevar a toda la familia, habrían hecho falta tres microbuses. Para Julio, tales “microbuses” eran desconocidos. Él sabía muy bien que los únicos medios de transporte en el mundo eran sus pies y la camioneta de su papá. Junto al valle, la familia se extendió como quiso: el estéreo de la camioneta a todo volumen, las botellas de cerveza pasando de las manos adultas a las jóvenes, las parrillas calientes, con la carne ya encima, los balones rebotando en el irregular terreno, los frizzbies volando, un papalote mucho más arriba.
             Pero el pequeño Julio permanecía ajeno a todo eso, su única visión en ese momento era el valle. Sus inquietos ojos no perdían la oportunidad de pasearse al menos una vez por todo: de los árboles a las piedras, de ahí a los casi inexistentes riachuelos y en seguida, al cielo. Permanecía de pie, asombrado. Nunca había visto tanto espacio abierto frente a él. Era sin duda el lugar más bonito que hubiera visto jamás. Su hermana Fernanda, comisionada por la familia para cuidarlo, parecía compartir los pensamientos de Julio. Tenía fuertemente agarrada la mano del pequeño, pero también permanecía con la mirada perdida en el valle. Julio interrumpió súbitamente el momento.
            -Mi mamá nunca nos había traído aquí ¿verdad?
            -No, sí nos trajo, es sólo que tú todavía estabas muy chiquito. Esa vez se nos perdió el Cucho.
            -¿El Cucho?
            -Sí, un perro que teníamos. Ya estaba algo viejo, pero parecía cachorro. Lástima que ya no lo conociste.
            -Pero si se perdió aquí, a lo mejor anda por ahí ¿no?
            Fernanda miró a su hermano de reojo.
            -No, ¿cómo crees? A lo mejor ya se murió…
            -Pensé que los perros vivían más que la gente.
            -No Julio, de hecho, viven menos. Imagínate que a tu edad, ya están viejos.
            Un ladrido se escuchó a lo lejos.
            -¿Y si es el Cucho? –preguntó emocionado Julio
            Fernanda se estremeció. No podía dejar de abrigar esperanzas de que así fuera. Pero reaccionó.
            -No, es imposible. Mira, mejor ya vamos a comer. Nos están hablando.
            La parrilla había dado unos pedazos bien cocidos de carne, que la familia devoraría acompañados de unas tortillas recién adquiridas. Para el pequeño Julio ya estaba listo el plato con la carne bien picada, arroz blanco y mucha verdura. Su madre se encargaba de que no la evadiera. Fernanda recordó, cuando le sirvieron su pedazo, que era costumbre de los niños de la familia dejarle al Cucho mucha de la comida que no se comían, en especial la que no les agradaba, como las verduras. Aunque para que el perro aceptara ocultar en su estómago los alimentos que a los niños les desagradaba, era necesario darle al menos un pedazo de carne; entonces devoraba la evidencia.
            -No me gustan las verduras, Fernanda –se quejaba Julio mientras movía de un lado a otro el tenedor, revolviendo constantemente el arroz con los vegetales. Había dejado unos cuantos pedazos de nervio de res, que no le gustaba masticar, muestra de que la carne le había sentado muy bien a su paladar.
            -Ni modo, tienes que adaptarte –le contestó muy ufana su hermana- el Cucho ya no está para comerse lo que dejes.
            -Eso no me gusta…
            Entonces, mientras su hermana pedía a sus tíos una quesadilla, Julio tomó una bolsa de plástico y vació el contenido de su plato en ella. Natalia, prima suya, diez años mayor, pasó cerca y volteó hacia él, con una mirada pícara.
            -Ya te caché ¿eh? ¿Por qué no te comes tu verdura?
            -No me gusta.
            -Y ¿qué? ¿Vas a tirar la bolsa?
            -No, alguien la va a ver y me van a regañar. Se la voy a dar al Cucho.
            A la chica le enterneció la respuesta del niño y quiso seguirlo en su juego. Le frotó el cabello.
            -¡Ay, mi amor! ¿Y sabes dónde puedes encontrar al Cucho?
            -¡Sí, lo acabo de escuchar! Ladró por allá –señaló hacia un espacio indeterminado entre los árboles que rodeaban el valle.
            -¿Cómo sabes que es él?
            -¡Ay, pues nomás porque sí, yo lo sé!
            La chica sonrió con ternura.
            -Pero vas a tener que llevarlo algo más que pura verdura con arroz y nervios de res. Toma –dijo mientras ponía en la bolsa de plástico un pedazo de carne- si no, no se va a comer tus verduras. A mí me los regresaba.
            -Está bien
            Natalia le besó la frente y se alejó. Fernando volvía entonces.
            -Mira, Fernanda, Natalia me dio más carne para darle al Cucho.
            -Ay, Julio, que el Cucho se perdió, ya no está, no puedes darle nada.
            -Ah, ¿cómo no? Yo lo oí ladrar.
            -Ese era otro perro. Nomás te estás haciendo para no comerte todo… Mira nomás, qué batidillo hiciste esa bolsa. Le voy a decir a mi mamá.
            -Ay, si tu le dices, yo te acuso de que ya traes novio.
            -¡Cállate!
            -¿No me crees? –amenazó Julio. Acto seguido, gritó en voz alta- ¡Mamá, Fernanda…
            La niña no le dejó terminar tapándole la boca.
            -Está bien. Pero al menos tira esa comida lejos de aquí.
En cuanto Julio tiró la bolsa cerca de un arroyo, Fernanda y él fueron con un tío quien les había prometido enseñarles a volar un papalote. Fracasando en su empresa, los primos le enseñaron a Julio a atajar tiros de futbol en una portería de piedras. Sin embargo, algunos de los tiros fueron  demasiado fuertes y el pequeño Julio salió con un tremendo balonazo en la cara.
-No me gusta el fútbol, Fernanda. –se quejaba el pequeño después de haber sido consolado por una de sus tías, que había visto el balonazo del que fue víctima.
-Ni modo –le contestó con propiedad sobreactuada su hermana- es lo que todos juegan, ya que no está el Cucho. Tienes que adaptarte.
-Si el Cucho estuviera aquí, ¿entonces yo no tendría que jugar fútbol?
-No –contestó divertido otro primo que pasaba por ahí- pero tenía que hacerlo jugar con un pedazo de tela o una pieza de ropa vieja.
-¿Ya ves? –replicó Fernando, en cuando se alejó el otro primo- No tienes ni al Cucho ni ropa vieja que darle. Tienes que jugar fútbol o aburrirte.
Tras decir esto, Fernanda se acercó a los adultos, que discutían acaloradamente algún tema, para escucharlos; lo había hecho desde siempre, y es que la plática de los mayores le fascinaba aunque no entendía gran parte de lo que se decía. Era la primera vez que Julio se acercaba con ella para compartir aquel peculiar hábito. Una o dos frases llamaban la atención del niño, pero se distraía facilidad y hacía gestos de aburrimiento y fastidio que molestaban a su hermana. Sin embargo, por muy disperso que estuviera, su mente divagaba acerca de cómo pudo haber sido Cucho. El valle era muy bonito y, en un lugar así, todo era posible. Incluso encontrar eso que se había perdido..
            -Fernanda, -dijo de improviso- vamos a buscar a Cucho, creo que ya se donde lo podemos encontrar.
            -¿Ah, sí? ¿Y dónde?
            Julio extendió su brazo y señaló un espacio indeterminado entre los árboles. Fernanda recordó entonces que era precisamente de ese lado que había escuchado el ladrido, horas antes. La plática de los adultos era particularmente aburrida esta vez y aunque trataba de esforzarse por prestar atención a lo que decían, simplemente no podía sentirse interesada, por lo que no lo dudó dos veces en permiso para ir a aquel lugar que Julio le señalaba. Se encontró con el infalible argumento de “No, ya merito nos vamos”. Insistió durante media hora, segura de que el “ya merito” se prolongaría tanto como duraran las cervezas que había en la hielera vieja de uno de sus tíos. El ladrido se volvió a escuchar.
            Fernanda supo que pidiendo permiso no iba a lograr nada, así que tomó de la mano a su hermanito y se encaminó hacia ese punto indeterminado del valle.
            -¿A dónde vas, escuincla? –le gritó su madre cuando la vio alejándose con Julio.
            -Mi hermano quiere ver un poco más de cerca esos árboles; dice que se quiere llevar un piñita de esas que caen.
            -Está bien, está bien, pero deja que los acompañe Jorge. Y no se tarden mucho, que ya merito nos vamos.
            -Sí, mamá.
            Mientras se alejaban, Julio le pidió a su hermana que lo esperara, que iría a conseguir la comida que había tirado para el Cucho. Pero en cuanto se acercó al arroyo cerca del cual estaba la bolsa, comprobó con tristeza que alguien la había recogido ya. Fernanda lo jaló del brazo.
            -Ya, déjalo así. Vamos o no nos va a dar tiempo de nada.
            -Tienes razón, además, escucha –dijo Julio- parece que ladra más fuerte. ¡Nos está llamando!
            El resignado primo adolescente, Jorge, alcanzó a ambos niños para cuidarlos, aunque au actitud era más bien de hastío y no intercambió ni una palabra con ellos. Ensimismado, atento solamente a las notas que los audífonos le traían desde su reproductor de CD’s portátil, se limitó a seguirlos.
Conforme se alejaban de la familia y del ruido de las cuatrimotos, de los gritos de los otros niños y de la música a todo volumen en los vehículos, se hacía más nítido el sonido de un ladrido que salía de entre los árboles. Fernanda y Julio se percataron entonces de que ese ladrido se había convertido en varios. Uno se escuchaba por aquí, otro por allá, otro más allá.
            Cuando el gran festival de ladridos que emergían de todas partes los envolvió, se detuvieron. Habían penetrado entre los árboles durante largo rato y salido a otro claro, muy parecido al valle; de entre los árboles se veía un gran risco que se elevaba perpendicular al irregular terreno, haciendo invisible todo o que había tras de él. El bosque se había tragado el anterior valle y este nuevo escenario se extendía tan vasto como aquel, pero era de una soledad inquietante. Ni un solo ruido humano, ni de otra criatura; únicamente los ladridos. Jorge, alarmado, en contraste con la tranquila curiosidad de los niños, se quitó los audífonos y les dijo que era mejor que se regresaran. Pero Fernanda ni Julio parecían no haber escuchado. Sus oídos estaban atentos a esos ladridos que salían de todas partes y los envolvían. Eran como una sala de discusiones: cada ladrido era la respuesta a uno anterior. Visiblemente alterado, regañó a los niños:
            -Bueno ¿Ya? ¡Vámonos! ¡Ya estuvo bueno!
            De nuevo se encontró con que sus primos le ignoraban. Él no era del tipo violento ni autoritario, así que no se atrevió a tomarlos por la fuerza de las manos para conducirlos fuera de ahí. En los momentos en que él pensaba en la forma en que iba a convencer a sus primos de que se fueran de ahí, Julio, en un gesto de espontánea alegría, señaló a uno de los árboles.
            -¡Mira! ¡Fernanda, mira!
            La niña, embelesada por los ladridos, volteó hacia donde su hermano le señalaba. Ahí estaba Cucho, parado frente a ellos. Ninguno se había percatado, pero los ladridos cesaron en el momento en que Julio señaló al árbol. Cucho miró a los tres y se acercó para olerlos y reconocerlos. En el momento en que Fernanda vio acercarse al perro, no se contuvo y corrió a abrazarlo. Pero un agresivo gesto del can paró en seco a la niña. Espantada, prefirió la inmovilidad. Cucho se acercó y olfateó sus piernas durante algunos segundos; después, hizo lo propio con Jorge y Julio. Éste último, visiblemente preocupado, le susurró a Fernanda:
-No traemos ni su comida ni ropa vieja para que juegue. Por eso se enojó con nosotros. A lo mejor ya no quiere regresar por eso.
Cuando pareció haber terminado su rutina de reconocimiento, el animal se dirigió con el pequeño Julio, como si hubiese entendido lo que el niño había dicho y alzó las patas delanteras. El niño comprendió aquel gesto de simpatía y se agachó para acariciarlo. El perro correspondía con sendos lengüetazos a la cara del niño.
            Fernanda, celosa, se dirigió a Julio y le indicó que a era hora de irse.
            -Pero yo no quiero –gritó Julio.
            El sonido de su voz se expandió y luego se duplicó. De pronto, voces idénticas a la suya repetían la frase, surgiendo de todas partes, tal como habían escuchado antes con los ladridos. Pero yo no quiero… Pero yo no quiero… Se escuchaba por todas partes. El pequeño Julio, confundido, soltó entonces en escandaloso llanto. Su voz se volvió a expandir alrededor, reproduciéndose en distintos sitios, justo como su reclamo anterior. Cucho salió corriendo y, pronto, Jorge y Fernanda le siguieron, tratando de llevarse al pequeño Julio; pero él se resistía, no paraba de llorar y la particular duplicación de los gritos del pequeño que desprendía en aquel lugar hacía insoportable la idea quedarse un momento más.
            Fernanda quiso quedarse, al tiempo que Jorge decidió ir por alguien más, esperanzado en que un adulto ayudaría en algo.
            -¡Espérame aquí! –le ordenó a Fernanda y salió corriendo hacia el bosque, esperando que así encontraría de nuevo el valle. No erró en su cálculo.
            La niña abrazó a Julio, quien no cesaba su llanto. Algunos segundos en brazos de su hermana parecieron disminuir su confusión.
-No me gusta este lugar, Fernanda ¿Dónde estamos?
¿Dónde estamos? ¿Dónde estamos? ¿Dónde...
Del otro lado del bosque, los ruidos comunes opacaban todo sonido de lo que sucedía en ese pedazo de tierra sembrado de árboles.
            Jorge llegó jadeando con la familia y pidió rápidamente que le dijeran donde estaban sus tíos. En cuanto éstos le preguntaron por Fernanda y Julio, Jorge contó, sin más, lo que acababa de pasar.
            -¡¿Dónde están tus primos?! ¡¿Dónde?! –preguntó histérica la madre de los niños a Jorge.
            El pobre chico no supo que contestar, pues su historia no parecía convincente. Sin embargo, consiguió que su padre y otros tíos y primos se animaran a ir a ese lugar donde se supone estarían aún Fernanda y Julio. En medio de la histeria que hizo presa a la familia, Jorge sintió que algo pasaba entre sus piernas. Otro de sus primos, mayor que él, exclamó entonces:
            -¡Es el Cucho! ¡Oigan, miren!
            Nadie le hizo caso.
            La búsqueda se prolongó por horas. Alguien llamó a una patrulla y pronto, todo el valle se enteró de lo que había pasado. Cucho se paseaba tranquilamente entre los restos de la comida, comiendo del plato que Fernanda había dejado horas antes y de la bolsa con comida del pequeño Julio. Jorge, que había guiado a todos hasta aquel lugar donde, estaba seguro, los niños habían quedado, regresó cabizbajo y miró al perro que hasta hacía pocas horas había estado perdido. La familia se olvidó de reprenderlo por su irresponsabilidad; la prioridad eran los niños. No obstante, prioritaria o no, la búsqueda fue infructuosa.
            Cucho había vuelto, pero a nadie pareció importarle; los niños se habían ido y la familia nunca regresaría al valle.
            Estaba hecho.

Si no quedaron satisfechos con esta sublime pieza narrativa, pueden pasar a leer el siempre clásico A los pinches chamacos, de Francisco Hinojosa.

Los quiero, niños. Ahora, por favor, dejen de estar chingando.

H.

sábado, 21 de abril de 2012

La chica Delirio pregunta...

¿Cuál es la palabra para la sensación combinada de poder y revelación que provoca pisar un cartón de huevo?

H.

miércoles, 18 de abril de 2012

En la opinión de...

La Momia de Lenin


H.

sábado, 14 de abril de 2012

Féerimaquia (cuento)

Este texto fue publicado el noviembre pasado como parte de la antología Hadas y Duendes: Una Antología Mexicana, de El Under Ediciones, mi primera y hasta el momento única casa editorial, más que mencionada aquí en este, su blog amigo.

Sí, me encanta tomarme fotos con los libros en los que participo. ¿Qué le voy a hacer? Aún no tengo hijos para presumirlos.

Pasados los meses, resolví que el texto merecía un lugarcito en el blog y que se los dejaría leer a ustedes, ingratos insectos, aunque no se hicieran con un ejemplar de dicha antología. ¿Por qué? Porque mis otros cuentos publicados en antologías de El Under no me parece que tengan el encanto que este sí tiene, con todo y que las ideas que en él se vierten no son del todo mías. Como dije en aquella entrada en la que los invitaba a la presentación del libro, esto lo podría calificar como texto-pastiche, así que sigue en pie aquella promoción de que yo les invite dos quesadillas de hongos con quesillo si me dicen correctamente las TRES referencias base del argumento.

Pueden preguntar por puntos de venta del libro y precios aquí. O búsquenlos en Facebook.

Por cierto, si quieren ponerle soundtrack a la lectura de este cuento, les recomiendo se busquen The Crucible, disco del Moonchild Trio, que dirige desde la sombra John Zorn o el salvaje free-jazzgrincore tribal de los italianos Mombu... Sólo si quieren, yo nomás digo.

Pórtense bien y no duden en regañarme si las siguientes líneas no los complacen. Al fin que ni caso les voy a hacer :P

Feérimaquia


Lo llamaron Lars porque Lars se oye nórdico y era único en su tipo: un duende de lidia.

Amigo angelero: ¿la gran purga del Jubileo le puso en la mira de las legiones de arcángeles de Uriel? ¿Cree que los ángeles son mercancía única? ¿Ha pasado los últimos años moliendo huesos angelicales para fabricar droga y ahora teme incluso a practicar tiro con los serafines? ¿Cree que su carrera se acabó?
¡Sorpréndase! De todo hay en la viña del Señor. Nuestro amado padre ha bendecido al mundo con toda clase de criaturas  ¡Sólo hace falta afinar el ojo un poco para hacer crecer el catálogo de productos que los cazadores de ángeles, auténticos artesanos, pueden ofrecer al gran público! En La Hermandad Viajera nos hemos propuesto presentar a la comunidad de angeleros, diableros y otros cazadores profesionales la oportunidad de ampliar sus horizontes ofreciendo vías para libre tránsito en el extranjero, asesoría en identificación de presas, instrucción en las dinámicas de mercados y mercancías nuevas…

Era de aproximadamente metro y cincuenta de alto, aunque la mayor parte del tiempo andaba encorvado. Su piel era verde, tenía tres ojos amarillos y de un brillo particular, aunque el que poseía en la frente parecía ser un órgano falso; sus piernas lucían escamas desde el muslo hasta el tobillo, y en los brazos, del hombro a la muñeca, tenía un fino vello. Poseía una nariz prominente, orejas de cerdo, dientes afilados como de tiburón y una larga cabellera castaña y quebrada.

…de entre los seres feéricos de los que nuestros agentes le podrán informar hay una gran variedad en Europa, todo un territorio de caza y un mercado por explorar. Desde los Highlands escoceses a las llanuras balcánicas, de los melancólicos parajes irlandeses a las cálidas campiñas francesas, de los ríos ingleses a los bosques teutones, junto a los antiguos pueblos y castillos, en las grandes ciudades, se hallará usted en ocasión de elegir: leprechaun irlandeses, pixies galeses, gremlins alemanes, gnomos, trasgos ibéricos, etc. A continuación presentamos la respectiva ficha de cada especie, sus atributos, la forma de cazarlos, los peligros que representan, su distribución geográfica y sus beneficios económicos…

Había llegado como parte de un importante encargo hecho por el diablero criador Félix El Gota Méndez, conocido en el bajo mundo por la ferocidad de las bestias celestiales e infernales que presentaba a la lidia en los hoyos de Tulyehualco. El Gota recién había admitido la modernización y globalización de su negocio, y recibió con gusto los envíos de sus proveedores que operaban desde Europa. Había experimentado ya con la captura y venta de ahuizotes, chaneques y aluxes, pero la llegada del duende salvaje Lars, directo desde Laponia, le abría nuevos horizontes: no más frágiles y escasos ángeles e impredecibles diablos ni karibúes en el ruedo, el futuro en la lidia estaba en los duendes.

…Seguramente usted ya habrá experimentado la urgencia por el dinero y elegido solventar su economía mediante la captura y venta de los seres féericos que ya existen en nuestro país. Se habrá dado cuenta del gran esfuerzo que implica controlar a dichas presas y encima tolerar los bajos precios que la sobredemanda ha provocado. La naturaleza gregaria de dichos seres ha sido un problema grave para los cazadores, ya que, reunidos en comunidades medianamente estructuradas, chaneques y aluxes se tornan criaturas de cuidado.
Dada su ánimofagia, ambas especies han hecho fracasar los negocios de los angeleros que trafican con las almas de artistas, en especial escritores. Se conoce el caso de un cazador oaxaqueño que, habiéndose iniciado como trapero y entrenador de chaneques, se le hizo fácil utilizar a los pequeños seres para arrancar las plumas de los ángeles y revenderlas a los escritores en busca de genialidad [Recordará usted que las plumas de ángel son garantía de obras maestras o como mínimo, libros merecedores de premios; para más información consulte nuestros manuales al respecto]. Sin embargo, ya con las almas de al menos dos Premios Cervantes, nuestro infortunado cazador se encontró con que los chaneques habían devorado las ánimas recolectadas, valuadas en el Infierno en alrededor de veinte millones cada una.
En La Hermandad Viajera contamos con un servicio de entrenadores de seres feéricos, especializados en conjuros para chanques y aluxes, que le ayudarán a rendir su negocio si usted no está dispuesto a embarcarse fuera de nuestras fronteras. Se ha comprobado que, con el entrenamiento adecuado, ambas especies resultan buenos capataces, celadores y domadores, incluso si se les utiliza en la cría de seres destinados a la lidia.

Cuando El Gota recibió a Lars, ordenó se le despojara de su colorido chaleco, el tambor ritual y su banda con cuernos de ciervo para vestirlo como “guerrero vikingo”. El cazador le había mandado decir que cuidara muy bien del duende, pues, aseguraba, no quedaban en Europa muchos practicantes del ritual noaiddie lapón, necesario para capturar a esas criaturas. Le indicaba que la manera de excitar sus instintos consistía en tocar frenéticamente el tambor que traía consigo; para calmarlo y hacerlo manso, le enviaba un silbato de hueso de zorro. A El Gota le parecían todas supersticiones pendejas, por lo que entrenó a Lars a base de medir cuantos chaneques mataba en determinado tiempo, embriagándolo para domarlo, cortándole la borrachera con polvo de ángel, alimentándolo únicamente con su mezcla especial de carbón, sangre de cerdo y miel. En resumen, de la manera en que siempre había entrenado a sus diablos.

...Para los más osados cazadores se ha diseñado una red de contactos en el extremo norte de Escandinavia, en el área de los Saami, mejor conocidos como lapones. Portadores de una milenaria tradición, los chamanes saami han aprendido a dominar la caza de duendes salvajes emparentados con los trolls, mucho más primitivos y menos refinados que sus parientes del resto de Europa. No se sabe a ciencia cierta si los trolls descienden de estos duendes o viceversa. Se agrupan en pandillas de alrededor de veinte o veinticinco individuos, con siete o nueve hembras con cabeza de lobo por grupo, y generalmente son lideradas por “brujos”, duendes capaces de invocar fuerzas infernales por medio de melodías simples de percusión o flauta. Durante siglos, el territorio de estas bandas de duendes salvajes fue coto de caza de los saami, quienes controlaban así su población…

Y entonces llegó el gran día. Habiendo entrenado a Lars, midiéndolo con diablos viejos durante dos meses, El Gota lo presentó por primera vez en el hoyo. Había gente pesada en el lugar, de mucho dinero y tenían ya sus apuestas hechas: todas hechas a favor del Barril, un gordo diablo de excepcional técnica e historial impecable. Sin embargo, siempre que El Gota se apareciera, habría expectación sobre qué traería esta vez. Cuando presentó a Lars, con su armadura de latón y la venda en sus ojos, gran parte del público no pudo reprimirse las carcajadas. Al lado de los ángeles y diablos, el duende lucía como una frágil lagartija en presencia de fieros leones. No obstante la humillación, El Gota siguió el procedimiento habitual antes de enfrentar a Lars con el Barril: le dio un par de bofetadas al ebrio duende, le sopló polvo de ángel en el rostro y le quitó la venda. Diablo y duende se miraron fijamente, ambos emitieron frases en lenguas atroces, distintas entre sí, pero terriblemente similares. Se gruñeron uno al otro y se lanzaron al combate.
            Ni falta ha de hacer hablar de la arrastrada que le dieron a Lars.

…La disminución de las comunidades saami trajo consigo una proliferación sin precedentes de las bandas de duendes que pronto se lanzaron a explorar más allá de Laponia. Desde el siglo XVIII, y a la sombra de otras criaturas, hicieron acto de presencia en las ciudades. La constante secularización de las sociedades escandinavas, sin embargo, permitió que gran parte de los destrozos causados por estos duendes pasaran por obra de vándalos o animales salvajes. Durante la ocupación nazi en Noruega se dice que venían cazadores que pretendieron usar a estas criaturas para sabotear posiciones aliadas, pero fracasaron debido a que ningún ritual alemán lograba contenerlos.
Desde la década de los setenta, gracias a una acertada política de contención que inició en Noruega y luego se extendió a otros países de la zona, tanto estos duendes como los trolls fueron replegados de nuevo hacia el Ártico. Los métodos son muy poco discretos y hasta toscos, pero el escepticismo de la mayoría de la población ha mantenido los programas de contención operando con notable éxito. Por otro lado, la política multicultural de los gobiernos escandinavos ha logrado que el revitalizado ritual de los chamanes saami hiciera el resto del trabajo. Aunque, por alguna razón, los ataques de las bandas de duendes se han intensificado desde los años noventa, lo que algunos han relacionado con la explosión de la escena del Black Metal escandinavo, especialmente durante los episodios de quemas de iglesias por parte del denominado Inner Circle. Hay quien asegura que el estilo de canto en esta escena musical se inspiró en los gritos de los duendes líderes, aún cuando los puristas no se cansan de aclarar que el Black no es nativo de la zona…

Más que humillado, El Gota arrastró el agonizante cuerpo de Lars para llevarlo al basurero. La oscura sangre que le brotaba se estaba llevando todo lo que el diablero le había metido para drogarlo. Dos camionetas se encontraban cerca, con música a todo volumen: una tocaba reggaeton y la otra lo último de Burzum. Lars sintió entonces como se le destapaba la nariz. Recibió los olores del ambiente: había cientos de católicos alrededor. Las bocinas de las camionetas no dejaron de sonar, las músicas mezcladas llegaron a oídos de Lars. Y entonces se levantó revitalizado.
            De lo demás, bastaría con decir que del Gota Méndez no se volvió a saber.
Meses después, el Arzobispo exigió a la policía investigar los hoyos de Tulyehualco. El prelado había perdido unos milloncitos en una apuesta mal aconsejada y se quiso desquitar. No encontraron más que cadáveres enterrados, alrededor de cincuenta. Sin embargo, la autoridad, en vez de hacerlo todo con la discreción debida, mandó traer cámaras de televisión para anunciar que lo que habían encontrado era otra narcofosa. Se le atribuyó a algún cártel inventado y los policías se repartieron algunas piezas de valor que encontraron en el lugar.
            Justo por esas fechas, se estaba terminando de grabar en un estudio pequeño el primer demo de la bandita blackmetalera Aztec Blood, titulado Lenguas de obsidiana. El vocalista se hace llamar Lars, Lars Méndez.
¿Coincidencias? Vaya usté a saber…

Sigan el link, hay una pista para ganarse las quesadillas en el pie que le puse a la imagen del duende en aquel post...

H.

Delirio pregunta...

Delirio, por Dustin Nguyen. Tomada de acá.

¿Cuál es la palabra para la sensación de haber olvidado algo que de hecho sí recuerdas?

Me suena como esto sí tiene una respuesta clínica, pero no tengo el ánimo de investigar; dejémosla en los labios de Delirio.

Ahora que, si usted sabe de qué hablamos, háganoslo saber. Abajo están los comentarios.

H.

miércoles, 11 de abril de 2012

En la opinión de...

La Momia de Lenin


H.

domingo, 8 de abril de 2012

Aguas con la desmitificada

Es curioso. 

El pasado jueves, el doc Pedro Salmerón Sanginés, esforzado historiador puma y autoridad viviente en villismo, se estrenó como columnista en La Jornada con una serie de artículos en los que promete demostrar, con los pelos de la burra en la mano, las flagrantes mentirotas de las que han echado mano, con el argumento de la desmitificación, personajes como José Manuel Villalpando, Luis González de Alba, Macario Schettino, Armando Santos Aguirre alias Catón, Juan Manuel Zunzunegui y otros. 

Hace algunas semanas, al asistir a un foro cuya temática me resulta nebulosa hoy -mea culpa- en el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM, para los cuates), me topé con un Villalpando "invitando" al público y a los amantes profesionales de Clío a no caer en la trampa de sustituir la vieja historia de bronce, rebosante de héroes de moral incorruptible y épicas memorables, por una historia de fango, atascada de viles y despreciables villanos engaña-pueblos. En algún momento de su intervención salió a relucir el nombre de Macario Schettino.

El afán desmitificador de la historia en México, tal y como lo vemos hoy, es relativamente joven y, de acuerdo con el artículo de Salmerón, podríamos ubicarlo desde las reformas educativas en 1992 y reforzado por la llegada del PAN a la presidencia en 2000. A los historiadores nóveles nos llegan invitaciones constantes para abordar "nuevos" temas y llenar los espacios vacíos de la historia oficial o tradicional (que no es lo mismo); y para presentar tópicos conocidos bajo una nueva perspectiva. Mientras algunos se gradúan con historias, microhistorias, minihistorias de tal personaje o tal lugar y haciendo catálogos (talacha esta que muchos agradecemos en secreto ocasionalmente), otros intentamos explorar ángulos imposibles de cuestiones recién incorporadas al conocimiento histórico, y algunos más hacen la labor arqueológica de sacar a la luz episodios que han estado pudriéndose en la sombra. Todos haciendo de todo, sin la intención explícita de desmitificar la historia.

Eso se hace en clase, en las charlas cotidianas de café, en los foros de internet. Cuando se es joven historiador, a veces es más atractivo descubrir y reinterpretar que desmitificar. Para "abrir los ojos" al público sobre aquello que la historia oficial calla, hay ya mucho material publicado detrás de la labor propia, sobre el cual es más prudente sostenerse a la hora de difundir los episodios negados. 

El destierro del mito en la práctica historiográfica ha tenido lugar en la tradición occidental desde los clásicos grecorromanos, porque fue en los esfuerzos intelectuales de sus filósofos que la palabra mito se hizo sinónimo de fábula, creencia sin fundamento ni comprobación; el opuesto del saber racional, el logos. Fue de tal fuerza esta concepción que la misma historia cristiana, sus dogmas y doctrina misma, no admite mitos, aunque ahora podamos identificar estructuras míticas en el cristianismo. Diversas tradiciones, escuelas y teorías han hecho reposar el ansiado fundamento de la objetividad en cosas como la autoridad del testigo, el documento escrito o el testimonio oral acompañado de su respectivo análisis y crítica; y en el largo camino recorrido siempre se han topado con que el ejercicio del poder, del tipo que sea, mete sus narizotas en la construcción del discurso histórico, creando a su paso "mitos" bastardos, creados a conveniencia de una ideología o interés particular. 


Es necesario apuntar que sea cual sea la ideología o "los intereses" que provoquen esta distorsión del conocimiento, implican en sí mismos, no obstante sus intenciones explícitas (ocultamiento de ciertos hechos, por ejemplo), estructuras de pensamiento y conocimiento de sustrato mítico, nivel último en el que la valoración del vocablo mito como fábula o mentira no resulta de correcta aplicación, pues su valor no está en su veracidad, medida según la razón moderna, sino en su efectividad, utilidad y sustento cultural; sin embargo, ese nivel último es por ahora el que menos nos interesa (¿o no?...).  


Para lograr que la desmitificación tenga éxito hace falta dejar que la ambición intelectual crezca y entonces colgarse del desprestigio de la historia oficial; ninguno de estos requisitos me parece reprobable. Ahora bien, la cruzada contra los mitos oficiales de la historia mexicana ha sido promovida y practicada activamente por personas que, al menos en su formación inicial, no son historiadores de profesión: abogados, literatos, politólogos, periodistas, y hasta ingenieros. Eso tampoco es reprobable: un buen espíritu crítico, rigor en el manejo de fuentes y sustentado criterio en la interpretación no son virtudes exclusivas de los historiantes profesionales, y hay escritores de historia, que no historiadores, que han sido capaces de confeccionar obras espléndidas, por no hablar de la considerable ventaja que le llevan a la academia en lo que refiere a los textos de difusión.


Sí, la cochina difusión. Es cierto lo que Salmerón apunta en su artículo: la desmitificación de la que hemos sido testigos desde hace veinte años es una moda. Es una fórmula ganadora que vende libros y otorga rating en radio y televisión. Todo ello bajo el manto protector de la difusión, donde el rigor académico se sacrifica en aras de ideas atractivas sobre los "héroes", cuando no debería ser así: el públilco merece que le cuenten la historia con todos sus claroscuros. Todo mundo ha querido bajarlos del pedestal para acusarlos de ser de cierta forma y, agrego yo, ese es el principal problema: la autoproclamada desmitificación se ha centrado generalmente en destruir pedestales, lo que hace pobrísima su aportación al conocimiento histórico. Irónicamente, Villalpando lo ha señalado en su poco elegante metáfora: hay quienes han cultivado la historia de fango y, no mamen, dice, ya no hay que pelarlos para que se callen. Eso, ¿qué nos quiere decir? ¿Rescatar a los héroes de bronce? No, dice él, hay que entender que "eran humanos". Diablos, cuando el falaz argumento de la falibilidad humana aparece para explicar a ciertas personalidades involucradas en notables procesos históricos, hay que desconfiar.


¿Cuál es el pedo?, dirán ustedes. Es de gran trascendencia porque esa historia "desmitificada" llega al público apoyada en una amplia infraestructura e influye en la opinión general de las personas sobre su historia, moldea su cultura histórica, y las consecuencias más inmediatas y palpables de ello están en su actuar y posición política. La historia, nos guste o no, tienen que ver mucho, muchísimo, con la política, sobre todo en México, donde la historia como hobbie o recreación aún no es la que domina (que tampoco queremos que sea únicamente así, ¿verdad?). Ni modo, así ha sido nuestra civilización y el cambio de paradigma se me hace que ha de ser doloroso.


Ahora, aquel que llamó a no seguir la historia de fango se encuentra, ante el público lector, en la mira de otro historiador, quien lo acusa, así de buenas a primeras, de mentir. Nada de que la falta de rigor o la interpretación errónea: mentiras, tú me enamoraste a base de mentiras. Y dice que va a demostrarlo.


De momento no me siento capaz de opinar porque, aunque tengo plena confianza en las palabras del doctor Salmerón, no me he soplado ni un texto de los aludidos. Sin embargo, aquí en Éter Verde seguiremos de cerca las aportaciones de su columna porque, aunque para mí la mentira en la historiografía resulta interesante incluso como material de estudio, sigue pareciéndome reprobable, en especial cuando se obtienen dividendos de ella y peor aún, influye en las opiniones de la gente.


Enhorabuena, doc. Desde aquí le echamos porras.


H.

sábado, 7 de abril de 2012

Delirio pregunta:

¿Cuál es la palabra para el factor tiempo-distancia que toma olvidar un encargo importante?

H.

miércoles, 4 de abril de 2012

En la opinión de...

La Momia de Lenin

H.