lunes, 17 de diciembre de 2012

Dudas de toda la vida

[Me encuentro sentado en un silla, parte del juego de un comedor con capacidad para doce personas. Es de noche y hay únicamente dos focos iluminando la estancia. Detrás de mí hay una vitrina y la cámara me toma de frente. Sobre el comedor hay un vaso de cristal, lleno de leche, del cual bebo sorbos mientras hablo. De fondo suena Year of the cat, de Al Stewart]




Existieron atmósferas que hicieron posible construir las personas que somos hoy.

Durante la última década del siglo XX, en la cual viví mi niñez, en la casa donde vivía se acostumbraba escuchar Radio 620, (La música que llegó para quedarse) por las tardes-noches. Una delicada y tenue luz amarillenta de focos de 100 watts nos bañaba a mi hermano, a mi madre y a mí mientras realizábamos nuestros deberes escolares, sentados en un comedor con capacidad para doce personas, viendo el resto de la planta baja sumida en la inquietante penumbra tan propia del tránsito de las 18:30 a las 19:10 y escuchando las notas que salían de las bocinas de un viejo tocadiscos instalado en la sala, sintonizado en Radio 620.

La música que llegó para quedarse en mi memoria gracias a la escucha de esta estación tenía un perfil que siempre me pareció muy enigmático. Espero estar usando las palabras adecuadas para la sensación que me producía. Se trataba de melodías compuestas al menos diez años antes de que yo naciera, si no es que mucho más viejas, casi todas en inglés. Siempre las recordaré como suaves y relajadas, pero dotadas de una acentuada intensidad. Tal vez era jazz, tal vez new wave, no puedo estar seguro; pero lo cierto es que era música que creaba un ambiente muy particular de aquellas tardes. Cuando conocí otras estaciones de radio, nunca pude volver a sentirme envuelto en tan particular atmósfera.

Únicamente recuerdo, de todas las canciones que escuché en esa estación, Papa was a rolling stonede The Temptations y la sublime Year of the cat, con Al Stewart y su inmortal solo de piano introductorio.

Pero no sólo escuché música. En una ocasión, entre canción y canción, un locutor hacía intervenciones poéticas y reflexiones filosóficas. Lo que escuché en aquella tarde de la voz de este hombre (no puedo ya saber de quién se trataba), vale por un trillón de Marianos o Gabys Vargas. Recuerdo con entusiasmo de varias de sus intervenciones, en la cuales narró bellas fábulas, como aquella en la que la esposa de un hombre importante y madre de los hijos del mismo se encontraba extraviada en un solitario camino, escuchando un voz que le cuestionaba quién era y le replicaba que no contestaba adecuadamente la pregunta cuando contestaba "soy la mujer de mi marido" o "soy la madre de mis hijos". Lamento profundamente no recordar el final de este relato. 

Pero sí recuerdo, a mi manera, otra de las fábulas:

Una vez, una mujer tuvo una terrible pesadilla. Corría desesperada por las calles, perseguida por un monstruo babeante y hambriento. En cada paso que daba sentía la cercanía de su perseguidor y percibía su aliento fétido envolviéndola. Volteaba y veía con terror que no importaba cuan rápido corriera, el monstruo no se detenía. Finalmente, se halló acorralada cuando encontró que el camino que había tomado terminaba en una pared que le impedía seguir huyendo. Aterrorizada, se detuvo y vio cómo el monstruo se acercaba. Con las pocas fuerzas que el terror le permitió, preguntó al monstruo: "¿Qué vas a hacer conmigo?"

El monstruo se detuvo frente a ella y contestó: "No lo sé. Éste es tu sueño".

Se me enchina la piel cada que lo recuerdo.

Esta es la cuestión: me encantaría saber quién es el autor de este relato. Si alguien de aquellos que lleguen a leer esto, reconoce la fábula, me haría muy feliz si me dijera quién la escribió.

Si no, por favor, al menos háganla viral. Lo amerita, ¿no creen?

[Bebo de un trago la poca leche que queda en el vaso. Me levanto de la silla y salgo de la imagen por la derecha. Desvanecido en negro. Créditos]

H.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Jikoli (cuento)


Hurgaba yo en mis archivos, cuando me topé con este curioso textito que escribí quién sabe cuándo ni con qué propósito. Lo que sí recuerdo es que el nombre del (los) protagonista(s) nació de un jugueteo con las teclas. Prueben escribirlo varias veces y me entenderán.

Es maravilloso cómo de detalles tan simples nazcan cuentitos como este. Aprovecho que lo subo al blog para ponerle título. Como verán, no me quebré la cabeza al hacerlo. No es la gran chingadera, pero es el descubrimiento del día; a ver qué les parece.

Va:

Lo llamaban Jikoli. En algún tiempo, su única diversión fue arrebatarle monedas de cobre a los pacíficos habitantes de la Villa Mangosta. Un pueblo libre de cobras, siempre escaso en monedas de cobre, tan necesarias para obtener agua de los pueblos cercanos. Por eso lo llamaban Jikoli, que en villamangostí significa, “el secador”. Nadie sabía de dónde venía en realidad y pocos lo habían visto cuando robaba las monedas. Quienes lo describían nunca llegaban a un consenso, por lo que cualquier habitante de la Villa podía ser Jikoli.
            El día que lo atraparon y enjuiciaron quedará para la historia. Un vecino precavido había colocado una ratonera en su cofre de monedas. En cuanto Jikoli entró a robarlas, se enfrentó con la dificultad de quitar la ingenua trampa para no salir lastimado, pero el tiempo que tardó en idear la manera de hacerlo fue suficiente para que ser sorprendido por el astuto villano, que elevó de inmediato el llamado de alarma. Toda la Villa despertó.
El ladrón resultó ser el sobrino de la víctima.
            Cuando las investigaciones avanzaron, resultó que ese “Jikoli” robaba porque otro “Jikoli” le había quitado a su vez las monedas.
            La eficiencia del sistema de justicia, en una impresionante demostración de su sentido de la responsabilidad con la Villa, desenmascaró a un pueblo entero de Jikolis.
            Muy lejos de ahí, con una sola moneda de cobre para comprar una gotas de agua, el primer Jikoli moría entre la maleza después de ser mordido por una cobra.

H.

sábado, 13 de octubre de 2012

La chica Delirio pregunta...

¿Cuál sería la palabra para el proceso mediante el cual tu mente acaba creyendo tus propias mentiras?

¿Volveremos a nuestro ritmo habitual?

Ni idea.

H.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

El Mano Negra y las moscas henriquistas


[El general Miguel Henríquez Guzmán hizo campaña por la silla presidencial como candidato de la Federación de Partidos del Pueblo Mexicano (FPPM) en la elección de 1952, que finalmente ganaría Adolfo Ruiz Cortines. Como en todas las campañas mexicanas en las que la oposición se sintió con verdadera fuerza para arrebatarle la presidencia al partido gobernante, la henriquista de 1951-1952 está llena de anécdotas memorables. Sin embargo, pocas son tan pintorescamente narradas como ésta, salida de la pluma de Enrique Quiles Ponce, con motivo de la estancia de los henriquistas en Ciudad Valles, San Luis Potosí, en octubre de 1951. La veracidad del relato me da lo mismo; es una joya propagandística que da una sensación de haber sido sacada del Libro Vaquero. Y eso por sí mismo le da derecho a ocupar un espacio en este blog.]


Durante la estancia en Ciudad Valles ocurrió algo digno de contarse, ya que además de los consabidos obstáculos, las amenazas de agresiones criminales aprovechando la abundancia de gatilleros profesionales al servicio de los caciques locales, se volvieron ominosas y abundantes. El propio Gonzalo N. Santos destacó a sus mejores elementos para amedrentar al pueblo y desorganizar a los henriquistas. Comisionó inclusive a su mejor hombre, de triste memoria y fúnebre apodo el “Mano Negra”, asesino nato y sin sentimientos. Este sujeto anduvo pregonando que: “Todo henriquista que tuviera enfrente lo aplastaría como mosca”. Hasta los oídos del teniente José Verduzco Amezcua llegó la balandrona del “Mano Negra”. Veduzco era un muchacho excepcional, que ni en los momentos más difíciles mostraba asomo siquiera de nerviosismo, pues parecía que, carente aún del instinto de conservación, gozara con el peligro.

Así, caminando en círculos en el clásico zócalo provinciano de Ciudad Valles, envuelta en el hálito húmedamente caluroso de la lujuria vegetal de trópico, se encontraron frente a frente el “Mano Negra” y Verduzco.

Éste dijo al pistolero:

-Aquí estoy, soy henriquista de hueso colorado. Máteme si puede, y si no retírese y dígale a don Gonzalo que no somos moscas, ¡somos hombres!

El “Mano Negra”, desconcertado y sorprendido, trató de sacar la pistola, pero como estaba acostumbrado más a la ventaja y a la traición que al valor, su mirada torva de asesino sin escrúpulos, no pudo resistir la mirada limpia de un joven que despedía vitalidad y al que adivinó, con el instinto de conservación de animal gravemente amenazado, la decisión y la agilidad. Entonces, el joven militar con movimientos de cobra encañonó al “Mano Negra” y lo desarmó. En seguida, retrocediendo unos pasos, vació la pistola de cartuchos y la arrojó a los pies del pistolero, quien lentamente y mordiéndose los labios recogió el arma y cuidando no hacer ningún movimiento sospechoso, rápidamente dio media vuelta y se alejó gruñendo.

Enrique Quiles Ponce. Henríquez y Cárdenas ¡presentes! Hechos y realidades de la campaña henriquista pp. 124-127.

H.

Demostración enjambrista en el movimiento ferrocarrilero de 1958-1959


[El 26 de junio de 1958] en Aguascalientes, después de las 10 de la mañana “… el ruido cotidiano dejó de escucharse, las máquinas, las planchas remachadoras, los hornos cesaron, el silencio se hizo total en los talleres… Pero dentro de los mismos el enjambre humano permanecía en sus puestos de trabajo con los brazos caídos”, dispuestos a luchar…

Ramón Báez Esquivel. El movimiento vallejista en Aguascalientes. Las luchas ferrocarrileras de 1958. México: Editorial Contundencia, 2003. p. 35


Me (Nos) llamaron rebaño,
nos (me) nombraron legión,
                                 pero so(y)mos ENJAMBRE.

H.

miércoles, 18 de julio de 2012

En la opinión de...

La Momia de Lenin


En efecto: una de las pocas personalidades de internet que respeto está de vuelta. Si quieren saber de qué hablo, dénle click aquí.


H

domingo, 15 de julio de 2012

Sirileyaháni, pt. III (Fantasía Épica al estilo H)


Siento como que no puedo llamar este fragmento propiamente la tercera parte, pero creo que ya los dejé suficiente tiempor preguntándose cómo continuaría esta emocionante pieza literaria.



A la sombra de un gigantesco árbol que crecía en medio de la plaza de la Cámara de Altos Shofradíes, descansaban varios miembros de la guardia de aprendices y muchos de sus compañeros que tenían curiosidad por saber qué sucedería en la sesión. Sin embargo, muchos de ellos no contaban con que los días de sesión en Naad-Bolg eran un acontecimiento del que gran parte de la ciudad tomaba parte, y para estar presente, hacía falta llegar muy temprano, antes de que la cantidad de gente no permitiera siquiera permanecer de pie en la puerta del gran salón. Mientras una intensa sesión se desarrollaba en el interior del gran salón de la Cámara, en la plaza, dormitaban aburridos los aprendices junto a otros desilusionados ciudadanos que no habían podido entrar. De vez en vez, alguien, un niño descalzo o un icor por lo general, llegaba con noticias dispersas sobre lo que acontecía en el interior del salón, para echar a correr de regreso y enterarse de más; sólo así se explicaba que quienes se encontraran en la plaza soportaran el intenso calor del medio día esperando saber el resultado de la sesión.
            -¿La viste?
            -Sí, llegó en la segunda caravana. Quiso entrar con el grupo de Bari, pero no se lo permitieron. Quizás los hechiceros saben quién es…
            -Lihug, no seas ridículo
            Soidag escupió fastidiado por el calor.
            -¿Por qué no? Ellos vienen de Lokia, allá sí deben tener una idea más clara sobre la Sirileyaháni. Hay tantas versiones de la historia…
            -“…que resulta imposible descartar alguna posibilidad”, sí ya lo sé, me lo has repetido cientos de veces.
            -¿Ves? Tú mismo lo aceptas.
            -No, lo que yo acepto es que tienes un retrato en tu celda con el que estás obsesionado y ahora entiendo por qué: esa chica tiene el extraño tipo de belleza que te atrae y sus rasgos son muy similares a los de ese lienzo. ¡Demonios, Lihug! ¡Podría ser el retrato de su madre, y por alguna razón cayó en tus manos! ¿Por qué no en vez de complicar todo con tus fantasías, le muestras el retrato y sacias tus dudas?
            -Eso es absurdo. Te he explicado los detalles. No quieras convencerme de nuevo con tu idea de las coincidencias.
            -Es lo más creíble. Tú y yo sabemos que las familias que envían a sus hijos al Santuario han sido las mismas durante siglos. Tal vez alguna se incorpora a veces, pero, vamos, te consta que tienes parientes en el santuario de los que nunca habías oído hablar. Somos una gran familia que pretende no serlo. Si los nombres están ahí y pasan de unos a otros, ¿por qué no las pertenencias?...después de todo, ¿qué haces tú aquí hoy? A la chica…
            -Nirel
            -Sí, a Nirel… a ella la puedes ver en el Santuario, ¿por qué venir hasta la ciudad?
            -No vengo a verla a ella –contestó Lihug desviando su mirada hacia el edificio. Volteó hacia Soidag sonriendo- Es sólo una coincidencia.
            Soidag se había pasado toda la conversación trazando espirales con una vara en la árida tierra de la plaza. Cuando terminó de hablar, la aventó lejos. Lihug siguió con la vista el objeto lanzado.
            -Sé que me voy a arrepentir de preguntar una vez más, pero ¿de dónde sacaste ese lienzo?
            Lihug siguiendo con los ojos la trayectoria de la vara, ahora los tenía fijos en una de las salidas laterales del salón de la Cámara.
            -¡Mira! –dijo señalando en esa dirección.
            Un grupo de soldados traían sujeto a un hombre cuya vestimenta le identificaba como representante de los Altos Shofradíes, que se retorcía furioso mientras le sujetaban y lanzaba maldiciones. Los soldados le golpearon en el estómago y le dejaron tirado, junto a un pozo cercano. Quienes se encontraban cerca tomaron el incidente como uno de tantos que ocurrían durante las sesiones y dejaron al hombre tendido en el piso, confiados en que se levantaría.
            -¡Tenemos que ayudarlo, Soidag! ¡Ven!
            -No, no me levantaré de aquí. Además, debo estar con los demás, en caso de que sea necesario actuar.
            -¡Ahora es necesario actuar! ¿Un representante golpeado por la Guardia? ¡Vamos, es indignante!
            Soidag se levantó con pereza: -No sales mucho, ¿cierto?
            Lihug se alejaba corriendo, llamándolo.
            Llegaron junto del hombre, que apenas se reponía del golpe en el abdomen. Lihug se agachó para hablarle.
            -¿Se encuentra bien?
            -Si, muchacho, no te preocupes. Me han dado palizas peores.
            Volteó a ver a Lihug y lo reconoció.
            -¿Eres tú?
            -Sí, señor Dasruïg.
            -Entonces la nota que recibí era cierta, ¡la encontraste! Cuéntame, ¿cómo es? ¿Joven? ¿Vieja? ¿Es una aprendiz, como tú?
            -Sí, señor Dasruïg. Y se encuentra aquí, ahora mismo.
            Soidag se rascaba la cabeza, preso de la duda.
            -¿Quién es este hombre, Lihug? ¿Por qué lo conoces? ¿Piensas entrar a la Cámara?
            El hombre y Lihug se echaron a reír.
            -Soidag, quiero que conozcas al representante de los Altos…
            -Bajos, Lihug, recuérdalo.
            -De acuerdo: representante de los Bajos Shofradíes en la Cámara de Naad-Bolg, Numef Dasruïg. ¿Querías saber dónde conseguí el lienzo? Él me lo dio.
            -¿Bajos Shofradíes? ¿Qué demonios es eso? –preguntó Soidag
            -Soy mestizo, muchacho –respondió el hombre levantándose- mi madre y abuelos eran ceicluts, de las tribus que tu gente ha estado matando desde hace dos generaciones en el desierto.
            Soidag no supo qué pensar. Los mestizos eran lo más bajo, y los peores eran los que resultan de la mezcla de seres humanos con ceicluts, morks, o cualquier otra raza del desierto. Se preguntó cómo un individuo así había logrado ser parte de la Cámara.
            -Las cosas son distintas en la ciudad, muchacho.
            -¿Qué?
            -Preguntaste que cómo era posible que alguien como yo fuera parte de la Cámara.
            -Yo no recuerdo haber…
            - Una mente abierta es como un libro.
            Soidag volteó a ver con incredulidad a Lihug.
            -Los ceicluts pueden leer las mentes cercanas a ellos –contestó éste- O como ellos lo llaman: las escuchan “cantar”. En realidad no pueden saber todo lo que piensas, sólo aquello que merece salir, como las preguntas, los rezos…
            -Sí, sí… ¿y los mestizos heredan esa brujería?
            -Los seres humanos son como envases vacíos. –contestó divertido Dasruïg- Todo lo que llega a ellos se adapta. Un hijo mestizo de un ser humano con otra raza puede heredar cualquier habilidad. Y en Naad-Bolg cada vez somos más.
            Soidag hizo un gesto de preocupación.
            -Hemos logrado que la Cámara nos permita ser representados, aunque claro que seguimos viviendo a las orillas de la ciudad; orillas mucho más extensas que la ciudad misma…
            -Sí, ahora lo recuerdo –dijo Soidag- Pero eso aún se discute, nadie ha permitido que un mestizo entre a las cámaras, ni mucho menos representar a alguien. No creo que los dejen entrar. Sería indigno para la República.
            Dasruïg rio estruendosamente y puso una mano sobre el hombre Soidag.
            -Muchacho, muchacho… los jóvenes como tú deberían aprender a apreciar los cambios.
            -¡Quítame las manos de encima! –chilló Soidag- Lihug, tengo que regresar con el resto.
            Se alejó. Dasruïg lo siguió con la mirada, fascinado.
            -Tu amigo se comporta como un viejo. Acerté, ¿cierto? No es de Naad-Bolg.
            -Su familia es de un pueblo cercano, pero lo encontraron vagando en las calles cuando tenía edad para entrar al Santuario.
            -¿Él te ayudó a encontrarla?
            -Eh, no. Fue coincidencia. Los morks entraron a mi celda mientras estábamos en la fiesta de recibimiento del enano… De hecho, antes de que sucediera todo, yo la vi. Estaba entre los aprendices que se burlaron de mí. Y después la vi de nuevo, bebiendo y haciendo escándalo. Soidag está de acuerdo: es el mismo rostro.
            -Oh, sí, el enano. Dime Lihug, ¿qué opinas acerca de que un enano se instruya como un ser humano?
            -¿De qué vale mi opinión?
            -Eres parte del Santuario. Sólo los hijos de los hombres están ahí. El resto de las razas no ponen un pie en ese lugar a menos que vayan como sirvientes o visitantes. Siempre ha sido así. Nos han dado un espacio en la ciudad, en las Cámaras, pero nunca lo harían en el Santuario. ¿No te parece extraño?
            -Que un enano o una gallina estén en el Santuario es igual. Hace años que ese lugar no es lo que solía ser –contestó amargamente Lihug- Si el lugar ha cambiado, ¿por qué no las reglas?
            -No pareces muy convencido de lo que dices…
            Lihug bajó la mirada.
            -¿Quiere que sea honesto? Todo está mal. El poder, las gentes, las costumbres, las ideas, las técnicas. Todo va mal, todo en decadencia, al borde del colpaso. Así lo veo. Algo o alguien debería terminar con toda la decadencia de una sola vez. Purificar Shofrad.
            -Por eso buscas a la Sirileyaháni…
            -¿Hago mal?
            -No, para nada. Eres uno de los nuestros –dijo Dasruïg mientras se volteaba hacia la puerta principal del recinto, del cual ya salían el joven Bari y los aprendices- Uno de los nuestros…-puso su mano en la frente para hacerse sombra sobre el rostro- Veo una chica…
            -Es Zemnael. Se adueñó de las decisiones del grupo de aprendices en esta visita. La detesto…
            -No, Lihug, si la detestas no puede ser ella. Tengo mi vista puesta en…
            Dasruïg dio de repente dos pasos hacia atrás, con brusquedad, su respiración se hizo difícil y se dobló, mirando al piso, con sus manos sobre sus rodillas.
            -Es ella –susurró.
            Lihug se agachó para atenderlo, pero Dasruïg le indicaba con la mano que estaría bien. Volteó y lo miró directamente a los ojos.
            -Lihug, debes acercarte a ella. Conocerla y averiguar qué sabe sobre sí misma. Y cuando tenga tu confianza, tráela con nosotros. El pueblo la reconocerá, estoy seguro. Muéstrale el lienzo cuando sea el momento.
            Se incorporó.
            -Debo irme. Recuerda que cualquier cosa que suceda, puedes enviarme una nota.
            Lihug lo vio alejarse, mientras susurraba: “Es ella”.

H.

La chica Delirio pregunta...

¿Cuál es la palabra para la actitud que asumes cuando supones hechos de los cuales no puedes tener certeza y sin embargo no te atreves a aclarar tu duda con alguien que posiblemente pueda despejarla?

Algo chafa esta vez. Entiendan, es por tanta lluvia.


H.

miércoles, 4 de julio de 2012

En la opinión de...

La Momia de Lenin


La cosa ya se puso color reptil. Vayámonos preparando.


H.

domingo, 24 de junio de 2012

La chica Delirio pregunta...

¿Cuál es la palabra para la intención que tienes y siempre se te ve obstaculizada por sensaciones de bienestar?

H.

miércoles, 20 de junio de 2012

En la opinión de...

La Momia de Lenin




H.

domingo, 17 de junio de 2012

Domingo de 2x1

Por orden de agenda:

En la opinión de

La Momia de Lenin

La chica Delirio pregunta

¿Cuál sería la palabra para nombrar una vocación que es al mismo tiempo bendición, obsesión y perdición?

H.

domingo, 10 de junio de 2012

La dama Delirio pregunta...

¿Cuál sería la palabra para calificar a una persona que nos parece admirable y patética a la vez?

H.

miércoles, 6 de junio de 2012

En la opinión de...

La Momia de Lenin


El camarrada tiene razón: nada como que la gente se la crea. La democracia parecerá un problema irresolvible, un cuento para imbéciles, el paso previo a la demagogia descarada y la causa de nuestras desgracias los últimos veinte años, pero que la gente aún se la crea debe significar algo.

También será que hay lugares donde se nos había olvidado mirar de cerca.

Desconfío de la alegría alegrándome. Descreo de la verdad buscándola. Mi nombre es ENJAMBRE.

En otras noticias: hoy desayuné atole de vainilla y este blog le va a entrar a la intensidad preelectoral.

O a lo mejor no. Ya veremos

H.

jueves, 31 de mayo de 2012

Sirileyaháni, pt. II (Fantasía Épica al estilo H)

Un aviso:
Dije que esta historia estaría completa en mayo. Mentía sin saberlo. De cualquier forma, esta parte que leerán a continuación avanza bastante en el argumento y, bueno, dados los acontecimientos político-estudiantiles que actualmente tienen lugar en México, me pareció que ver la evolución de los mismos podría ayudarme con este texto. Creo que no necesito decirles por qué, ¿o sí? De hecho, en el momento en que el movimiento #132 irrumpió en la arena pública, Sirileyaháni ya había nacido; si ahora lo empieza a infectar, la verdad no tengo problema.

Éntrenle:

-¿Qué es lo que sabemos realmente? Que su nombre tal vez ni siquiera era Bari. Hay algunos sabios y hechiceros en la Orden que han llegado a suponer que la Casta puso su nombre a la Doncella y no al revés.
            El sabio Cymnol dejó de lado su copa y mordió un pedazo de carne. El grupo de aprendices que lo rodeaba permaneció inmóvil, algo desconcertados por lo que acababa de decir. Continuó:
            -En los registros de Naad-Bolg se dice que su nombre provenía del shidé, la lengua con la que nos entendemos con el resto de las naciones, y que significa “Flor”. ¿Cuántos de ustedes hablan shidé?
            Una chica asintió.
            -¿Tu nombre?
            -Nirel
            -Nirel, dinos, por favor, ¿cuántas palabras hay para flor en shidé?
            -Sólo una: yeh.
            -Y se sabe que no existe una raíz más incorruptible en toda la lengua shidé. Nada nos prueba que el nombre “Bari” sea shidé ni que signifique “Flor”. En Shofrad, pocas personas saben hablar esta lengua, porque los que la conocen no la enseñan, excepto aquí en el maldito Santuario –dio golpes en la mesa mientras decía “maldito Santuario”-¡Oh, dulce elixir de la verdad! ¡Venga otra copa!
            El aliento de embriaguez de Cymnol se esparció en la mesa. Su mirada, perdida a ratos, se centró unos instantes en Nirel y después se le dibujó una amplia sonrisa en los labios ante las copas de licor que llegaban a la mesa. Dio un prolongado trago a una de ellas y prosiguió:
            -Sabios del Relato Maestro han rastreado todo indicio de la “Gran Doncella” en crónicas de todas las naciones por las que se dice que pasó. Claro, como la mayoría de ellos están ordenados en Naad-Bolg, aseguraron que la leyenda de la marcha de Bari se conoce en todos lados y que las aldeas de Nikania poseen incluso reliquias. ¡Mentira! Nadie en Nikania conoce a Bari. Verdaderos Sabios del Relato Maestro, educados aquí en el Santuario, sólo han hallado indicios del paso de Bari en lo más remoto de la costa oriental: un rezo a Sardock, y otro a Laox, Gran Rey de los Océanos, por el alma de una niña muerta en un huracán, sobre una lápida. Es todo. Pero lo más interesante es que los registros de ese rezo están en un templo a Raazvet, el dios de la guerra, uno de tantos a quienes los piratas de esa región les piden auxilio. La niña, según los registros, era hija de un tal Bahrik.
            Azotó contra la mesa la copa de licor que había ingerido y miró a los aprendices con una sonrisa triunfante.
            -¡Por los dioses que nos han mentido toda la vida! Los shofradíes somos tan cobardes que nunca iríamos a comprobar nada sobre esta leyenda. La doctrina del Relato Maestro se creó precisamente para saber este tipo de cosas y nadie en este país de mierda se esfuerza por conocerla. Pero no me crean a mí: todo lo que acabo de decirles será negado por cuanta persona conozcan. Por desgracia, estas afirmaciones son recolectadas de aquí y de allá. Los Sabios del Relato Maestro se limitan a decir lo que encuentran, no concluyen nada. Y está bien, su doctrina no los obliga a decir verdades, solo construir caminos hacia ellas.
            Un aprendiz que pasaba por ahí se detuvo ante la frase de Cymnol y con visible molestia, interpeló al sabio:
            -Esa es una posición cobarde. En tiempos como estos, lo que más se necesita es la verdad.
            Cymnol lo miró con interés.
            -Aún eres joven… Y puedo suponer que te estás formando en los caminos del Relato Maestro.
            -Ahora mismo, hay cosas más importantes en qué ocuparme que en verificar leyendas con el método que dicta una doctrina coja. El Relato Maestro necesita ser renovado.
            Mientras decía esto, sus ojos se paseaban entre los que acompañaban a Cymnol en la mesa y entonces se detuvo cuando vio a Nirel.
            -¿Cómo te llaman, renovador? –preguntó con sarcasmo Cymnol.
            -Lihug –contestó aquel sin dejar de mirar a Nirel- Y yo sí creo en la Doncella, en la verdadera. No importa cuántos sabios nieguen su linaje, sólo porque no les agrada la tiranía que se sostiene en su nombre, existió una verdadera doncella. Y yo le debo mi devoción a ella.
            La atención del grupo, que antes se centraba en Cymnol, ahora se dirigía a Lihug. El sabio replicó:
            -Joven, los símbolos son válidos, las creencias tienen poder, de eso se alimentan nuestros dioses, ¿no es cierto? Pero debemos hacer algo para hacerlo efectivo: debemos rezar, actuar con rectitud, coherencia, sabiduría, compasión. No hay manera de que el poder del símbolo de Bari se desvanezca con descubrimientos no confirmados hechos a millas de aquí. La doncella existió, de eso no cabe duda, pero de la forma en que crees, hijo…
            Lihug no despegaba su vista del rostro de Nirel.
            -¿Bari? –contestó incrédulo- Yo no hablo de la Filvaík. Hablo de la Sirileyaháni.
            La súbita discusión había atraído a un número considerable de curiosos a la mesa, escuchando atentamente; ello hizo aún más estruendosa la espontánea risa que brotó de todos los presentes al escuchar a Lihug invocar a la Sirileyaháni. El mismo Cymnol no pudo evitar contener sus carcajadas. Al parecer, únicamente Nirel no le había parecido algo gracioso, aunque dejó escapar una ligera sonrisa burlona. Los ojos de Lihug habían dejado de fijarse en ella para mirar consternados a los otros aprendices, que se burlaban de él.
            -¿Qué es tan gracioso? ¡Digan!- exclamó.
            -¿Sirileyaháni? –respondió uno- ¿Dónde creciste? ¿En un establo? ¿Recolectando bayas o robando gatos? ¡Ha, ha, ha!
            La risa de los presentes aumentaba con cada nuevo comentario que sugería que Lihug no era un aprendiz de Naad-Bolg, sino un sucio campesino o vagabundo. Cuando la conmoción general se disipó y algunos ahogaron sus carcajadas en licor, Cymnol tomó la palabra.
            -Hijo, la Sirileyaháni no existió, no existen pruebas de ningún tipo: ni en la tierra, ni en los rituales, ni en la doctrina. Ni siquiera sospechando llegaríamos a una conclusión tan ridícula. Los dragones son distintos a nosotros, no hay ser humano que pueda comparar su espíritu con ellos. Son los Primogénitos, recuérdalo bien; nosotros, los Terceros Hijos. Quizás sí hubo una Filvaík Bari, pero no la que la Casta nos dice; quizás lo único que queda es la hija del pirata Bahrik. Sólo el pueblo bajo cree esas historias de la Sirileyaháni, que los ciegan ante la realidad. Eres un aprendiz del Santuario. ¡Por los dioses! Ten algo de sentido común.
            Se levantó pesadamente de su asiento y acercándose a Lihug, le tocó el hombro con un gesto paternal.
            -Debo descansar. Deja de recolectar historias del pueblo bajo, hijo. Tu pasión por la verdad podría estar mejor encauzada si pusieras tu interés en otras cosas. ¡Sirileyaháni! ¡Ha, ha, ha! –exclamó alejándose.
            Lihug, cabizbajo, se retiró a su vez hacia su celda. La fiesta lo había agotado, las burlas lo habían cohibido, el sueño y la embriaguez lo estaban derrotando. Pero no olvidaba lo que acababa de ver: una de las aprendices tenía los rasgos. Debía ir a registrarlo en sus pergaminos, ver el retrato y confirmar. Salió del gran salón, deslizándose silenciosamente hacia los jardines frontales, donde se había colocado la guardia de aprendices de Ogùa Bari.
            -¡Soidag! –susurró hacia los arbustos
            De entre la crecida hierba surgió un aprendiz con actitud resignada que portaba un pequeño mazo con cabeza de bronce.
            -Estoy por hacer mi ronda, ¿por qué vienes a molestarme cuando hay una fiesta allá adentro de la que deberías estar disfrutando? Juraría que te aburres aquí sólo para echarme en cara que yo no puedo festejar.
            -La vi. Ha vuelto. ¡Es ella!
            Soidag hizo un gesto de incredulidad y extrañeza.
            -¿Quién?
            -¡Ella!
            De pronto, Soidag comprendió lo que Lihug le decía.
            -¡Oh! Bien…-titubeó desinteresado- Y ¿qué harás?
            -Aún no lo sé… pero es necesario ser prudentes. El nuevo Bari no parece confiable y no quiero que se entere. Sé que no sabes guardar secretos, pero por favor, guarda este por mí.
            -No te entusiasmes –Soidag frunció la nariz, olfateando- tal vez fue el licor. Es normal, ¿sabes? Yo vi cosas cuando iba con mi padre al campamento; confundía personas y animales. Una vez casi asan vivo a un icor que le servía a mi padre porque les dije que era una lagartija. Has visto demasiado el retrato, ¿no crees que tu mente ya vea ese rostro donde no está?
            -Bebí, pero estoy seguro de que no fue por eso. ¡Era ella, te lo juro! –Lihug abrió más los ojos y le señaló en dirección al salón- ¡Mira, ahí está!
            Soidag volteó para ver a un grupo de chicas aprendices que salían del salón, levantando copas y brindando estruendosamente. Tras de ellas iban dos aprendices hombres, al parecer más sobrios, y tres sirvientes icors. Nirel era una de las más entusiastas. Cada brindis lo dedicaban con un agudo grito: “¡Ogùa Bari! ¡Ogùa Bari!”. Soidag se encogió de hombros, suspiró y se acercó al grupo.
            -¡Hey! ¡Lleven este escándalo a otro lado! Nada de ruidos cerca de los dormitorios. Para eso está el salón.
            -Pero ahí no hay camas –replicó una de las chicas con voz aguardentosa- hay mesas, pero son muy incómodas…
            El grupo echó a reír. Soidag se acercó, tomó violentamente a Nirel del brazo, zarandeándola y haciendo que ésta tirara la copa de licor.
            -Hagan caso, maldita sea. O las arresto.
            -Son peores que la guardia de los viejos –replicó enérgicamente Nirel- niños queriendo ser soldados. Están aquí para protegernos de la verdadera Guardia y en vez de eso, nos prohíben divertirnos. ¿O será que nadie te incluiría en un juego de estos y estás celoso de los icors?
            Soidag la miró fijamente a los ojos, con furia.
            -No me interesan sus perversiones, sólo lárguense de aquí.
            Una de las chicas sugirió al resto regresar al salón y así el grupo se alejó del jardín.
            -Bien –dijo Soidag, de regreso con Lihug- Vayamos a tu celda a confirmar. Si es ella, quizá se nos ocurra algo. Puedo escaparme de hacer la ronda un momento.
            Cuando llegaron a la celda de Lihug, se encontraron con un desorden terrible. Los estantes estaban en el piso, las sábanas se hallaban hechas jirones en el piso, el camastro estaba volteado y los cristales de las ventanas, rotos. Al fondo, recargado sobre una de las pequeñas paredes, se hallaba un lienzo amarillento que lucía una figura femenina rodeada de símbolos y pequeños animales. Los ojos de dicha figura se fijaban en quien viera el lienzo. Soidag se acercó y lo contempló largo rato, mientras Lihug acomodaba sus cosas.
            -Morks –susurró Soidag sin despegar la mirada del cuadro- Esos malditos simios no pierden oportunidad de hacer destrozos. Recuerdo que mi padre me contaba que, en el desierto llegaron a beber la sangre de los heridos con tal de llevarse algo y hacer daño. Alguien debería matarlos a todos.
            -Es extraño –dijo Lihug- Si fueron morks los que entraron, dejaron la comida intacta –metió la mano en su pequeña alacena y sacaba pedazos de pan y carne y frutos secos- Y por lo que veo, no se llevaron nada. Tal vez un par de mis túnicas.
            Soidag se acercó a la ventana y se asomó hacia afuera. Abajo, junto a los altos muros, se distinguían los pedazos de cristal que varias ventanas del edificio habían dejado caer al ser rotas.
            -No sólo entraron en tu celda. Todo el jodido edificio fue asaltado. Tengo que bajar a avisar al resto de la guardia. Si los morks siguen aquí, tal vez podamos atraparlos –dijo entusiasmado- ¡Por fin, algo de acción!
            Se acercó precipitadamente a la salida y en el umbral se volvió hacia Lihug.
            -Creo que sí es ella, tenías razón. La cuestión es, ahora ¿qué piensas hacer?
            -No lo sé –contestó Lihug mientras reunía los jirones de sus sábanas- Nunca creí que pasaría.

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La noticia corrió como pólvora al día siguiente en Naad-Bolg: una banda de morks, simiescos seres de raza inferior, provenientes de la frontera con el desierto occidental, había entrado a saquear el Santuario de los Aprendices durante la fiesta de recibimiento al enano Asduk, llegando a asesinar a un par de chicas aprendices y tres sirvientes icors que habían llegado con Ogùa Bari, quien estuvo en la celebración. La pequeña guardia instalada por él los sometió después de una larga lucha de horas, pero, de improviso, un destacamento de la Guardia de la ciudad, liderada por Damol Bari, tío del joven Ogùa, entró al Santuario para desalojar a los morks cuando ya habían sido reducidos. El enfrentamiento entre ambas guardias había producido la muerte de un aprendiz más.
Entonces, los poderes de la República se reunieron. La Cámara de Altos Shofradíes recibió a los más altos jerarcas de la Orden de Hechiceros en presencia de los ancianos Grandes Señores, Sorum y Hakell, para discutir el incidente.
            El gran salón de la Cámara se encontraba abarrotado de gente. La enardecida multitud se arremolinaba tras las vallas, apenas contenida por la Guardia.  Delante de ellos, se encontraban sentados muchos de los cuatrocientos representantes de todos los barrios de Naad-Bolg. Los tronos de los ancianos hermanos, a ambos lados de la sobria silla del presidente de la Cámara, estaban rodeados completamente de miembros de la Orden y representantes de la Cámara, que discutían airadamente, pero casi susurrando, mientras gritos de furia salían de entre la multitud. El sabio Cymnol se hallaba entre ellos.
            -¡Son nuestros hijos, Sorum! ¡Cuántos ibas a dejar que murieran para defender el Santaurio! ¡Cerdo!
            -¡La Guardia sólo protege sus arrugados culos, malditos vejetes! ¡El resto estamos indefensos!
            -¡Ustedes mataron a nuestras hijas, ustedes!
            De entre la multitud se pudo ver cómo uno de los representantes de la Cámara fue arrestado por la Guardia después de haberse acercado al trono de Hakell Bari y haberle gritado mientras la punta de su dedo índice chocaba con el pecho del anciano. El jefe de la Guardia, Damol Bari, sacó entonces un látigo y blandiéndolo, golpeó la valla desde donde la gente maldecía a los ancianos. Un tenso silencio se hizo de súbito. Tras una mirada de acuerdo que intercambió con el líder de la Guardia, Sorum Bari se levantó del trono para tomar la palabra. Un hechicero lanzó un pequeño conjuro para amplificar la voz del Gran Señor.
            -Ciudadanos: la tragedia del Santuario ha conmovido y tocado hasta lo más profundo a la corte de la República, así como lo ha hecho con nuestro pueblo. El Gran Señor Hakell y, este Su Siervo –se señaló a sí mismo con la palma de la mano- hemos decidido emprender una campaña de represalia contra la colonia de morks que se ha instalado a las afueras de nuestra ciudad –el silencio comenzó a ceder a un barullo entre la multitud, que iba aumentando en volumen- para que nuestros enemigos sepan, y que se oiga clara la voz de los shofradíes en el desierto, que atacar a nuestros hijos es como pretender dañar el corazón de nuestra República, ¡y que tal afrenta se pagará con sangre!
            Los miembros de la Guardia y una parte de los representantes de la Cámara comenzaron a corear el nombre de los ancianos, pero el resto de los presentes seguía maldiciéndolos.
            -¡No más de esas malditas campañas!
            -¡Solamente enviarás a nuestros hijos y a los que somos pobres!
            -¡Represalias son las que habrá contra ustedes, tiranos de mierda!
            Los latigazos del jefe de la Guardia volvían a imponer el silencio. El presidente de la Cámara habló.
            -La Cámara, la Orden, los Grandes Señores y el pueblo escucharán ahora a los aprendices, que han tenido la valentía de venir hasta acá y contarnos sobre lo que sucedió.
            De entre los cientos de asistentes salieron entonces dos grupos de aprendices, uno de hombres y otro de mujeres todos con un semblante serio y porte altivo, rodeados por hechiceros y aprendices guardianes, como Soidag; a la cabeza del grupo iba una figura encapuchada en una túnica color vino. La valla fue abierta para dejarlos pasar y ocupar un puesto entre los asientos de una parte de la Cámara, que le fueron cedidos por algunos representantes.
            -¿Quién hablará a nombre de los aprendices?
            -¡Yo, Zemnael Gyma! –dijo levantándose una chica
            -¡Y yo, Sájeba Fodh! –contestó otro chico.
            -¡Todos! –gritaron a coro el resto de los aprendices levantando el puño.
            Ambos fueron conducidos al podio guiados por el hombre encapuchado, que al llegar cerca de los ancianos, se descubrió. Era Ogùa Bari. Hubo conmoción en la Cámara y el pueblo. Murmullos se escuchaban por todos lados.
            Sájeba Fodh tomó la palabra.
            -Hoy, nuestro Santuario está de luto. Por nuestros hermanos y también por nuestra dignidad. La Guardia de Naad-Bolg, que obedece órdenes únicamente del autodenominado “Siervo” Sorum Bari, nos atacó ayer, cuando el peligro del que supuestamente venía a protegernos, había sido ya erradicado. No sólo murieron dos de nuestras hermanas a manos de los morks, ni nuestro hermano caído por una flecha de la Guardia, no: tres pequeños icors, seres indefensos y frágiles, que estaban por obtener su libertad, que les sería concedida por el único Bari que ha demostrado ser amigo del pueblo –señaló con su mano a Ogùa-, esos pequeños seres inocentes, fueron salvajemente asesinados también, sólo por el hecho de ser lo que eran.
Un representante se había levantado de su asiento para decirle enérgicamente al muchacho que los icors habían sido muertos por los intrusos, no por la Guardia, pero fue callado por sus propios compañeros.
            Zemnael Gyma continuó:
            -Y no sólo eso: la Guardia violentó el Santuario en más de una forma, arrestando y golpeando a varios sabios que se encontraban en sus dormitorios, y tenemos testigos de que sabían por quién iban: y para probarlo, tenemos aquí un pergamino con los nombres –ella aumentó el volumen de su voz, mientras los murmullos crecían entre los presentes- de los agredidos, firmado por el jefe de la Guardia, Damol Bari –el jefe volteó incrédulo- Una parte de nuestra sagrada biblioteca fue incendiada –los murmullos se convirtieron en comentarios en voz alta- y muchas estatuas de dioses que protegen a naciones hermanas fueron destrozadas.
            Los comentarios se convirtieron en gritos airados que diversos grupos entre los representantes y la multitud se lanzaban unos a otros, pero en especial contra los ancianos. Sorum Bari comenzó a sudar, mientras su hermano Hakell se limitaba a fruncir el ceño. Damol lanzó varios latigazos a la valla, pero ya no surtían efecto. Entonces, en el momento en que el presidente de la Cámara pretendía tocar el gran tambor que garantizaría el orden, Ogùa Bari se acercó al podio y levantó la mano. La multitud se calmó y guardó silencio.
            -Es por todo esto –comenzó- que el Santuario invocará el sagrado derecho de resistencia a la tiranía, establecido en la Ley de la Lápida de Jade, dictada por la misma Gran Doncella, llamando además a Damol Bari ante las Cortes para ser juzgado por el agravio a la integridad del Santuario, actos de blasfemia contra los dioses, agresión al pueblo y por intentar acallar la voz del mismo, ayer encarnada en los aprendices.
            Los aprendices levantaron el puño. Una fracción de la Cámara se levantó airada para interpelar al joven Bari, acusándolo de demagogo y gritándole maldiciones, mientras gran parte de la multitud celebraba con aplausos, silbidos y vivas sus palabras. Damol guardó su látigo y se acercó furioso al podio, empujando a los aprendices y cuando estuvo frente a Ogùa, lo tomó del cuello de su camisa, escupiéndole en la cara. El joven permaneció impasible.
            -¡Calumnia! –exclamó Damol- ¡Todo eso son mentiras! ¡Yo no ordené nada! ¡Ese pergamino es falso!
            -Tío –le respondió limpiándose el escupitajo y tocándole compasivamente el hombro- si eres inocente, se probará.
            Sorum Bari se levantó a separarlos y calmó a Damol, ordenándole seguir en su puesto, asegurándole que tenía su protección. Volteó a ver a Ogùa con rencor.
            -Atacar a tu propia sangre… –le dijo- Eres igual a tu padre.
            -Ustedes no son mi sangre –sentenció Ogùa, bajando junto a Sájeba y Zemnael del podio hacia los asientos de los representantes.
            Los aprendices, con el puño levantado, comenzaron a gritar “¡Ogùa Bari!” repetidas veces, y pronto varios representantes de los Altos Shofradíes, seguidos por muchas personas entre la multitud, se hicieron eco de ellos. El nombre del joven Bari se escuchó entonces fuera del salón de la Cámara, coreado por cientos de voces al unísono. En medio de tal aclamación, él permanecía sereno y dirigiendo al grupo de aprendices con los que había llegado, salió del salón.
El clima en el lugar se hizo más tenso a cada minuto que pasaba. La multitud, excitada, amenazaba con desbordar la valla y la misma resistencia de la Guardia. El tambor de la Cámara sonó varias veces tratando de imponer el orden, pues hasta los mismos representantes se habían dejado llevar por la pasión, insultándose y discutiendo, y no dio resultado. Sorum ordenó a la Guardia desalojar el salón de todos aquellos que no fueran representantes de los Altos Shofradíes, llamando para ello a más soldados que habían permanecido fuera del edificio. El presidente de la Cámara gritó, con voz débil, que, en vista del caos imperante, la discusión sobre la campaña propuesta por los Grandes Señores, y la acusación contra Damol Bari tendría lugar en el recinto de la Orden de Naad-Bolg. Aquellos representantes que llegaron a escuchar la resolución protestaron amargamente, pero no fueron escuchados.
     Afuera, en su camino de regreso al Santuario, Cymnol se vio 
arrastrado por la multitud y veía a lo lejos a Ogùa Bari caminando por las calles de la Ciudad Inolvidable, entre entusiastas shofradíes que coreaban su nombre. El legado de la Gran Doncella, gritaban, finalmente estaba siendo restaurado.

CONTINUARÁ...

H.