Pensé que cuando terminara esa exprimidera de ideas llamada semestre, podría manejar este blog, pero me estoy viendo superado por mi vida personal que bloquea esta pretensión. Tengo varias ideas, pero pues nada de nada en concreto. Por lo mismo, les paso la tercera parte de Sandra y Damián, para que se entrentengan un poquitin. Sé que dije que publicaría las fotos de la injuria que el ayuntamiento del municipio cometió, pero pues no he podido sacarlas.
De momento, lean esto y aguántenme.
III
No puedo creer lo pendeja que soy. Bien sabía lo que Oscar se traía conmigo y todavía se me ocurre llevarlo al antro. ¡Este ha sido mi peor cumpleaños!. Dando vueltas en la cama, boca abajo, ella sollozaba y maldecía a la vida. Se calmó. Dejó de moverse. Y durmió por largo rato.
Era algo difícil bañar a ese perro, pero alguien tendría que hacerlo. Aún no sé que decirle a Mariana y me ponen a bañar al Tyson. ¿Qué será de Sandra? ¿Se acordará de mi? Terminó de bañar al animal en menos de lo que pensaba. Tengo hambre; mejor salgo por unas papas. Salió de su casa y se dirigió a la tienda de abarrotes más cercana… a tres cuadras. Se percató de qué había algo que no había visto antes. Una estética. Pero no era el negocio; era su nombre. ¡¿Estética “Sandra”?! Él no cabía en su asombro. Es sólo una coincidencia; nada más.
Ella despertó en medio de una tarde lluviosa. Es extraño; creí que soñaría con Damián… ¡Puta madre, Sandra! ¡Deja de pensar en él! Había algo extraño en su cuarto, podía sentirlo, algo raro. De repente siento que quiero ver a Damián. Se levantó y se dirigió a la puerta. Tomó la perilla de la misma, giró y abrió. Había algo raro. Definitivamente había algo raro. ¿Qué no abría hacia la derecha?
Él entró en el baño, se lavó la cara. ¡Esa maldita lluvia! De repente sintió algo en el estómago. Sandra. Se puso su pulsera verde, como siempre, en la muñeca izquierda. Se miró al espejo. ¡¿Qué…?!
-¡Damián! –sonaba desde la calle.
Mejor salgo o me duermo de nuevo. Se miró al espejo. Había algo diferente en ella. Tomó la perilla de la puerta, giró y abrió. Abrió hacia la derecha.
-¡Mariana! ¿Qué haces aquí?
-No puedo dejar de pensar en ti… Damián…
Salió de su casa visiblemente alterada. Ella estaba decidida. Creo que es mejor ir y decirle a Damián…
-No, Mariana, lo que te dije es… algo que no esperaba decir.
-Pero yo te escuché; dijiste que si no hubiera impedimento, tú y yo…
Mariana se acercaba a él y lo ponía contra la pared.
-Te juro que esta vez, mis besos no serán vacíos, Damián.
Acercó su rostro al de él. Y lo besó en los labios.
Es por aquí, sí, es por aquí. Ella caminaba en la humedad del ambiente, después de la lluvia; el rocío en las hojas y los pétalos, el lodo en las banquetas, los charcos, el canto de los pájaros. Esa es su casa, sí, aquí es. Vio a un par de personas que estaban junto a la puerta de entrada, pero no podía distinguirlas. Se acercó. Los reconoció. ¿Mariana? Se estaban besando. ¿Damián? Pero, como todo esa tarde, había algo extraño. Sí, era algo raro. Pero, Damián siempre usa la pulsera verde en la mano izquierda… me dijo que era para atraer la buena suerte, puede estar distraído o enojado, pero la pulsera siempre está ahí… ¿Porqué me fijo en eso?.
-¡¿Porqué me haces esto, Damián?! ¡¿Porqué?!
Él volteó y la vio. Era ella. Sandra. Se hizo para atrás. Mariana se separó de él sorprendida. Él no podía dejar de ver a la chica que estaba detrás de Mariana.
- No, Mariana. Esto es un error. Yo siempre he estado enamorado de otra persona.
Se separó de la chica que lo había ido a buscar y caminó hacia ella, cuyo rostro lucía con algunas lágrimas. Se acercó y tocó su mejilla para impedir que una de esas gotas de tristeza siguiera su camino. Ella volteó de manera violenta, pero él la tomó de la barbilla y le hizo mirarlo.
-¿Por qué, Damián?
-Por idiota.
Ella esperaba un forzado beso en los labios, pero él la abrazó; pero no, no era un abrazo cualquiera, era un abrazo especial. Podía sentir un calor que no había sentido antes. Aún sollozando, ella lo abrazó igualmente de manera efusiva. Ahora ese calor lo sentía él.
-Perdóname, Sandra. Siempre estoy confundido y cuando te conocí, nunca me atreví a pensar que te tendría aquí entre mis brazos. Me siento arrepentido, pero también feliz.
-Lo sé, gracias por mostrarme tu cariño. Nunca te lo dije, pero tú también me gustaste desde que te vi, siempre me dije a mí misma que no. Siempre te negaba y ahora me doy cuenta del error que cometía.
-¿Y Mariana?
-Ella no me importa ahora. Solo somos tú y yo, Damián. Ella me ha hecho mucho daño y ya no quiero acordarme de eso. Hoy en la tarde me di cuenta de lo que realmente sentía y yo te quiero así, como eres. Pude ver en tus ojos que lo que me dijiste era verdad. Gracias, Damián.
Se separaron y cada quien se fue por su lado. Mariana aún no comprendía la extraña escena que acababa de presenciar. Y aún le dolía.
Tocaron a la puerta. Y ahí, en ese cuarto estaban los dos. Él se veía a sí mismo desnudo y recargada en su pecho, acostada y desnuda también, sumida en un profundo sueño, estaba ella. Había sido algo mágico. Como nunca en su vida, pero ahora las cosas no parecían mejores, como siempre creyó. Se vio al espejo. Lucía diferente. No importaba que tocaran la puerta. Si yo te amo tanto, Sandra, ¿por qué me siento tan vacío?
Hubo un tiempo en que las cosas eran mejores. Pero después de ese día nunca me sentí igual; había algo diferente en mí, algo que me hizo una mujer diferente. Ella miró fijamente el papel en el cual estaban escritas estas palabras. Era algo muy extraño; era su letra, ella lo había escrito, pero no recordaba cuando lo había hecho. Pero lo más extraño era el hecho de que la nota estaba escrita para ser leída solo reflejándola en el espejo. Tomó el auricular y marcó un número.
-¿Bueno?
-Bueno
-¿Damián?
-Si soy yo, hola.
-¿Cómo estás?
-Bien, oye lo del otro día…
-A mí me gustó
-A mí también.
-¿Tú crees que…
-¿Qué?
-…que… bueno, mejor no te digo.
-Dime.
-Es que no estoy segura.
-Dime, ¿qué pasa?
-¿Qué somos, Damián?
-Es algo que yo también he querido preguntarte desde ese día.
-Entonces…
-Esperaba que tú me dijeras.
-Pues no lo sé, Damián.
Sonaba algo molesta.
-Es más, te quería decir que desde ese día han pasado dos semanas y no me has hablado ni buscado.
-Tú tampoco.
-Entonces ¿qué debo entender? Eh? ¿Qué debo creer?
-¿Respecto a quién?
-¿Cómo que respecto a quién? ¡A nosotros!... Sinceramente no te acabo de entender, primero hacemos la escenita esa frente a Mariana y luego nos acostamos y te olvidas de mí. Siempre has sido algo raro…
-¡Ah! Ahora resulta que soy raro. Pensé que eras más tolerante…
-No me refiero a eso, Damián. No te hagas tonto. Parece que estás jugando conmigo…
-Te iba a decir exactamente lo mismo. Yo sí te he hablado y siempre me dicen que no estás y detrás oigo tu voz. Y no me digas que no.
Tiene razón… Pero él se estaba besando con Mariana ese día. Ella y él estaban furiosos. Pero el motivo de la llamada ya había sido olvidado. Un momento ¡La puerta! Si la abro va a abrir…
-Lo siento, debo irme, Damián. Otro día hablamos.
-Pero…
El tono se encargó de que supiera que ella ya no estaba al teléfono.
¿Qué esta pasando? Ella estaba en su cama, sentada en cuclillas. Sudaba espantada.
Él se percató de que su pulsera verde tenía una marca de lápiz de labios rojo. Eran unos labios perfectamente definidos, de una boca pequeña. Como la de Sandra.
Pasó una semana.
-¿Bueno?
-Si bueno… ah eres tú.
-Si Sandra, soy yo. Sólo quería decirte que pues… me voy a mudar.
Un tenso silencio siguió a esta frase.
-¿C…c…cómo dijiste?
La voz de ella estaba a punto de quebrarse de la súbita tristeza que le invadía.
-Nos vamos a vivir a otro lado.
-¿Por qué?
-Mi papá, encontró trabajo en ……. y pues es mejor irnos de aquí. Solo quería verte antes de irnos. Te veo en el parque ahorita, espero que tu coraje no te impida ir.
Colgó.
No puedo creerlo; él se va y sólo se va a llevar el recuerdo de nuestro disgusto. No, no, no y mil veces no. Debo reconciliarme con él. No puedo creer todas las cosas que le dije. Además solo en él puedo confiar para esto tan extraño que me está pasando. Era una tarde hermosa. Hermosa para una despedida. No la arruines, Sandra. Iba con un paso muy acelerado, pero al verlo sentado en una banca del parque se paró en seco. Bueno, ya estoy aquí, no debo apurarme; él está ahí sentado, no se va a ir hasta verme. Se calmó y caminó despacio hasta llegar a la banca. Se detuvo frente a él; estaba con la mirada gacha, en una postura pensativa. Vio las piernas de la chica.
-Me alegra que vinieras.
-Pues no me podía quedar sin despedirme de ti.
-¿Aún cuando estemos enojados?
-Creo que actuamos mal los dos ese día, ¿no crees?
-Si, tal vez.
Ella seguía de pie. Él seguía sentado, mirando al suelo. Y levantó la mirada.
-Te ves hermosa con la luz del sol de la tarde. Siempre me ha gustado contemplarte en este momento del día. Pero ya no voy a poder hacerlo.
Él sonrió.
-Suena muy fuera de lugar ¿no? Sobre todo tomando en cuenta el disgusto que tuvimos el otro día. Me imagino que aún estás molesta.
-Estoy triste, Damián. Estoy triste porque creí que podrías quererme, pero lo que veo es que eres tan diferente a mí… que no sé… yo te quiero, pero tengo tanto miedo de que las cosas no funcionen. Y si aparte tú no me llamas, no me hablas, no te expresas conmigo de lo que sientes. Si fueras más abierto…
-Pero no lo soy, Sandra, es un defecto que no puedo superar tan fácil.
-Tal vez por eso no nos entendemos. Yo, ya viste, soy demasiado intolerante y tampoco me siento capaz de cambiar.
-Creo que debemos dejar de pensar así ¿no?
Ambos sonrieron.
-Ven, siéntate.
-¿De veras?
-Si, ven. Quisiera abrazarte.
-¿Eso quiere decir que ya hicimos las paces?
A ella le brillaban los ojos.
- Pues creo que no podría irme con esa preocupación.
Ella se sentó junto a él. Esperaba verlo sonriente, pero había algo en su semblante que no le cuadraba.
-¿Qué te pasa, niño?
- Tengo miedo, Sandra.
Sus ojos estaban a punto de estallar en llanto.
-¿Por qué, Damián?
-Mira.
Le mostró un papel con algo escrito. Al verlo, ella también se estremeció. No lo hagas, por favor no lo hagas; eso era lo que decía el papel. El mensaje no hubiera sido más perturbador si no hubiera sido por el hecho de estaba escrito para ser leído solo reflejándose en el espejo.
-¿Qué significa esto? Damián…
-No lo sé, estaba escribiéndote una carta de despedida y de repente mi mano comenzó a escribir esto. Yo no quería… te juro que yo no quería hacerlo. Tengo dos hojas completas con lo mismo escrito. Algo me hizo escribir esto, pero yo…
-Yo… yo también… este… me pasó algo igual…
Él la miró desconcertado.
-Si y debí decírtelo. Yo tengo un papel con un mensaje escrito de la misma manera… y es mi letra
Él dejó salir una lágrima.
-No sé qué pensar de esto. Siento que hay algo que no me deja en paz… algo que siento desde que te conocí… y ahora no me deja irme. Me deja intranquilo y con la necesidad constante de verte…
-¿Qué pasa, Damián?
-No sé si en realidad siento algo por ti.
Él se levantó del asiento y dirigió su mirada hacia el horizonte. Ella se levantó también y lo tomó de los hombros, haciendo que la mirara.
-Damián, escucha; escúchame bien. No sé qué es lo que nos está pasando a los dos, pero creo que es momento de que nos sinceremos. Si esto influye en algo… pues yo no puedo decirte qué pasa, pero estoy segura de algo; de que te amo…
-¿Qué?
-Si, Damián, yo te amo y nunca, aunque tú no me ames, te voy a olvidar.
Él tomó su mano izquierda y vio su pulsera verde. La marca del lápiz de labios había desaparecido. Pero la traía puesta en la mano derecha. Alzó su mirada. Vio su rostro. Ella parecía más hermosa.
-¿Me… me… amas?
-Sí, Damián, con todo mi corazón.
Él tomó la mano de ella y la besó.
-Si me amas no puedo dejar que sufras. Es mejor que me vaya.
-Pero, Damián…
-Estando yo aquí no puedo saber hasta donde podría llegar contigo. Ya nos acostamos y la verdad no cambió nada. Siento que algo nos impide estar juntos. No puedo disfrutar de estar contigo más que después de no verte mucho tiempo. No creas que estoy enloqueciendo, pero estos signos de las notas del espejo sólo me hacen ver el error que cometería al tratar de andar contigo. No quiero hacerte sufrir y yo tampoco quiero sufrir.
De los ojos de ella comenzó a brotar el llanto. Él no pudo evitar llorar también y sobreponiéndose a su llanto, la besó en los labios. Fue un beso prolongado, cálido, placentero, pero que al mismo tiempo sabía a despedida. Algo les decía que no se volverían a ver y trataron de hacer que ese momento durara para siempre.
Se separaron y él se alejó. Le dio la espalda a ella y se paró en seco frente a una jardinera llena de flores blancas. Se inclinó, arrancó una. Se volvió para dársela a ella; ya se alejaba desconsolada. La alcanzó y le dio la flor.
No puedo creer lo pendeja que soy. Bien sabía lo que Oscar se traía conmigo y todavía se me ocurre llevarlo al antro. ¡Este ha sido mi peor cumpleaños!. Dando vueltas en la cama, boca abajo, ella sollozaba y maldecía a la vida. Se calmó. Dejó de moverse. Y durmió por largo rato.
Era algo difícil bañar a ese perro, pero alguien tendría que hacerlo. Aún no sé que decirle a Mariana y me ponen a bañar al Tyson. ¿Qué será de Sandra? ¿Se acordará de mi? Terminó de bañar al animal en menos de lo que pensaba. Tengo hambre; mejor salgo por unas papas. Salió de su casa y se dirigió a la tienda de abarrotes más cercana… a tres cuadras. Se percató de qué había algo que no había visto antes. Una estética. Pero no era el negocio; era su nombre. ¡¿Estética “Sandra”?! Él no cabía en su asombro. Es sólo una coincidencia; nada más.
Ella despertó en medio de una tarde lluviosa. Es extraño; creí que soñaría con Damián… ¡Puta madre, Sandra! ¡Deja de pensar en él! Había algo extraño en su cuarto, podía sentirlo, algo raro. De repente siento que quiero ver a Damián. Se levantó y se dirigió a la puerta. Tomó la perilla de la misma, giró y abrió. Había algo raro. Definitivamente había algo raro. ¿Qué no abría hacia la derecha?
Él entró en el baño, se lavó la cara. ¡Esa maldita lluvia! De repente sintió algo en el estómago. Sandra. Se puso su pulsera verde, como siempre, en la muñeca izquierda. Se miró al espejo. ¡¿Qué…?!
-¡Damián! –sonaba desde la calle.
Mejor salgo o me duermo de nuevo. Se miró al espejo. Había algo diferente en ella. Tomó la perilla de la puerta, giró y abrió. Abrió hacia la derecha.
-¡Mariana! ¿Qué haces aquí?
-No puedo dejar de pensar en ti… Damián…
Salió de su casa visiblemente alterada. Ella estaba decidida. Creo que es mejor ir y decirle a Damián…
-No, Mariana, lo que te dije es… algo que no esperaba decir.
-Pero yo te escuché; dijiste que si no hubiera impedimento, tú y yo…
Mariana se acercaba a él y lo ponía contra la pared.
-Te juro que esta vez, mis besos no serán vacíos, Damián.
Acercó su rostro al de él. Y lo besó en los labios.
Es por aquí, sí, es por aquí. Ella caminaba en la humedad del ambiente, después de la lluvia; el rocío en las hojas y los pétalos, el lodo en las banquetas, los charcos, el canto de los pájaros. Esa es su casa, sí, aquí es. Vio a un par de personas que estaban junto a la puerta de entrada, pero no podía distinguirlas. Se acercó. Los reconoció. ¿Mariana? Se estaban besando. ¿Damián? Pero, como todo esa tarde, había algo extraño. Sí, era algo raro. Pero, Damián siempre usa la pulsera verde en la mano izquierda… me dijo que era para atraer la buena suerte, puede estar distraído o enojado, pero la pulsera siempre está ahí… ¿Porqué me fijo en eso?.
-¡¿Porqué me haces esto, Damián?! ¡¿Porqué?!
Él volteó y la vio. Era ella. Sandra. Se hizo para atrás. Mariana se separó de él sorprendida. Él no podía dejar de ver a la chica que estaba detrás de Mariana.
- No, Mariana. Esto es un error. Yo siempre he estado enamorado de otra persona.
Se separó de la chica que lo había ido a buscar y caminó hacia ella, cuyo rostro lucía con algunas lágrimas. Se acercó y tocó su mejilla para impedir que una de esas gotas de tristeza siguiera su camino. Ella volteó de manera violenta, pero él la tomó de la barbilla y le hizo mirarlo.
-¿Por qué, Damián?
-Por idiota.
Ella esperaba un forzado beso en los labios, pero él la abrazó; pero no, no era un abrazo cualquiera, era un abrazo especial. Podía sentir un calor que no había sentido antes. Aún sollozando, ella lo abrazó igualmente de manera efusiva. Ahora ese calor lo sentía él.
-Perdóname, Sandra. Siempre estoy confundido y cuando te conocí, nunca me atreví a pensar que te tendría aquí entre mis brazos. Me siento arrepentido, pero también feliz.
-Lo sé, gracias por mostrarme tu cariño. Nunca te lo dije, pero tú también me gustaste desde que te vi, siempre me dije a mí misma que no. Siempre te negaba y ahora me doy cuenta del error que cometía.
-¿Y Mariana?
-Ella no me importa ahora. Solo somos tú y yo, Damián. Ella me ha hecho mucho daño y ya no quiero acordarme de eso. Hoy en la tarde me di cuenta de lo que realmente sentía y yo te quiero así, como eres. Pude ver en tus ojos que lo que me dijiste era verdad. Gracias, Damián.
Se separaron y cada quien se fue por su lado. Mariana aún no comprendía la extraña escena que acababa de presenciar. Y aún le dolía.
Tocaron a la puerta. Y ahí, en ese cuarto estaban los dos. Él se veía a sí mismo desnudo y recargada en su pecho, acostada y desnuda también, sumida en un profundo sueño, estaba ella. Había sido algo mágico. Como nunca en su vida, pero ahora las cosas no parecían mejores, como siempre creyó. Se vio al espejo. Lucía diferente. No importaba que tocaran la puerta. Si yo te amo tanto, Sandra, ¿por qué me siento tan vacío?
Hubo un tiempo en que las cosas eran mejores. Pero después de ese día nunca me sentí igual; había algo diferente en mí, algo que me hizo una mujer diferente. Ella miró fijamente el papel en el cual estaban escritas estas palabras. Era algo muy extraño; era su letra, ella lo había escrito, pero no recordaba cuando lo había hecho. Pero lo más extraño era el hecho de que la nota estaba escrita para ser leída solo reflejándola en el espejo. Tomó el auricular y marcó un número.
-¿Bueno?
-Bueno
-¿Damián?
-Si soy yo, hola.
-¿Cómo estás?
-Bien, oye lo del otro día…
-A mí me gustó
-A mí también.
-¿Tú crees que…
-¿Qué?
-…que… bueno, mejor no te digo.
-Dime.
-Es que no estoy segura.
-Dime, ¿qué pasa?
-¿Qué somos, Damián?
-Es algo que yo también he querido preguntarte desde ese día.
-Entonces…
-Esperaba que tú me dijeras.
-Pues no lo sé, Damián.
Sonaba algo molesta.
-Es más, te quería decir que desde ese día han pasado dos semanas y no me has hablado ni buscado.
-Tú tampoco.
-Entonces ¿qué debo entender? Eh? ¿Qué debo creer?
-¿Respecto a quién?
-¿Cómo que respecto a quién? ¡A nosotros!... Sinceramente no te acabo de entender, primero hacemos la escenita esa frente a Mariana y luego nos acostamos y te olvidas de mí. Siempre has sido algo raro…
-¡Ah! Ahora resulta que soy raro. Pensé que eras más tolerante…
-No me refiero a eso, Damián. No te hagas tonto. Parece que estás jugando conmigo…
-Te iba a decir exactamente lo mismo. Yo sí te he hablado y siempre me dicen que no estás y detrás oigo tu voz. Y no me digas que no.
Tiene razón… Pero él se estaba besando con Mariana ese día. Ella y él estaban furiosos. Pero el motivo de la llamada ya había sido olvidado. Un momento ¡La puerta! Si la abro va a abrir…
-Lo siento, debo irme, Damián. Otro día hablamos.
-Pero…
El tono se encargó de que supiera que ella ya no estaba al teléfono.
¿Qué esta pasando? Ella estaba en su cama, sentada en cuclillas. Sudaba espantada.
Él se percató de que su pulsera verde tenía una marca de lápiz de labios rojo. Eran unos labios perfectamente definidos, de una boca pequeña. Como la de Sandra.
Pasó una semana.
-¿Bueno?
-Si bueno… ah eres tú.
-Si Sandra, soy yo. Sólo quería decirte que pues… me voy a mudar.
Un tenso silencio siguió a esta frase.
-¿C…c…cómo dijiste?
La voz de ella estaba a punto de quebrarse de la súbita tristeza que le invadía.
-Nos vamos a vivir a otro lado.
-¿Por qué?
-Mi papá, encontró trabajo en ……. y pues es mejor irnos de aquí. Solo quería verte antes de irnos. Te veo en el parque ahorita, espero que tu coraje no te impida ir.
Colgó.
No puedo creerlo; él se va y sólo se va a llevar el recuerdo de nuestro disgusto. No, no, no y mil veces no. Debo reconciliarme con él. No puedo creer todas las cosas que le dije. Además solo en él puedo confiar para esto tan extraño que me está pasando. Era una tarde hermosa. Hermosa para una despedida. No la arruines, Sandra. Iba con un paso muy acelerado, pero al verlo sentado en una banca del parque se paró en seco. Bueno, ya estoy aquí, no debo apurarme; él está ahí sentado, no se va a ir hasta verme. Se calmó y caminó despacio hasta llegar a la banca. Se detuvo frente a él; estaba con la mirada gacha, en una postura pensativa. Vio las piernas de la chica.
-Me alegra que vinieras.
-Pues no me podía quedar sin despedirme de ti.
-¿Aún cuando estemos enojados?
-Creo que actuamos mal los dos ese día, ¿no crees?
-Si, tal vez.
Ella seguía de pie. Él seguía sentado, mirando al suelo. Y levantó la mirada.
-Te ves hermosa con la luz del sol de la tarde. Siempre me ha gustado contemplarte en este momento del día. Pero ya no voy a poder hacerlo.
Él sonrió.
-Suena muy fuera de lugar ¿no? Sobre todo tomando en cuenta el disgusto que tuvimos el otro día. Me imagino que aún estás molesta.
-Estoy triste, Damián. Estoy triste porque creí que podrías quererme, pero lo que veo es que eres tan diferente a mí… que no sé… yo te quiero, pero tengo tanto miedo de que las cosas no funcionen. Y si aparte tú no me llamas, no me hablas, no te expresas conmigo de lo que sientes. Si fueras más abierto…
-Pero no lo soy, Sandra, es un defecto que no puedo superar tan fácil.
-Tal vez por eso no nos entendemos. Yo, ya viste, soy demasiado intolerante y tampoco me siento capaz de cambiar.
-Creo que debemos dejar de pensar así ¿no?
Ambos sonrieron.
-Ven, siéntate.
-¿De veras?
-Si, ven. Quisiera abrazarte.
-¿Eso quiere decir que ya hicimos las paces?
A ella le brillaban los ojos.
- Pues creo que no podría irme con esa preocupación.
Ella se sentó junto a él. Esperaba verlo sonriente, pero había algo en su semblante que no le cuadraba.
-¿Qué te pasa, niño?
- Tengo miedo, Sandra.
Sus ojos estaban a punto de estallar en llanto.
-¿Por qué, Damián?
-Mira.
Le mostró un papel con algo escrito. Al verlo, ella también se estremeció. No lo hagas, por favor no lo hagas; eso era lo que decía el papel. El mensaje no hubiera sido más perturbador si no hubiera sido por el hecho de estaba escrito para ser leído solo reflejándose en el espejo.
-¿Qué significa esto? Damián…
-No lo sé, estaba escribiéndote una carta de despedida y de repente mi mano comenzó a escribir esto. Yo no quería… te juro que yo no quería hacerlo. Tengo dos hojas completas con lo mismo escrito. Algo me hizo escribir esto, pero yo…
-Yo… yo también… este… me pasó algo igual…
Él la miró desconcertado.
-Si y debí decírtelo. Yo tengo un papel con un mensaje escrito de la misma manera… y es mi letra
Él dejó salir una lágrima.
-No sé qué pensar de esto. Siento que hay algo que no me deja en paz… algo que siento desde que te conocí… y ahora no me deja irme. Me deja intranquilo y con la necesidad constante de verte…
-¿Qué pasa, Damián?
-No sé si en realidad siento algo por ti.
Él se levantó del asiento y dirigió su mirada hacia el horizonte. Ella se levantó también y lo tomó de los hombros, haciendo que la mirara.
-Damián, escucha; escúchame bien. No sé qué es lo que nos está pasando a los dos, pero creo que es momento de que nos sinceremos. Si esto influye en algo… pues yo no puedo decirte qué pasa, pero estoy segura de algo; de que te amo…
-¿Qué?
-Si, Damián, yo te amo y nunca, aunque tú no me ames, te voy a olvidar.
Él tomó su mano izquierda y vio su pulsera verde. La marca del lápiz de labios había desaparecido. Pero la traía puesta en la mano derecha. Alzó su mirada. Vio su rostro. Ella parecía más hermosa.
-¿Me… me… amas?
-Sí, Damián, con todo mi corazón.
Él tomó la mano de ella y la besó.
-Si me amas no puedo dejar que sufras. Es mejor que me vaya.
-Pero, Damián…
-Estando yo aquí no puedo saber hasta donde podría llegar contigo. Ya nos acostamos y la verdad no cambió nada. Siento que algo nos impide estar juntos. No puedo disfrutar de estar contigo más que después de no verte mucho tiempo. No creas que estoy enloqueciendo, pero estos signos de las notas del espejo sólo me hacen ver el error que cometería al tratar de andar contigo. No quiero hacerte sufrir y yo tampoco quiero sufrir.
De los ojos de ella comenzó a brotar el llanto. Él no pudo evitar llorar también y sobreponiéndose a su llanto, la besó en los labios. Fue un beso prolongado, cálido, placentero, pero que al mismo tiempo sabía a despedida. Algo les decía que no se volverían a ver y trataron de hacer que ese momento durara para siempre.
Se separaron y él se alejó. Le dio la espalda a ella y se paró en seco frente a una jardinera llena de flores blancas. Se inclinó, arrancó una. Se volvió para dársela a ella; ya se alejaba desconsolada. La alcanzó y le dio la flor.
-Yo también te amo, Sandra.
Un abrazo. Dos lágrimas y dos corazones. Y una separación.
Un abrazo. Dos lágrimas y dos corazones. Y una separación.
Dos días después la casa de él estaba vacía. Sólo habían olvidado algo. Un espejo.
Y así queda hasta la próxima. Lamento no dominar aun el sistema HTML si no los espacios me quedarían pocamadre y el cuento conservaría su formato original. Como sea, espero que le agarren la onda a esta parte.
SALUDOS DESDE EL LIMBO
H.
1 comentario:
hola niño! a pesar, de que nunca me saludas en la fac, decidi ver tu blog y la verdad es que la historia me esta gustando y sobre todo ésta tercera parte, sólo que de repente es un poco confusa en cuanto al diáologo de los personajes.
Espero que el siguiente capítulo sea bueno. te mando muchos besitos bye
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