martes, 4 de mayo de 2010

Inventando el futuro V

No diré mucho sobre este texto. Se fue a concursar y perdió miserablemente. La verdad es que no culpo al jurado; cuando vi el mensajito de confirmación de "enviado", me quedé con la sensación de que me estaba estafando a mí mismo enviando esto. Pero aún así es mío y desde luego que tiene cosas que me gustaría rescatar, pero voy a reescribirlo. Disfrútenlo, quedará irreconocible después de lo que tengo pensado hacerle...


Razones de un papel doblado

“…la última expulsión de romaníes de Italia ha agravado la situación que impera en Europa desde…” El brazo de Armando cayó pesadamente sobre el despertador. Abrió un poco los ojos para verificar si acaso el reloj le concedía unos minutos más de sueño, pero eso no fue lo que encontró. “Toluca, 2 de febrero de 2033. Mitin hoy” escuchó. ¿Y ahora a dónde chingados debo ir?, se preguntó con fastidio. La pantalla del aparato mostró rápidamente el croquis del camino que tendría que seguir para llegar a su destino. Usar el tren bala parecía ser la única opción, ya que la huelga de transportistas aún no terminaba. Qué irónico, pensó, cuando era niño, esos ojetes se quejaron de que el tren estaba más barato. Ahora se quejan de lo contrario. Y uno haciéndole al usuario resignado. Salió rápidamente de su departamento para encontrarse con que el elevador estaba descompuesto. Suspiró. ¿Cuántos pinches pisos tiene esto? Uno de los técnicos enviados pata reparar el desperfecto se dirigió a él, sonriente “No se apure joven, lo arreglamos hoy mismo”. Sí, claro. Salió corriendo del edificio. Eran las doce y veinte.


Primer turno. Alguien sube a hablar. “Buenos días. Nos hemos visto en la penosa necesidad de hacer estas reuniones casi en la clandestinidad, dado el clima de intolerancia y violencia que actualmente vive la Unión. De todos es conocido el lamentable episodio de las violaciones múltiples que, bajo el nombre de limpias, los militantes del movimiento aztlanista, han estado cometiendo en las zonas más pobres del Área Urbana; esto es sólo un ejemplo de lo peligrosa que se ha vuelto la nueva ley que permite la militancia política entre los sectores más marginados y menos educados del tejido social. Nos podrán llamar reaccionarios, pero estuvimos advirtiendo de esto desde la incorporación de México a la Unión Norteamericana. La legalización de las drogas, la de la interrupción del embarazo, la libre constitución de comités ciudadanos vigilantes, los juicios populares y demás significativos avances fueron propuestas nuestras y le han dado una gran vigor a nuestra condición de ciudadanos libres…” Un discurso incendiario contra el Partido Mexicanista Unido y el aztlanismo. Los hombres libres aplaudieron.


“¿Y a dónde va ahora, joven Armando?” le preguntó la cajera del establecimiento de comida rápida. Él la miró extrañado. “A un mitin, Josefina”, le contestó ¿De cuándo para acá esta pinche vieja me tiene esa confianza? Clavó la mirada en los ojos de aquella mujer robusta, de rostro moreno y expresión amable.

Hacía mucho tiempo que personas como ella habían dejado el mandil de cuadros y sus humeantes y grasosos anafres callejeros para incorporarse a las pujantes empresas de comida rápida que estaban haciendo gorditas, tlacoyos y quesadillas, y que requerían de sus habilidades. Armando nunca había comido un sope o una quesadilla en la calle, por lo que ver las fotos decorativas de los viejos tiempos, que retrataban esos antiguos puestos, le causaba extrañeza y al mismo tiempo, algo de asco. “Yo voy a hacer una cosa muy importante hoy, joven. Este trabajo ya no me da mucho. Nomás termina mi turno y me voy. A lo mejor hasta me toca acompañarlo a usted en el tren”. La mujer sonrió. Armando quiso ignorar la sonrisa, pues su atención estaba en el texto que tenía preparado para el Comité Ciudadano al que pertenecía. Cuando se dio cuenta de la hora, se atragantó con la gordita que aún no terminaba y dio un largo trago a su refresco. La sensación de nauseas no tardó en aparecer, pero eso no importaba: sus palabras debían ser escuchadas en el mitin. Salió corriendo y volteó involuntariamente para ver si Josefina ya se había ido. La vio besando una hoja de papel doblado mientras la metía en su bolsa, lista ya para retirarse a descansar. Eran las quince y diecisiete.


Tercer turno. Otro orador. “…esas monsergas de la sociedad que se hacen llamar de izquierda solamente promueven la entronización de un modelo, o ya sea estatólatra o ya sea de naturaleza tan idílica como la del pretendido anarquismo, y han venido alimentando las filas tanto del mexicanismo indigenista trasnochado como del aztlanismo fascista y conservador. Esas personas no alcanzan a ver los beneficios de la integración a la Unión y es gracias a sus alborotos que tan sensata unión política, consumada hace doce años, ve fracasar sus nobles objetivos en medio del frenesí del caos. La Unión está por morir, señores, si los verdaderos ciudadanos no hacemos algo antes…” Los ciudadanos comprometidos escuchaban atentamente, lanzaban consignas y aplaudían.


Pinche transporte tercermundista, me cae. Armando comenzaba a impacientarse ante la demora del tren bala. Él hablaría en el tercer turno, pero posiblemente ya no podría. Mínimo hacer acto de presencia, pero si esta madre se sigue tardando… El mitin era en San Juan del Río. Razón más para preocuparse: el tren podía ser secuestrado por aztlanistas. Pero para eso vengo preparado, hijos de su pinche madre… Acarició su revólver nuevo, diseñado especialmente para evitar la detección en los sensores del tren y dotado de un sofisticado sistema silenciador. Miró a su alrededor para distraerse. Algunos jóvenes repartían volantes con la leyenda “Ayer los palestinos, hoy los gitanos y lacandones, mañana ¿quién sigue?”. Las pantallas de la estación proyectaban partidos de futbol y avances de Frozen Citizens, la exitosa serie de HBO-Televisa Entertaiment que iba ya en su séptima temporada. Algunos jóvenes dejaban flores en los respectivos altares de San Judas Tadeo y de la Santa Muerte, que parecían estar construidos para competir por los fieles: frente a frente. Cuando Armando pensaba en lo mucho que despreciaba a la iglesia y el cambio de nombre que su padre, entusiasta militante mexicanista, le había sugerido que hiciera para respetar sus raíces, el tren arribó. La gente se amontó en las puertas de los vagones. Por lo visto, ni los módulos de un tren contendrían a tal populacho. Armando se encontró entonces frente a frente con la cajera Josefina. “Hola, joven ¿también va para Atongo?” Él contuvo su fastidio y sonrió hipócritamente: “No, Josefina, yo voy para San Juan del Río”. Eran las dieciséis y cincuenta.


Octavo turno. Un orador más. “…ese lisonjero y retrógada individuo, que se hace llamar intelectual progresista, como ustedes habrán constatado, escribió ese artículo donde pretende hacer del concepto gente de razón un término peyorativo para denominar a los librepensadores cómo nosotros. Pues hemos de contestarle: sí, señor Cóatl, somos gente de razón y así nos reconocemos ¡no como el resto de ustedes, que aún maman del mito del buen salvaje!” Aplausos, consignas, puños levantados, computadoras portátiles que difundían el mensaje.


Problemas técnicos en el tren, muchas horas de espera. ¿Tlali?¿Qué mamada es esa? No pienso llamarme así. “Significa ‘tierra’, joven” Armando no se había percatado de que su boca dejaba escapar sus pensamientos y que Josefina lo escuchaba. La miró sin disimular su desprecio “¿Qué usted es del PMU o aztlanista o algo?” Varios pasajeros no pudieron ocultar en sus ojos que aquella pregunta les alarmaba. “No, joven ¿cómo cree? ¿Sabe cómo llamaba mi tatarabuela a la tierra?” Aquella mujer sonriente levantó entonces una mano con la palma extendida y gritó con todas sus fuerzas “¡HAI!” De entre sus ropas, Armando distinguió un extraño aparato y quiso sacar su revólver. Explosión. Papel doblado quemándose. Eran las veinte y treinta y tres.


Décimo turno. Revisión de las últimas noticias. Ningún orador. “Reporte de última hora: atentado en el tren bala…” Confusión, coraje, puños levantados, consignas gastadas, llamadas al gobierno, personas inmóviles, ningún aplauso. Silencio. Eran gente de razón.


H.

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