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domingo, 9 de mayo de 2010

Yo pregunto...


¿Cómo se le hace frente al Nunca cuando se cree en el Tal Vez?

H.

martes, 30 de diciembre de 2008

Del polvo

Me había guardado esto por semanas, pero como no he podido decirlo en el momento en que quería y en compañía de quien más me importaba que lo escuchara, decidí venir a escupirlo aquí. El hecho de que éste sea el último post del año rompe la armonía impuesta por mi frase de despedida al 2008 en el post pasado, pero este blog suele manejarse por caprichos. La mente es así y mis dedos también.

Tengo algo así como unos tres meses con el corazón roto, lo cual, supongo, se ha venido notando de vez en cuando. No estoy en la disposición de ofrecer pormenores sobre las causas ni daré nombres, pero he de señalar que vaya que me ha pegado cabrón, con todo y que ya estoy tratando de hallar salidas. Con el tiempo, lo que ha pasado es que, siguiendo la metáfora del "corazón roto" (lo que me hace pensarlo como si fuera de vidrio, roto como el vidrio, no como el papel, no como alguna especie de fibra), el mío ha venido pulverizándose poco a poco.

Ahorita, aunque se lea cursi (¿alguien sabe de donde viene la expresión cursi?), no tengo más que un montoncito de polvo que bombea sangre al resto de mi cuerpo. El vidrio se hace de arena, ¿cierto? El proceso para hacerlo es algo de simple química. Se calienta y se deja enfriar. Con procedimientos industriales, evidentemente, pero pensemos en algo acá muy artesanal.

Yo, creo que con el polvito que tengo, nomás estoy esperando el calor necesario para forjar un corazón nuevo. De donde pueda venir, esa es la gran incógnita. Uno no sabe nunca de donde llega. Ya no confío en que venga de algún lugar conocido pero tampoco de uno desconocido. Estoy algo desencantado.

Elevo mi plegaria a Zarathustra, a Zeus, a Mario Moreno (Cantinflas), a Paco Ignacio Taibo I. Sé que todo mundo pide calor en esta época del año, pero mi petición se me hace que tiene un rato archivada y sin atenderse.

Algo de calor, ¿no?

Adoro esta metáfora.

PEACE OUT

H.

P.D. Prometo textos más sesudos, más contenido que tenga que ver con el mundo de afuera. Pero eso hasta el año que viene. Se lo lavan.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Experiencias de gran trascendencia

Cuando hoy llegué a la facultad no recordé comentar a las pocas personas que me encontré hoy conocidas una curiosa experiencia que tuve hoy en la mañana. Sé que, a primera vista, esto que voy a comentarles será quizá el texto más absurdo que he escrito en mi vida, pero, en serio que tenía que decirlo, gritarlo, publicarlo, escribirlo, tartamudearlo... No sé, ya ustedes juzgarán.
Creo que más de uno de ustedes (los que no se trasladen en esta ciudad de locos en un vehículo propio) usan regularmente el Sistema de Transporte Colectivo conocido como METRO. Yo uso, para llegar a mi Facultad, la línea 7, la naranjita, la que va de Rosario a Barranca del Muerto. Una vez que recorro casi toda la línea -me subo en Aquiles Serdán- y me bajo en la última estación al sur, tomo un camión que me lleva del metro al Estadio Olímpico y de ahí me voy caminando. Desde que entré a la carrera en ese trayecto me acompañan muchos otros universitarios de Filosofía y Letras; compañeros y colegas que nunca he visto bien ni conozco. Las más variadas formas de la fauna post-adolescente de la Tenochtitlán de Concreto y lugares aledaños se dan cita en el paradero de Barranca del Muerto para llegar a tiempo a sus clases de una de las Facultades más señaladas por su "espíritu rovoltoso". He visto de todo: desde esos famosos fósiles hasta chicas de muy buen ver, que me alegran el trayecto o me despierta su vista, de lo cansado que a veces voy. La mayoría de ellos y ellas me acompañan desde el metro, en otros vagones o en el mismo, pero casi todos se suben después de Polanco; solo he ubicado a dos personas que vienen desde Aquiles Serdán o incluso Rosario, para llegar a tomar el mismo camión. Siempre los he visto de lejos.
Bueno, pero platicarles de mi rutina de cada mañana entre semana no es el propósito de este post (ese párrafo era sólo contexto histórico) sino de comentar algo que noté el día de hoy. Para variar, el transporte venía atascado y la situación sólo se alivió un poco después de Tacubaya. Una vez que salí del metro para tomar mi clásico camioncito, me encontré con que, por azares del destino, tras de mí, en la fila que se hace para subir al camión, estaba un chavo como de mi edad que había visto en el vagón en el que yo había viajado minutos antes. No me extrañó, eso me pasa con frecuencia. Por alguna razón, una vez que yo subí al camión, el susodicho, en vez de seguirme en el ritual de pago-apañolugaromequedoparado-espero, se quedó esperando quién sabve qué cosa. Como yo no tenía absolutamente nada en que pensar en ese momento, me puse a ver qué había pasado con mi (posible) compañero universitario; a veces esas cosas pasan cuando la gente le reclama a los que operan las salidas de los camiones o qué sé yo. Apenas vi, el tipo ya se había subido al transporte y la fuerza del destino lo colocó de nuevo al lado mío, en el único asiento que estaba libre en ese momento (varias personas aprovecharon sus retraso en la entrada del camión para apañar lugar). Fue entonces cuando me percaté o mejor dicho mi nariz se percató de la singularidad de aquel individuo.
Muchas veces, no me digan que no, vivimos y viajamos tan apretados en esta ciudad, que podemos percibir la más variada cantidad de olores corporales del resto de nuestros conciudadanos. En un lugar como los vagones del metro, especialmente en horas pico, existe la posibilidad de percibir una amplia gama de aromas (en la mañana) y de olores (en el sentido desagradable, en la tarde). No sé a ustedes, pero a mí me ha tocado de chile, dulce y manteca casi literalmente: el cocimiento de varios hombre -y mujeres a veces, hay que decirlo- en su propio jugo (sudor), olores de hierbas que las señoras a veces transportan, olor a comida, la agradable sensación de percibir el aroma de un perfume femenino auténtico y seductor, el aburrido olor del perfume de siempre (que usan muuuuuuchas), el perfume barato de algunas, esa loción que usan algunos hombres que a uno le da envidia no tener de esa marca, la loción que uno se queda indiferente y la loción que al percibirla uno sí se le puede salir un respetuoso ¡no mames, bájale!... En fin, cada uno con su respectiva fuente, que evocan sensaciones e imagénes distintas.
Pero encontrar a un tipo como el que me encontré hoy, pues simplemente no tiene par. Era una persona como cualquiera que uno viera en la calle, normal y todo. Pero percibir el olor que despedía pues es una de las cosas que uno nunca se espera. En serio. Sólo puedo decir que nunca voy a encontrar una persona que huela así otra vez. Nunca. ¿Y saben por qué?...
PORQUE MI COMPAÑERO DE VIAJE OLÍA COMO SI SE ACABARA DE BAÑAR EN UNA TINA LLENA DEL CONOCIDÍSIMO MEDICAMENTO PEPTO BISMOL.
¿Qué? ¿Esperaban otra cosa? ¿Alguna experiencia mística? ¿Un asomo de eventual homosexualismo? Naaaaaada de eso, compañeros. El tipo olía a Pepto Bismol. ¿Qué? ¿A poco ustedes se han encontrado a alguien que, sin motivo ni razón, huela en toda su persona a Pepto Bismol? ¿Verdad que no? Ahí está, ¿yo qué?
¿A poco no está cotorra esta experiencia?.... ¿No?..... Shaaaa!! no aguantan nada.
Bueno, en la próxima le continuo con lo del futuro.
Chale, me siento más incomprendido que nunca.