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martes, 18 de mayo de 2010

Nosotros, los animales...

De México a Grecia hay una gran distancia. Muchos kilómetros, muchos dogmas, muchas creencias, muchas palabras. Ambos países tienen en común hoy vivir inmersos en profundas crisis, por motivos distintos. En internet algo más los ha "hermanado" en el mes que corre. No sé si alguien más ya haya hecho referencia a esto.

Hablo de un par de canes.

Prefacio
El perro, ustedes lo saben, suele ser llamado "el mejor amigo del hombre". Razones no faltan para ello, ya que este simpático animal ha acompañado a las sociedades humanas desde siempre. Su simbolismo en nuestro imaginario es vasto, y a pesar de estar relacionado con la destrucción, la inferioridad, el salvajismo y a veces la lujuria, también está ligado a la confianza, la lealtad, el cariño y la ternura. El perro es uno de los animales más humanizados que hay, si no el que más. Digo esto en el sentido de que en los canes la gente ha proyectado tantas virtudes y defectos propiamente humanos que podríamos decir que a la vez que los reconoce como "inferiores", en tanto que son animales, es capaz de elevarlos a la categoría de iguales al mismo tiempo; exactamente de la misma forma en que los seres humanos se tratan unos a otros.

Respecto a la supuesta "inferioridad de los animales" ya
me he expresado una vez. A la luz de dos de los más populares fenómenos mediáticos de la red, para mí la relación entre animales (osea, ser humano-otros animales, léase perros) invita a ciertas miradas reflexivas.

Es posible que me la prolongue con las palabras que siguen, así que si consideran mi tono semiacadémico-pseudopoético tan insufrible como las declaraciones de Felipe Calderón, ps ya se tardaron en abandonar el blog.

Uno
En junio del 2009, tres minutos en la casa de un joven nayarita bastaron para engendrar una escena de las que serán más recordadas en el imaginario de los cibernautas mexicanos. Un perro callejero fue torturado y matado por cuatro adolescentes aquella tarde, siendo grabado el acto y dado a conocer por internet casi un año después. A principios de este mes recibí un furibundo mail-cadena en el que me enteraría por primera vez de este caso. El tono era marcadamente hostil, malsano, cargado de ira. No me desconcertó. Conocía este tipo de reacciones de indignación ante el maltrato animal y su curioso efecto ideológico; ése que equipara las granjas de pollos con un campo de exterminio nazi. Mi ánimo me instó a relacionar el mail con algo como esto.

Me porté insensible, argumentarán algunos. Ni siquiera la preocupación que me causa ver salir al Cofi de mi casa sin que regrese (aunque eventualmente lo haga, respirando entonces yo tranquilo) ni el profundo dolor que sentí cuando llevé a un cachorro que tuve hace unos siete años, mientras su vida se le escapaba para finalmente morir en una veterinaria, acudieron a mi memoria cuando recibí el mail. Considero inadecuado el maltrato a los animales y merece mi reprobación, pero no confío en las campañas "pro-algo" que salen por internet, salvo algunas que naufragan muy pronto junto con mi apoyo ("Yo anularé...").
Mexicanos teníamos que ser, liberales wanabe teníamos que portarnos, niños internos expuestos teníamos que exhibir. Pero sobre todo, teníamos que mostrar el diente para demostrar que no dejamos de ser animales. Por eso ese inocente animal hoy es un estandarte y tiene nombre. Por eso, pedimos matar y torturar a cuatro adolescentes por haberlo hecho ellos con esa infortunada criatura. Por eso, la indignación nace de ver a un animal indefenso ser presa del sadismo y a veces no de ver cuatro cabezas con un cartel de advertencia.

Pero no, no por eso Tepic se movilizó. Algo más se movió allá. La herida es nayarita, pero la saliva de los lengüetazos que intenta minar el dolor puede ser defeña, tapatía, regia. Ellos están allá y sus autoproclamados verdugos están regados en un territorio lascerado por una crisis de treinta años. El respeto a la vida ha sido quebrado mil veces antes, pero algo aquí cambió. ¿Qué exactamente? No lo sabemos.

Porque esos no podemos ser nosotros. Esos cuatro no pueden ser mexicanos. No, los seres humanos somos civilizados, sabemos de empatía y solidaridad. Sabemos de causas justas.

Dos
Las calles de Atenas, escenario de la construcción de un mito fundador. Titanes y olímpicos se disputan el derecho de decidir quién come y quién no, a macanazos y piedrazos, chorros de agua, balazos. Una Europa expectante exige, un público internacional atónito observa. Las apuestas se elevan: hay quien dice que en Grecia se libra una batalla que es suya, como en Seattle, como en Cochabamba, Oaxaca o Lhasa. Otros argumentan que ahí está la continuación de Berlín o Tiananmen.

Y ahí surje él.
"Mala metáfora" de los movimientos sociales, líder y vanguardia de la lucha, fenómeno de masas, Lukánicos aspira a un puesto en el santoral junto al hombre que detuvo tanques chinos. La ciudad lo cobijó y ahora él parece estar defendiéndola. Su reacción parece natural, siente la violencia, debe hacer algo. Quizá no entienda lo que se juega es esas calles, pero ladra entusiasta, escapa dignamente. Los rebeldes los acojen. No sabemos qué opina el otro bando.

Griegos tenían que ser, anarquistas tenían que ser. El simbolismo parece abstracto, pero tiene consistencia. Los fotógrafos forjan su leyenda. Sigue vivo. E ignorante de su condición de superestrella de Youtube. Héroe que lo es por no ser humano.
Así como Callejerito es víctima, justamente por la misma razón.

Tres

No nos tapemos los ojos. Ni los genitales. No nos cortemos la uñas, dejemos que nuestro olor corporal emane libre. Aprendamos de la sangre. Gruñamos porque nuestro reino le ha enseñado a otros animales cómo nos mordemos la cola, pretendiendo la superioridad y aprendiendo sobre nuestra pequeñez en el trato diario con ellos, nuestros mejores amigos.

Epílogo
¡Nadie se mueva!
Les aseguro que fue tan confuso para mí escribir esto como para ustedes leerlo y comprenderlo. No hallo palabras más claras para expresarme en estos momentos y creo que mi postura permaneces vergonzosamente oculta, ¿verdad? De eso se trata. Detrás de la admiración o el repudio, así es como las cosas llegan y nacen los símbolos. En la más profunda de las confusiones. Así, mientras el mundo se convulsiona, dos síntomas toman la forma de perros. Estemos atentos.

Si quieren conocer un buen comentario (el que yo considero el mejor que he leído) sobre el caso de Callejerito, dénle click aquí.
El curioso fenómeno de Lukánicos está documentado en varios lados, pero éste es un buen resumen.

Y justo es dar voz a los bienintencionados. Hago proselitismo por una causa razonable:
PEACE OUT

H.

domingo, 24 de agosto de 2008

Niveles de vida: polillas y pájaros

Hace unos días, me mandaron un mail con imágenes y videos "muy fuertes" sobre el maltato a los animales. Seguro que ustedes ya han recibido correos parecidos o a lo mejor es el mismo correo que recibí yo; los caminos del señor son misteriosos. No abrí las imágenes, no vi los videos, bastante he visto de maltrato a los animales desde hace un buen rato y es algo que me molesta; pero nunca he tomado cartas en el asunto: no firmo cadenas ni doy dinero... a veces ni les creo. Bueno, a los de los antirrábicos, las veces que he ido, a ellos sí. Y una vez le compré un folleto sobre animales endémicos del Valle de México en peligro de extinción a un tipo que llegó a ofrecerlos a mi clase de Historia de Roma en la Facultad. Su choro, es de los pocos que de veras me han llegado y convencido. Ahí está el folleto y no me he aprendido ni siquiera qué animales están.

El ser humano, el animal que se autonombró rey de la creación, ya ha recibido varios golpes a su ego a lo largo de algunos siglos; uno de los más dolorosos se lo dio un tal Charles Darwin allá por 1859. Bueno, en realidad, la herida más profunda la dieron T. H. Huxley y el obispo Wilberforce en una curiosa discusión de la que me acabo de enterar (lo s
iento por el recurso facilote de recurrir a Google y linkear un foro, tíos, es que quería la información rápido, joder). Y a pesar de que la corona de la creación teóricamente no se le debería dar a nadie, todos, pónganme atención, TODOS la ceñimos alguna vez. Hablo de las veces en que matamos a los seres que llamamos "animales" cuando en realidad no es tan necesario. Ni para comer, ni para protegernos ni nada parecido. De los argumentos más estúpidos que he visto está el asco y, por supuesto, el de la inferioridad.

Miren, sé que puedo sonar exagerado (o leerme exagerado, valgan las correcciones), pero esta forma de pensar la tengo desde niño. Recuerdo que, a diferencia de ahora a mis 21 años, siendo yo un esforzado mozo de siete o diez años no m
e daba "cosa" tocar con las manos ciertos bichos que me encontraba por ahí, pero no los mataba. De hecho, a mis amigos de la colonia que eran un poco más chicos que yo, les "enseñaba" que no era correcto matar a los insectos solo porque sí. Claro que mi autoridad frente a ellos estaba sustentada en mi edad y en una muy dudosa experiencia. Pueden imaginar mi sorpresa cuando una vez dos de ellos fueron a acusar a otro conmigo por haber pisado un caracol. No recuerdo qué terrible sentencia dicté, pero a la fecha creo que ellos ya olvidaron el incidente. Lo curioso es que yo no.

Haber tenido mascotas después me ha hecho un tanto más sensible porque ahora me preocupaba por formas de vida "superiores". Pero desde que tuvimos que dejar a uno de nuestro perros en un antirrábico porque no teníamos con
quién dejarlo, ya que nos íbamos a Acapulco (¡Fíjense nomás el argumento!) y lo abandonamos casi casi para que lo mataran, puesto que lo iban a sacrificar, me ha renacido ese "nosequé" de mis tiernos años de infancia sobre mi preocupación sobre las formas de vida "inferiores" a mí. Sí, sí, la población de insectos, roedores y hasta de pollos es superior a la de los seres humanos, eso lo sé. Pero, por alguna razón, no me cuadra matar así nomás. No, no me lo saqué de alguna "filosofía oriental", (noten las comillas bien, por favor), es algo que siempre he creído, apoyado simplemente en el argumento endeble de la vida.

Puedo entender que el maltrato de los vertebrados nos produzca más indignación que la muerte de un invertebrado. Sin embargo, me he visto, hoy, en uno de esos momento que lo hacen a un pensar sobre cosas que parecen irrelevantes. Hace como un mes, un pájaro pequeño se había quedado en las plantas de mi "jardín". Apenas podía volar y parecía que estaba herido y por ello no era capaz de irse de ahí.

La cosa era que ni estaba herido ni nada: era un polluelo aprendiendo a volar. Cómo llegó ahí, no tengo idea. Nervioso y asustadizo, como todas las aves; pero éste lo parecía más, como impulsado por la impotencia de no poder volar lejos de un humano que le intentaba sacar una foto. Un día, sin más y tras varias jornadas de infructuosos vuelos a lo largo de mi patio sin poder ir más arriba de las bardas, logró irse de aquí, volando triunfal. Mi lástima, producto de la ignorancia de su verdadera situación, no le ayudó, fue inútil. Él solo, con sus alitas, logró irse. Un vertebrado que pudo irse solo.

Hoy me encontré con una gran polilla en mi patio trasero, posada sobre una pared que compartimos con el vecino de atrás. la moví un poco y cayó al suelo como si estuviera muerta. La volví a mover un poco y solo reaccionó un tanto. Estos animales, que suelen meterse en las casas y ser el horror de algunas personas, en realidad no cometen más faltas en contra nuestra que el de ser más grandes que muchas de sus parientes. A muchos les causan repugnancia; honestamente no entiendo por qué. La que hoy me tocó ver morir tenía una pata chueca y no podía volar. Uno siempre supone que los in
sectos se las arreglan para escapar, volar, arrastrarse, andar. Fue eso precisamente lo que yo supuse con esta criatura, pero no fui capaz de entender que no podía. La dejé ahí, esperando que emprendiera el vuelo. Volví unas horas después para colgar un poco de mi ropa después de lavarla y la encontré con las patas encogidas y el abdomen hacia arriba: el sol la había terminado de matar.

Vean lo curioso del asunto: un pájaro vino a mi casa a aprender a volar y una polilla, un mes después, lo hizo para morir aquí. Piensen solamente en la cantidad de personas que pensamos que tienen que ser ayudadas, cuando en realidad lo que hacen es estar buscando la manera de huir de esa sofocante lástima e intentos de ayuda ajenos de quienes los rodeamos. Pájaros que quieren escapar. En cambio, hay otros que llegan a nosotros ya deshechos, con el único deseo de morir (metafóricamente o de verdad) en paz y sin problemas. Y queremos que se vayan, porque son "patéticos" e indeseables. Polillas. Es verdaderamente desconcertante cuando el mundo le cuenta a uno fábulas como esta. Quizás solo a mí, con mi querido argumento (la vida) y ese pasado infantil que comparto con otros tantos seres humanos, me toca decir estas cosas.

Son esas personas que piden sin palabras que no los ignoremos, pero tampoco que estemos interviniendo. Ellos pueden solos. Como invertebrados y vertebrados. Como pájaros y polillas. Para ellos, como para mí a ratos, no hay niveles ni categorías: no hay nada inferior. Al fin y al cabo, somos todos animales, caminamos sobre la misma tierra y miramos el mismo cielo.

SALUDOS DESDE EL LIMBO

H.