Así se llama esta historia. La iré actualizando cada jueves.
Avisados están.
- Buenas noches, mamá
- Buenas noches, mi amor.
Yadira miró el reloj. Eran las nueve y media. Raúl no había llegado aún.
- ¿Por qué estás triste, mamá?- preguntó la pequeña Angélica- ¿Es por mi tío?
Yadira contemplaba desde hacía rato el oso de peluche de su hija. Recordaba que había sido suyo y después de Raúl; su padre se lo había comprado el día de su cumpleaños ¿Qué cumpleaños? Ya no lo recordaba. Ese día llegó una carta misteriosa a manos de su papá. Por su actitud al leerla, Raúl y ella sabían por corazonada que tal vez se trataba de su madre, de quien apenas conservaban recuerdos. “Papá sabía esconder muy bien esos secretos”, pensaba Yadira “Y lo hacía de una manera que nosotros nos conformábamos felizmente de sus razones. Quisiera ser como él”. De la carta nunca volvieron a saber. Prácticamente la olvidaron, no así las frases de su padre. Justino Tapia había dejado en sus hijos la profunda convicción de que el destino podía ser transformado, que cada persona tenía el destino en sus manos. Parecía que Raúl no lo había entendido de manera correcta. Pero eso ya no importaba. Papá ya no estaba con ellos.
- ¿Mamá?
- ¿Qué, hija? –contestó Yadira algo distraída.
- Casi no veo a mi tío ¿en qué trabaja?
- Creo que en nada –contestó decepcionada Yadira- Mejor ya duérmete.
- Quiero que le digas cuando llegue que lo quiero mucho y que esté más tiempo conmigo, como mi papá.
- Lo haré, mi amor. Buenas noches.
Angélica estaba dormida. Las luces apagadas, el oso fuertemente abrazado por sus delicadas manitas, la ventana abierta. Hacía mucho frío. Yadira la cerró y fue a la cocina. Sergio cenaba mientras escuchaba un disco de Led Zeppelin. Parecía que le había ido muy bien en el trabajo.
- ¿Te sirvo más? –preguntó Yadira en cuanto lo vio terminar su plato.
- No, gracias. ¿Angélica ya está dormida?
- Sí. Oye, apaga la música, me duele un poco la cabeza.
Sergio pareció no tener inconveniente en hacerlo. Ella se sentó y puso sus codos sobre la mesa, mirando con atención el vaso vacío de Sergio, pensativa. Echó un vistazo al reloj nuevamente, ahora eran las diez. Y Raúl no llegaba.
- Tu hermano debería sentirse con suerte de tener alguien que lo espere de noche –dijo Sergio- No es tan tarde, mi amor. Llegará con bien.
Yadira quiso sentirse reconfortada. Sergio siempre estaba para ella, sus palabras siempre habían sido tranquilizadoras. Pero no esa noche. Ella estaba distraída, pensaba en papá, en el osito, en la carta. En una palabra.
Y le asaltó una duda. Levantó la mirada.
- No te incomoda que viva con nosotros, ¿verdad?
Sergio la miró intrigado.
- ¿Me estás preguntando o diciéndomelo? Pues qué te digo… es mi cuñado y de veras lo estimo. Y no tengo porque no compartir mi casa con la familia.
Yadira seguía distraída
- Es un joven todavía… lo que hace, lo que… piensa. A la hora que llega…
- ¿Todavía? ¿Cómo que todavía? Yadira, no manches, es un año menor que tú nada más. ¿Vas de nuevo con esa comparación entre él y nosotros?
- Nosotros ya estamos casados y tenemos una hija.
- ¿Y eso qué? ¿Nos hace más viejos o maduros que él?
- No me refería a eso… Raúl es mayor, ya debería tener la conciencia de su responsabilidad para con nosotros, que somos los que lo mantenemos.
- ¡Acabas de decir que todavía es joven! ¿Quién te entiende? Tanto como que lo mantengamos, no. Acuérdate de que es él quien le compra sus cosas a Angélica, paga parte de la renta y compró el carro con su dinero. No se merece que lo trates tan duro. Todavía dijeras que le da un mal ejemplo a Angélica, pero ni siquiera toma ni fuma y a ti y a mí nos consta que nunca se ha metido nada a pesar del ambiente en el que anda.
- ¿Has escuchado su música? ¿Has puesto atención a la lírica? ¡Él la escribe! Mi papá nos apoyó siempre en nuestros gustos, con todo y todo. Él nos consiguió nuestros primeros instrumentos. Un tiempo creyó que lo que andaba oyendo no era muy adecuado para mí y sin embargo me dejaba elegir. Pero conocimos a tanta gente cuando le entramos en serio a la música, no siempre tan buena… Te consta. Créeme, yo sé de lo que hablo y lo que Raúl toca se me hace muy...
- ¿Muy qué?
- ¡No lo sé! ¿Qué te crees que no me espanta no saber qué me provoca lo que hace? Carajo, una cosa es pintarse la cara y gritar pendejadas, otra muy diferente es hacer lo que él hace, con esa actitud… no inventes, hasta me aliviaría saber que se droga, porque te juro que a veces…
- Vamos, corazón, tú no eres la Yadira que yo conocí. Se te ve claramente que colgaste la lira hace mucho. Sus letras hablan de lo que es internamente, y cambiarán conforme Raúl se dé cuenta de que su música debe evolucionar –Yadira hizo un gesto de incredulidad y hartazgo- Lo que pasa es que tú le tienes envidia porque él hace lo que tú nunca te atreviste.
- ¡Lo que hice con mi banda fue suficientemente bueno!
- ¡Pero si lo que compusieron lo tocaron como tres veces y tú ni quisiste grabar!
- ¡Eso no tiene nada que ver!
Sergio se sorprendió de esa enérgica respuesta e hizo un gesto con las manos de no querer seguir con la polémica.
- Pero además, Sergio, aceptemos la realidad –continuó ella- tocar ya no nos queda a nosotros y a Raúl tampoco ¡y menos de esa manera! Ese modo de vida no deja con que comer.
- No quieras desviarte la plática. Suenas a mi mamá…
- Pues tu mamá sonaba a la verdad. ¿A poco me vas a negar que te ha ido bien como contador?
- No lo estoy negando, pero el apoyo de tu hermano es muy importante ahora que tuvimos a Angélica. Y acuérdate que ese dinero no es de lo que le pagan por tocar.
- Esa vinatería era de mi tío.
- Pero él la trabajó suficiente para después hacerse de un dependiente que vendiera por él.
- Lo que no me explico es porqué si se supone que nos va bien a todos, él vive aquí con nosotros y ni siquiera podemos adquirir una casa propia.
- ¿Yo qué sé? Discútelo con él. Pero si me preguntas a mí, no me molesta. Yadira, es familia, por favor…
- Y lo normal es que la familia se separe para que cada quien siga su camino. Raúl ya se está tardando. Yo quiero vivir como una persona normal y Raúl también debería.
- Ése es el problema, crees que depende de ti que él decida lo que ha de hacer. Crees que si dejaste la música, él también debería hacerlo. Déjalo ser. La música que toca se me hace buena y creo que tiene futuro. Su propuesta es bastante interesante. Hasta se me hace raro que nadie le haya echado el ojo a lo que hace.
- No inventes, Sergio, a veces no sé si te haces pendejo o de veras lo eres… ¿Qué quieres decir con eso?
- Que él es tu hermano y eligió quedarse contigo. Eligió ayudarnos y yo le estoy muy agradecido. Es que mira: no nada más lo quieres fuera de aquí, sino que además crees saber que lo mejor para él sea dejar la música. ¿No puedes apoyarlo siquiera un poco?
La tensión creció. Yadira miró desafiante a su esposo. El silencio de éste alimentó de seguridad sus ojos. Pero pronto Sergio tomó la palabra nuevamente:
- Él como nosotros, aunque no lo veas, supo repartir bien su tiempo. Que no lo haya hecho como tú querías, ya es otra cosa. Desde que salió de la prepa se dedicó exclusivamente a atender la vinatería y volvió a tocar un año después. Mientras nosotros decidimos estudiar, hacer una carrera, casarnos, él decidió dedicarse a la música. Además a ti te consta que ha estado estudiando con miras a entrar a la universidad, quiere consolidar una carrera. Su música no sólo es un pasatiempo.
“Puede que tenga razón”, pensó Yadira “no lo puedo negar”. Aunque estaba de frente a él, su mirada se perdía en la pared detrás. Dirigió de nuevo los ojos hacia los de Sergio, quien parecía estar esperando a que contestara. Volvió a ver el reloj. Ya eran las once y diez. El tiempo se había ido volando. Apenas se dio cuenta, Metallica con la Sinfónica de San Francisco sonaba en su aparato de sonido. Sergio no había quitado la música, solo había cambiado de disco. Ese disco de Metallica era su favorito. No pudo menos que abrazar a Sergio y besarlo en señal de agradecimiento. En realidad no tenía dolor de cabeza.
- Es raro que sea yo quien defienda a tu hermano de ti –dijo Sergio.
- Siento una gran responsabilidad por él, mi amor. Mi papá siempre quiso que yo fuera su ejemplo. Pero como dices, debo comprender que ya es un adulto.
- Por eso me gustas, Yadira Tapia…
Un grito de la pequeña Angélica los interrumpió. Pero no era un grito de terror, era un llamado; Angélica llamaba a alguien y de manera eufórica.
- ¡Oxus, Oxus! –gritaba con entusiasmo y reía de alegría después- ¡Ven Oxus, no te quedes ahí! ¡Vamos a jugar!
- ¿Qué tienes, hija? –gritó histérica Yadira en cuanto entró en el cuarto de la niña.
Angélica reía dormida, como si disfrutara lo que estaba soñando. Dejó de llamar al tal Oxus, rió una última vez y se sumió en un sueño profundo. Yadira y Sergio suspiraron de alivio al ver que se trataba solo de un sueño. Hacía frío. La ventana estaba abierta. “Hubiera jurado que la cerré” pensó Yadira extrañada.
- Buenas noches –dijo una voz.
Era Raúl. Sergio se alegró de verlo, le estrechó la mano y le dijo que lo estaban esperando para irse a dormir. Acto seguido se fue a su recámara y cerró la puerta tras de sí. Los hermanos quedaron frente a frente. Yadira mantenía la mirada fija en la ventana, con los brazos cruzados.
- ¿No me vas a saludar, Yadi? – dijo Raúl.
- ¡Ah! Perdón –se disculpó ella algo distraída- ¿Cómo te fue?
- De la chingada, casi nadie se quedó a la tocada y no recuperamos ni la mitad. Además Pepe me dijo que habían asaltado la vinatería. No se llevaron mucho, pero el susto nadie se lo va a quitar.
- Ánimo, mañana será otro día ¿no quieres algo de cenar?
- Acabo de cenar, pero si te sobró café, quisiera un poco.
- Ahorita te lo sirvo.
Yadira dijo esto como si estuviera en otro lugar, no dejaba de ver a su hija. Raúl lo notó y preguntó preocupado:
- ¿Qué tienes?
- Nada, es que… Bueno, tú, ¿alguna banda que toque con ustedes se llama Oxus?
- No lo creo. ¿Por qué?
- No sé. ¿Conoces la palabra?
- Lo dices por Angélica ¿verdad?
Yadira asintió sorprendida.
- Tal vez les debí haber dicho.-continuó Raúl- Un día que me quedé con ella, noté que llamaba a alguien llamado Oxus en sueños, mientras dormía. ¿Lo volvió a hacer?
- Precisamente antes de que llegaras.
Raúl se quedó pensativo.
- No hay que alterarnos. Puede ser que sea un amigo imaginario, sólo que con un nombre muy extraño. Ya sabes como son los niños. –dijo finalmente- Pero si te inquieta mucho, pregúntale directamente quién es. Vete a dormir, yo me serviré el café.
Yadira quedó un poco desconsolada con la cómoda respuesta de su hermano, cuando ella esperaba que le diera una explicación más detallada, como si él supiera en realidad quién era Oxus. Raúl sintió que su hermana esperaba mucho de él y él no podía ofrecerle mucho. Las tocadas ya no dejaban lo mismo y la farmacia ya había sido asaltada varias veces, aunque sólo les había comentado de la última vez. En realidad, Pepe ya había renunciado y era Raúl quien atendía, junto a un nuevo dependiente, en el cual no confiaba mucho, lo que provocó que bajaran las ventas, ya que no abría todos los días o el nuevo empleado lo hacía tarde; llegó a sospechar que le estaba robando, sin tener pruebas aún. Pero en medio de todo esto, había pasado algo bueno. Su banda y él habían grabado un demo de cinco canciones ya hacía tres meses y le daban sus últimos retoques en el estudio. Habían esperado mucho tiempo para editar las copias y empezar a venderlas entre la gente de las tocadas. Precisamente en la tocada siguiente algunas copias serían ofrecidas al público. Además, también ya tenía tiempo de haberse metido a clases para componer música, sobre todo en piano. Pero Yadira lucía muy cansada y al mismo tiempo muy alterada por el incidente con su hija. “Es mejor no perturbarla más”, pensó.
- Mañana voy a salir todo el día, Yadi –dijo secamente.
- ¿Igual que hoy? Pero mañana no tienes tocada ¿o sí?
- No, pero vamos a ensayar un rato y después me voy a pasar a la vinatería un rato.
- Pero habíamos quedado en que iríamos mañana a ver a mi mamá. Además no vas a ocupar mucho tiempo en eso.
- Está bien, los alcanzo allá.
- Ya quedaste, Raúl.
- Sí.
La besó en la frente y se fue a dormir. Yadira volvió a ver el reloj. Ya eran las doce y media. El tiempo había pasado muy rápido; demasiado rápido, quizá. Ahora sentía que ya había arreglado todos sus asuntos del día y ninguno había quedado pendiente. O eso parecía.
Aunque no del todo. Acostada ya junto a Sergio, con la mejilla sobre la almohada, y casi dejándose dominar por el sueño abrió de súbito los ojos.
- ¿Mi…mamá? –susurró extrañada, mientras sentía una ligera ráfaga de viendo se colaba desde la otra habitación.
La ventana seguía abierta y la pequeña Angélica sonreía.
H.
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