- ¡Yadira!
La puerta del departamento padecía los fuertes golpes que alguien le propinaba con la palma de la mano desde el otro lado. Sergio se despertó primero, amodorrado, sin ganas de abrir.
“Pinche vieja, que se vaya a joder a otro lado”, pensaba mientras se vestía.
- Son las seis y media, Doña Julia –dijo cuando abrió la puerta.
- Buenos días, Sergio. Lo que pasa es que voy a salir todo el día y quería ver si ustedes podrían cuidar a mi hija mientras yo estoy fuera.
- No invente, su hija tiene quince años, ¿qué no se sabe cuidar sola?
- Es que con eso de que ya tiene novio, pues me da pendiente que el chamaco ése venga a verla y hagan, pues, lo que ya sabes.
- Nosotros también vamos a salir.
- Pero yo no –dijo de tras de él la voz de Raúl.
Doña Julia se quedó callada. Raúl le daba mala espina. No le confiaría a su hija a alguien como él. Pero a Karen le agradaba y ella no lo podía evitar.
- Te oí decir anoche que saldrías. –dijo Sergio dirigiéndose a Raúl.
- Iba a salir, pero acabo de hablar con los chavos de la banda y me dijeron que no podían ensayar hoy. Decidí quedarme a estudiar aquí un rato y después ir con Pepe.
- Pues entonces quédate, cuidas a Angélica y, si la señora quiere, a Karen. ¿Cómo ve, Doña?
La señora no tuvo más que aceptar, pues sabía que su hija estaría encantada y a ella eso le importaba mucho.
- Está bien.
- Una cosa más, señora –le dijo Sergio cuando Doña Julia se iba a su departamento- ahí para la otra no nos levante tan temprano para pedirnos un favor de esos.
La señora no pudo más que fruncir el ceño y, molesta, bajó por las escaleras.
Sergio volteó para preguntarle a Raúl a que hora estaría listo para irse a la biblioteca para traer los libros que utilizaría para estudiar; que si quería, él mismo lo llevaba. Pero cuando volvió la cabeza, no lo encontró. Apenas se dio cuenta, seguían siendo las seis y media en el reloj de la sala.
-Debe estar descompuesto –dijo para sí y se volvió a acostar.
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Yadira se había despertado antes que todos y se disponía a preparar el desayuno, pero se dio cuenta muy tarde de que no tenía con qué hacerlo, por lo que salió apresuradamente del edificio para comprar algo. No se había percatado, pero la noche anterior había llovido mucho y los escalones de los departamentos estaban resbalosos. Por poco caía y volteó hacia arriba al sostenerse de algo, cuando notó que había humedad en el techo. “¿Otra vez?” pensó “¿Qué no se preocupan por las goteras?”. La recubierta de yeso se había humedecido y la línea de humedad avanzaba por la pintura descarapelada sobre el muro formando grumos de yeso mojado que adoptaban caprichosas figuras. Yadira lo veía de lejos, pensando en que llamaría a alguien para que reparara eso. Salió del edificio y se dirigió a una pequeña tienda Oxxo que se encontraba frente a las unidades, cruzando la calle. Cuando estaba por entrar a la tienda, una ráfaga de viento provocó que se detuviera y cerrara sus ojos. “Un remolino” pensó. Cuando abrió los ojos, el letrero de la tienda decía “Oxus”. Yadira sintió que un intenso escalofrío recorría su cuerpo y se quedó parada frente a la puerta de la tienda un rato, hasta que reaccionó y volteó hacia la calle. Había poca gente, uno o dos perros despertando en medio de la humedad de la mañana, un camión de Coca-Cola se acercaba por la calle, mientras un vagabundo recogía basura. Cuando volteó de nuevo, el letrero rezaba “Oxxo” nuevamente y, sintiéndose extraña, entró a la tienda, hizo sus compras y fue de regreso a su edificio.
Cuando llegó a la entrada del edificio se percató de algo que no había visto al salir.
- ¿Otra vez, Ángel?
Ángel era uno de los muchachos drogadictos de los edificios. Vivía en uno de los departamentos donde Sergio y ella habitaban, pero su familia se pasaba los días en fiestas o comidas, nunca había nadie ahí, por lo que él pasaba mucho tiempo en la calle. Y vagando tanto fue como se dio a la droga. A Yadira le daba lástima este chico de 17 años, pues ella lo había conocido desde que se mudó ahí a vivir con Sergio. Lo conocieron en una de las posadas que los vecinos de las unidades hacían cada año. La suya era una familia, si no perfecta, por lo menos estable. Tiempo después, sin que se dieran cuenta, Ángel comenzó a robar pequeñas cantidades de dinero a los vecinos del edificio para comprar su droga. Y de eso ya tenía como dos años. Sus padres se habían dado por vencidos en ayudarlo; aunque realmente no les importaba en lo más mínimo. Sus padres terminaron divorciándose y el esposo se fue a vivir a otro lado. Yadira y Sergio sentían compasión por Ángel y aunque sentían no podrían hacer mucho por él, lo recogían cada vez que lo veían drogado en la calle. Después de todo, era de su edificio. Había sido novio de Karen y se llevaba muy bien con Raúl, ya que la joven pareja iba a la casa de Yadira a escuchar música. Pero ahora estaba ahí, sentado junto a la puerta, drogándose. Cuando Yadira lo vio, pensó que se molestaría y ella sabía muy bien que drogado podía ser muy agresivo, por lo que se contuvo de llevarlo a su departamento. Se limitó responder el desganado saludo del chico.
- Buenos días, Yadira –dijo él con voz seca.
- Buenos días, Ángel –contestó ella.
- ¿Si te conté de unos amigos que me vinieron a visitar ayer?
- No, Ángel, no me contaste, pero me mejor otro día. –respondió Yadira sacando las llaves de la puerta.
- Nos la pasamos bien chido, hubieras estado con nosotros. –continuaba Ángel como si Yadira no hubiera respondido.
- Me alegro.
- Si los conoces ¿no? Son Xaavieeeer… Samuueeeel… Uuliiiiises y…y… Omar. Dicen que pintaron esa cosa que está en el techo. Está bien loca ¿ya la viste?
Yadira se acordó de la humedad del techo y pensó que se refería a eso.
- Sí, la vi –dijo ella.
- Omar dice que es el señor que es papá de Angélica.
- ¿Sergio?
- No, ese güey no. Otro ¿qué a poco no te acuerdas de él?
A Yadira le comenzó a molestar la insinuación de que Angélica no fuera hija de Sergio; pero después recordó de que Ángel estaba drogado y lo que decía no tenía sentido.
- No me acuerdo de él.
- Pero si era tu novio ¿no?
- No lo creo, Ángel ¿de quién hablas?
- Pues de él, pero si aquí está con nosotros, ¿qué no te acuerdas de él?
- No lo veo.
Yadira se empezó a desesperar. La llave se había atorado y no giraba. Tuvo que tocar el timbre de su número.
- ¿Quién? –respondió la voz de Sergio por el interfon.
- Ábreme, Sergio, mi llave no abre. –contestó ella.
- Voy.
Ángel se puso de pie trabajosamente. Yadira dio un paso atrás asustada, preguntándose por qué Sergio tardaba tanto en bajar.
- Ya me voy, Yadira –dijo Ángel.
- Nos vemos –dijo ella.
- Adióooosssss –dijo él alejándose con voz delirante. Se puso a cantar en inglés.
Yadira sintió un gran alivio cuando lo vio tambaleándose lejos de ella. Pero, súbitamente, lo oyó gritar desesperadamente ¡Oxus! Se movía como si estuviera rodeado por varias personas, jalándose los cabellos. Caminaba frenéticamente de un lado a otro, sin rumbo; se azotaba contra las paredes ¡Oooxuuss! Cuando volteó, Yadira pudo ver que sus ojos se habían puesto blancos. Gritó de nuevo y se fue corriendo. Algunos vecinos se asomaron por sus ventanas y las cerraban al verlo pasar frente a sus edificios. Se detenía súbitamente en las entradas de los edificios, los golpeaba con furia y, apenas el portero u otra persona le abrían se dejaba caer hacia atrás, señalándolos con su mano ¡Ooooxuuuus! Se incorporaba de nuevo y continuaba la sicótica carrera hacia el fin de las unidades. ¡Déjame! Un último grito bastó para que se arrodillara mirando al cielo; algunas personas se animaron a acercarse a él en cuanto lo vieron tirado en el asfalto, inconsciente ya, para trasladarlo a algún lugar. Una mujer que ayudó a Ángel hizo señas a Yadira desde lejos, pero ella se había quedado paralizada. “Esas letras están haciendo todo lo posible por llegar a mí”, pensó. Sergio le abrió la puerta entonces.
- ¿Qué tienes, mi amor? –preguntó él.
- Nada –contestó ella distraída.
- Luces asustada.
- Es que vi a Ángel drogado y golpeándose.
Sergio vio a las personas que se llevaban a Ángel. Los reconoció como vecinos del edificio de enfrente.
- Pobre muchacho. Quisiera poder ayudarlo, pero ahora ya no tenemos tiempo. Además ya ves que parece que no quiere dejar la droga y hemos hecho mucho por él. Tal vez otro día lo ayudamos, pero hoy no. Vamos, ya tengo hambre.
Yadira continuaba con la mirada fija al lugar donde Ángel se había arrodillado, en una actitud de consternación. Volteó lentamente hacia su marido
- Sergio, ¿tú sabes que significa Oxus?
- ¿Disculpa? No, no sé qué es. Luego lo vemos ¿sí? Tengo hambre, ándale, vamos a la casa.
Yadira le dio a entender que quería una respuesta, no un reproche, a lo que Sergio contestó que no importaba lo que esa palabra significara, no era nada real ni motivo de preocupación.
Cuando subieron a su departamento, se encontraron con Doña Julia y Karen.
- Raúl se va a quedar, señora y él la va a cuidar –se apresuró a decir Sergio.
Doña Julia miró sorprendida a Sergio y después a Yadira.
- ¿Cuidar a quién, Sergio?
- Pues a Karen, ¿no me dijo usted que saldría todo el día y nos encargaba a su hija?
- Pues sí voy a salir, pero no les he dicho; de hecho, venía a pedirles el favor.
Sergio pareció desconcertado.
- Lo debiste soñar, cariño -dijo Yadira- vamos a salir, Julia, pero Raúl puede cuidar a su hija. Se va a quedar.
La señora hizo un gesto despectivo, pero acabó aceptando. En ese momento vieron subir a Raúl por las escaleras con algunos libros bajo el brazo. Karen bajó a saludarlo y le dijo que estarían juntos todo el día.
- ¿Todavía no se van? –preguntó Raúl a Yadira y Sergio- ya son las diez y media.
- ¿Las diez y media? –dijo incrédula Yadira- Pero si yo bajé al pan a las siete…
- Y yo bajé por ti a los ocho –dijo a su vez Sergio.
- No me tardé una hora, Sergio –dijo ella.
- ¿De qué hablas, Yadi? –intervino Raúl- no traes nada, si es que saliste a comprar.
Yadira notó espantada que en efecto no traía nada en las manos, excepto la llave. Raúl continuó:
- Además no sé por qué te preocupas, si hay de comer en la casa, Angélica desayunó conmigo antes de que me fuera a la biblioteca. Buenos días, Doña Julia.
- Ya te dijo Karen que vas a cuidarla ¿no? –dijo Yadira saliendo de su aturdimiento, a lo que Raúl contestó afirmativamente- Bueno, te dejamos, Julia, porque ya se nos hizo tarde.
- Tienes llave, ¿verdad Karen? –dijo la señora alejándose.
- Si, mamá
Todos entraron al departamento y unos momentos después Raúl veía salir a Yadira, Sergio y Angélica.
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- ¿Bueno? ¿Si se encuentra Samuel?
- Si, ahorita te lo paso ¿quién eres?
- Karen.
Raúl miró de reojo a Karen mientras ella hablaba por teléfono.
- ¿Qué tu mamá te trajo aquí para que no vieras a tu galán? –preguntó.
- Si, pero ¿verdad que me vas a dejar traerlo aquí? Es que quiero que te conozca, le he hablado de ti.
- Le has hablado de mí… no seas mentirosa –dijo Raúl en tono de burla- Está bien, que venga, pero que se vaya antes de que llegue mi hermana. No quiero que quede mal con tu mamá.
Karen le dio las gracias y una media hora después el tal Samuel ya estaba en la casa de Yadira. Estuvieron platicando un rato con Raúl y después los dos salieron del departamento a besarse. Raúl seguía estudiando y vio entrar a Samuel, quien le preguntó si podía usar el baño. Raúl se lo señaló y cuando Samuel intentó abrir la puerta, la voz de Angélica contestaba desde adentro que estaba ocupado. Raúl se sobresaltó. “Juraría que la vi salir con mi hermana” pensó.
- Permíteme –dijo a Samuel y tomó la perilla de la puerta- ¿Angélica?
- ¿Qué pasó, tío?
- Este… ¿Ya vas a terminar?
Desde adentro del baño se escuchó el retrete fluir y momentos después la pequeña Angélica salía secándose las manos en su pantaloncillo. Raúl la miraba absorto.
- ¿Te pasa algo? –preguntó Samuel.
Raúl apenas reaccionó.
- No, nada. Pásale. –dijo al fin.
No cabía en su asombro de lo que había visto y se dirigió a Angélica.
- ¿No ibas a ir con tu mamá?
- No, tío, me iba a quedar contigo.
- ¡Ah! ¿Si? –preguntó él, absorto– bueno, este, pues ¿qué quieres que hagamos?
- ¡Enséñame a tocar la guitarra, tío!
- ¡Ja, ja, ja! O.k.
Raúl tomó su guitarra y se acomodó en la sala del departamento. La pequeña Angélica se acercó a él y se sentó en el piso, justo frente suyo; su mirada y oídos solamente podían prestar atención a las notas que nacían del rasgar de las cuerdas del instrumento musical de Raúl.
- Mira, tú eres diestra como yo, así que debes tomar el brazo con la mano izquierda y vas a rasgar las cuerdas con la derecha. Para que sea más fácil, te voy a enseñar a tocar una canción que acabo de componer, muy sencilla; vas a ver, hasta tú podrías aprendértela ahorita sin problemas.
Mostrando a la niña la manera en que habría de tocar el instrumento, Raúl comenzó a interpretar su canción. Era en realidad un arreglo muy simple y repetitivo. La letra parecía sencilla también:
- Y sólo tras perder el rumbo… ahora sé quién soy…
La voz de Raúl se manifestaba melancólica y melodiosa a la vez. Su hermana nunca había comprendido cómo era posible que Angélica se aficionara a algunas de las canciones de su tío, tan sombrías y, a veces, tan tristes. “Yo nunca quiero ver triste a mi hija”, le repetía constantemente a Raúl. Él sabía muy bien que estaba formando musicalmente a una niña singular, que no era capaz de sentir tristeza. Mientras tocaba y cantaba aquella canción, solamente podía pensar: “Sí, este mundo sería mucho mejor si la gente fuera como ella… cómo quisiera que me dijera porque nunca había dicho sentirse triste…” Dejó de tocar súbitamente.
- ¿Qué pasó, tío? ¿Ahí se acaba? –preguntó la niña, contrariada.
- No, es sólo que quisiera preguntarte algo. ¿Tú sabes lo que es estar triste?
- Sí, mi mamá me lo ha dicho. Que cuando me raspo en la tierra o me corto con el papel, ella dice que eso me puede poner triste. O que también cuando le pasa algo malo a ustedes y a mi papá; cuando le pasan cosas malas a la gente que conozco…
- Pero eso te lo dijo tu mamá. ¿Tú lo has sentido? Tú, solita…
- Pues, sí, tío, antier me caí del triciclo en el parque…
Raúl no pudo más que esbozar una ligera sonrisa.
- Sí, nena, pero ¿te has sentido triste por algo que nos pase a nosotros?
- Oye, no manches, deja de preguntarle esas cosas –se oyó la voz de Samuel desde atrás- es una chavita.
Raúl seguía con la mirada fija en los ojos de Ángelica, esperando una respuesta.
- No, tío –contestó ella al fin.
Samuel se acercó a la sala y vio la expresión de Raúl ante la respuesta de la niña. El músico dirigió su mirada ahora hacia Samuel y le dijo sonriendo:
- O no se da cuenta de lo que pasa en esta casa o esta niña es verdaderamente sabia.
Samuel frunció el ceño en señal de que no había entendido la frase.
- Eh… bueno, OK… voy a estar afuera con Karen –dijo y salió.
Raúl soltó la guitarra y se acercó a la niña, tomándola y elevándola en sus brazos, la balanceó jugando con ella. La niña reía divertida cuando de súbito, su tío la besó en la frente de manera efusiva. Angélica se quejó:
- ¡Tío, me dijiste que me ibas a enseñar a tocar la guitarra!
Raúl la bajó, le dio la guitarra y comenzó a instruirla en la manera de tocarla. Una desafortunada maniobra del músico al afinar el instrumento provocó que una cuerda saliera reventada del brazo golpeando a la niña en la cara. Inmediatamente soltó en llanto. Raúl la abrazó, consolándola. Pensaba para sus adentros “Pero esto no es tristeza, es algo más puro, es dolor…” Samuel y Karen entraron precipitadamente al departamento al escuchar los llantos de la niña; en cuanto ésta vio a Samuel, se soltó de su tío y corrió a abrazarlo.
- ¡Oxus! –exclamó, agarrándose fuertemente del cuerpo del muchacho.
Raúl quedó paralizado al escuchar esto; no era menor la sorpresa de Karen ni mucho menos la de Samuel, que no acertó más que a corresponder el abrazo de la niña. En ese momento, Yadira y Sergio abrían la puerta; la singular escena los envolvió y ellos tampoco supieron cómo reaccionar. Pasó un largo rato. Yadira miró el reloj: marcaba las doce del día. Volteó su mirada al exterior y en efecto parecía ser mediodía.
- Pero… -musitó consternada.
La pequeña Angélica no parecía haberse percatado de la llegada de sus padres. Seguía abrazada de Samuel, llamándolo, en voz baja, Oxus.H.
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