Texto para el Ejercicio 27: Cien Balas. Noviembre 28, 2008
El jefe
-Ya inventariamos los daños. Son, en total, noventa y nueve espejos rotos. Nos quedamos sin espejos, de hecho. Los huéspedes arrinconaron al atacante y ahora lo tienen vigilado. Aunque…
-Aunque qué, Enrique.
-Resulta que ninguno de los huéspedes pudo quitarle el arma que traía y ahora que lo tienen arrinconado, él solo mira al piso, sentado en posición fetal y con la pistola apuntándose a la sien.
-¿Ya llamaste a la patrulla?
-Si, “señor”. Oye, si me permites una pregunta, ¿por qué te importa tanto lo que perdimos? Todavía ni tenemos al loco fuera de aquí y tú ya ordenaste el inven…
-Enrique, preguntas demasiado. Sólo llévame donde está ese hombre.
El jefe bajó de su auto y caminó hacia el inmueble. Enrique sabía que su jefe siempre tenía la sartén por el mango. No había de que preocuparse. El jefe sacaría al loco del motel y todo arreglado… y con espejos nuevos.
-¿Ya viste al atacante, Enrique?
-Eh, no. De hecho lo que te informé me lo dijeron.
-¿Cuánto tiempo lleva el loco acorralado?
-Horas. Desde la medianoche.
Llegaron al pequeño lobby. Hombres y mujeres, de las más diversas edades y complexiones, la mayoría en ropa interior o vestidos, al parecer, con prisa, a juzgar por el escandaloso desacomodo de las prendas, estaban congregados ahí. Enrique se sentía seguro; el jefe iba con él y sería capaz de sacar al loco de ahí. Su poder de persuasión era increíble. La gente siempre salía satisfecha del motel aunque el servicio hubiera sido terrible. Todo gracias al jefe…
-¡Es él!
-¿Quién de los dos?
Una detonación. Enrique yacía en el suelo, con una bala en la cabeza. Había contado mal los espejos rotos. Su hermano sonrió, pues ahora sí serían 99. Afirmó, definitivamente, por qué él era el jefe.
H.
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