lunes, 27 de julio de 2009

Ontología

¿Alguien reconoce a este simpático animalillo?
Cuando era niño, vivía en casa de mis abuelos maternos, en la legendaria colonia Huichapan. Bueno, en realidad, en estricto sentido vivía en la San Diego Ocoyoacac, pero eso a nadie, salvo a las instancias de gobierno, les importa (sí... ¿verdad?). Era una casa como cualquier otra de una colonia medio proletaria, medio miguelhidalguense y muy peligrosa. Y como en todas las casas donde se acumula polvo, había opiliones. ¿Qué? A ver, lea bien y repita: O-PI-LIO-NES. Falsas arañas en las esquinas de los techos, huyendo frenéticamente de manos, escobas, zapatos, periódicos y matamoscas artropodicidas. Seguro que ya saben de qué hablo. Estos animales con los que seguramente ustedes han convivido, son uno de esos observadores silenciosos, ignorados e incluso odiados más comunes de la fauna que habita nuestra casas y comparte el techo con miles, qué digo miles, millones de personas.

Pero yo, por ejemplo, no sabía que se les llama opiliones. Ni
siquiera que se les llama también segadores. Para mí, la palabra con la que inconscientemente los asocio y que será muy difícil de borrarla de mi mente es ALTARAÑAS. Así es, amiguitos: altarañas. No sé de alguien más que use esa palabra fuera de mi familia, puesto que no hay necesidad de mencionar a estos huéspedes con el resto de las personas ¿Cómo para qué? Son el ejemplo perfecto de aquellas cosas a las que estamos tan acostumbrados o que estamos tan dispuestos a ignorar y que carecen de nombre específico. Sólo afean, sólo huyen, sólo están, sólo son. Y obviamente, otra verbo que conjugan frecuentemente (para placer nuestro) es morir.

Lo que el pone el detalle anecdótico a esto es el hecho de la palabra "altaraña" está íntimamente en mi vida al hecho de que una persona en particular me enseñó qué eran esas cosas y cómo llamarlas. Es decir, para mí, la existencia de las altarañas se hizo presente gracias a mi abuelo, allá en la Huichapan. He repasado mi infancia a veces y me percato que él es él único de quien tengo el recuerdo que me enseñó una palabra. Señalaba a los frágiles artrópodos allá en la esquina superior, entre castillos y losa de los cuartos, que permanecían impasibles, listos para huir o caer. Inmóviles. Me decía: "Esas son altarañas".


No sé quién me enseñó a decir "mamá" o "papá" o quién me guió por el camino de nuestra lengua, o quienes me han aportado más cosas. Mi memoria no alcanza a esas personas y hasta dónde puedo recordar, nadie a excepción de mi abuelo, me ha enseñado una palabra tan específicamente ligada a algo, como el caso de las altarañas. Sí, seguro que ha habido otros casos, pero no hallo uno más entrañable.


Un amigo que conocí en la Facultad, hace poco, por medio de su blog, logró algo similar, pero con un concepto. No estoy taaan seguro de que sea algo equivalente, pero ya ven. O podría mencionar a los pececillos de plata, estos:


...de los cuales apenas en este año supe que también se les conoce como lepismas. Pero esos nombres no tienen que ver con una persona, sino con un libro e internet. Acaso tenga que atribuir estos pequeños descubrimientos a mi curiosidad y mis ganas de leer, pero no tiene el mismo sentido.

Ya va para diez años que mi abuelo falleció y entre tantas cosas que aprendí de él, mis recuerdos parecen irse condensando en una esquina superior de algún cuarto, ahí dónde a veces parece no haber vida, por estar lleno de polvo, donde parece acabar el espacio, donde habitan criaturas que nos gusta ignorar a pesar de estar expuestas y visibles; ahí donde un opi.. una altaraña posa sus frágiles patas, lista para avanzar.

A veces envidio su perspectiva.

H.

1 comentario:

Adrián Ortiz dijo...

mi exégesis: chas, yo nunca vi un artrópodo así... altarañas y nunca preguntaste por qué se llamavan así? yo sólo llegué a ver las "arañas patonas" jaja