domingo, 11 de enero de 2009

Nombres, nombres

Encuentro esto por casualidad al buscar información en la red sobre la película Los niños del Brasil:


En 1937 se duplicaron los Adolfos en el padrón nacional. Esta progresión geométrica avanzó durante la guerra y declino abruptamente con los juicios de Nuremberg. La influencia y el amor por el nazismo de muchos argentinos también esta presente en las estadistícas.

Llamarse Hitler

La semillería Carozzo Hnos., la fábrica de soutiens Pezzoni, la ortopedia Caminitti, la fábrica de escaleras de Zuviría, el mecenas homosexual Pirovano, o el Coronel de intendencia Mango, son sólo una muestra de la posible influencia del nombre en el futuro de quienes lo poseen. O tal vez podamos concluir que, de algún modo, los nombres nos poseen a nosotros. Porque el nombre, en definitiva, es lo que primero habla de uno: se declara previamente a cualquier intercambio, precede a cualquier gesto.

En nuestro país, a pesar de una muy estricta política de registro - que entonces sólo permitía nombres que provinieran de los evangelios - nacieron, entre 1932 y 1942, diez niños y una niña con la extraña singularidad de llevar por nombre propio el apellido del ejecutor del asesinato de más de veinte millones de individuos.

Estos argentinos llamados Hitler, bien sirven para advertir nuevamente - gracias al nombre propio del horror - que el huevo de la serpiente también se empolla en las pampas.

Los ‘Hitler criollos’

Hitler Emilio Palmas, carpintero, 1937, Hitler/ Fernando Destefanis, chofer, 1934/ Hitler Manuel De Melo, comerciante, 1932/ Hitler S. Colautti, ganadero, 1936/ Hitler R. Casagrande, Albañil, 1940/ Hitler Félix Conti, docente, 1939/ Hitler E. Alberione, empleada doméstica, 1940/ Hitler Ignacio Jofre, jornalero, 1942/ Hitler Federico Annaheim, empleado, 1936/ Hitler Ramón Rosales, 1933, empleado.

‘Mi nombre es todo lo que tengo’

Hijo de inmigrantes piamonteses, el señor Casagrande nació en 1940 en la provincia de Córdoba. Albañil, aficionado a la actuación, participó durante los años 60 de la exigua compañía de “teatro nacional” de su pueblo. Hitler Rudecindo Casagrande piensa que su nombre “lo ayudó” para formar lo que llama “la personalidad del actor duro y recio”.

En otra etapa de su juventud, reclutado para la Armada Argentina, donde pasó 3 muy buenos años, su nombre jugó un rol principal. Aún recuerda, divertido, el grito ario que la mayoría de sus camaradas le dedicaba a modo de saludo, acompañado del brazo extendido y un golpe de talones.

Nada de esto le producía (ni le produce) antipatía alguna a don Hitler Casagrande: no sólo no le molesta, explica, sino que le genera orgullo por él y por su padre, que tuvo el “impulso” de ceder a su sangre el apellido del influyente Führer.

Esta decisión de su progenitor no fue obra de politiquería, porque apenas sabía escribir, sino un “simple homenaje”, destacado, aclara, por un dato cómico: “hubo que convencer al cura, porque al principio no había caso”. Claro que al final, el ecuménico sacerdote accedió a bautizar al pequeño Hitler Rudecindo, nombre que lleva desde siempre y aún hoy con manifiesta “alegría y respeto”.

“Nadie sabía lo que iba a pasar después”

En otros casos, como el del carpintero marplatense Hitler Emilio Palmas, hoy con 63 años y también descendiente de italianos del norte, el asunto parece no tener demasiada relevancia. Con voz recelosa, acepta que es preferible a veces optar por una H. discreta para disimular el significado encerrado en su gracia, simplemente porque “en ciertas situaciones puede producir algún rechazo”. “Es muy simple”, justifica, “nadie sabía lo que iba a pasar después”.

“Y yo no le pregunté nada sobre esto a mi padre, porque cuando murió era muy chico, y tampoco fue un problema para mí”. Si un común dato político, como el ingreso de muchos oficiales nazis a la Argentina después de la Segunda Guerra, sirve muchas veces para cifrar la

historia pasada, oscura y pavorosa, Hitler Palmas, como el resto de sus tocayos es, en sí mismo, el portador inocente de un pánico que no se ha diluido y vive, como símbolo durable, en las letras de su nombre.

“Por qué no me puso Adolfo...”

También están aquellos para quienes esta marca significó dificultades algo mayores. Como para Hitler Félix Conti, maestro de escuela clase 1939, que durante sus primeros años de ejercicio docente debió tolerar con resignación los repetidos chistes de sus estudiantes.

Por su nombre, paradójicamente, el maestro Hitler sentía con frecuencia debilitada su autoridad ante la clase. A causa de esto y de sus diferencias con su célebre homónimo, prefirió durante un largo tiempo el enigmático H. Félix para presentarse al mundo.

Incluso más tarde, ya cansado de explicaciones, guiños y gestos de asombro o estremecimiento, decidió cambiarlo por otro más íntegro. Pero, pese a su insistencia, las férreas reglamentaciones de registro civil (las mismas que habían aceptado anotar en su Libreta Cívica el extraño deseo de su padre) esta vez no permitieron modificaciones: los tiempos que corrían no eran los mejores para discutir aquel asunto. El señor Conti, el que no quería ser Hitler, trató de rectificar su documento en 1977, justo cuando el estado argentino ejecutaba su propio homenaje al Tercer Reich, mucho más evidente y material que simbólico, en manos de los implacables y aplicados copistas del genocidio y la tortura.

No alcanza con uno

También encontramos que entre 1935 y 1946, por primera vez apareció una combinación de nombres antes ausente en el padrón electoral: Adolfo Benito 59 empadronados, Benito Adolfo 44. Además de 2 Benitas Adolfas.

Los Adolfos crecieron abruptamente durante la guerra y decrecieron a niveles más bajos que en la década del veinte - es decir niveles normales de Adolfos - luego del juicio de Nuremberg.

Los Jorges Rafaeles, seguramente se multiplicaron hasta el juicio a los comandantes, para dejar paso a los Raúles, que fueron reemplazados por los Diegos Armandos.


Como se habrán dado cuenta, habla de Argentina. La página no tiene más referencias, y la verdad, en esta ocasión no me interesa tanto saber si la información es verídica, bla bla. Sólo que me hizo pensar en la influencia que una personalidad fuerte real o construida es capaz de tener en una de las desiciones cotidianas que parecen puntero de nuestro inconciente colectivo. Los nombres.

El ser humano siempre le ha dado nombres a las cosas, sin que las cosas reclamen esa denominación. Reflexiones como la que acabo de hacer (algo miope, es cierto, pero es un inicio) es signo de una manera de entender al hombre que ha recibido la crítica de reducir todo a una amoral y poco comprometida cuestión de semántica. Esta crítica al posmodernismo -hay quienes dicen que es parte de eso, yo me reservo la opinión de momento- está destinada a las valoraciones en el plano de simple discurso de las actitudes e ideas humanas. Como relativizar el acto de matar un ser humano, por ejemplo.

En el caso de los nombres propios, los que nos son dados sin pedirnos opinión alguna, éstos pueden reflejar las manías de quien nos nombra. Es como una vez me contaron de una pareja que habían nombrado a sus hijos, cada uno Jim y Morrison. Nuestros nombres propios son, en cierta medida, síntomas de la mentalidad del tiempo en que fuimos concebidos (algo parecido al momento en que nacen las palabras que nombran cualquier otra cosa). Piensen en Mussolini. ¿Qué estado de desarrollo de la sociedad italiana, europea y occidental en general, fue necesario para que un individuo nombrara a su hijo en honor a un político mexicano?

En estos tiempos, algunas parejas adoptan nombres de raíz anglosajona, de idiomas nativos mexicanos u otros que parecen "exóticos" cada vez más que tomar el calendario y nombrar a un niño de acuerdo al Santo celebrado el día de su nacimiento. Otros es más simple: dan en herencia su nombre. Otros más eligen un nombre por el puro gusto de cómo suena. Este último es el más misterioso. Algo, algo de la sociedad influye forzosamente en nuestra elección de sonidos-palabras agradables y más si de trata de darle nombre a un ser humano.

El caso de los Hitler está para pensarse, ¿no?

PEACE OUT

H.

1 comentario:

Ruano dijo...

WOW. Muy buena prosa muchacho, de un momento a otro usted me atrapó de veritas. Felicidades, y en cuanto a las relación entre sonido y nombre de las cosas, desde el punto de vista lingüista (es que no lo puedo evitar), la relación entre el significado de una palabra y el sonido y estructura de ésta se llama iconicidad. La arbitrariedad, que se establece entre el significado y el significante (la palabra), queda anulada cuando cualquier tipo de rasgo suprasegmental (entonación) o semántico se hace presente en la palabra; sin embargo, y usted tiene la razón, los sonidos y las palabras tiene muchos que ver, de hecho es muy curioso que todos los diminutivos estén costruidos con la vocal "i", que es la más aguda de las cinco, lo que cual establece una relación directa entre los pequeño o afectivo del significado y los agudo y chillón (hasta cursi) del sonido "i", y la lista podría seguir y explicaríamos los paradigmas supletivos en los que también hay iconicidad, blablbalbalbal. Bueno, pero no es mu blog. saludos.
PD. HITLER es un nombre muy fuerte no? Más por la combinación de sonidos. Es interesante el desarrollo de la personalidad de estos personajes que se llamaban Hitler.