Comenzar el 2009 comentando la violencia es algo que en serio me tiene inquieto. Los actos violentos son signo de descontento, de traumas, odios, intereses enfrentados o simplemente locura. Pero también lo son de ideas y más que de ideas, de algo más, de un principio o "motor de la historia": el Conflicto. Tengo que decirlo: aún con tres años de carrera en la Facultad, una de las cosas de las que mejor me he convencido, es que el movimiento de los acontecimientos está en gran medida basado en el Conflicto -lo escribo con una mayúscula para que se note- y a pesar de considerar otras razones, éste me parece ser el catalizador de los cambios que más se sienten, los que hacen que la gente se sienta parte de la Historia.
Es como la vieja convicción socialista (aunque no únicamente) de estar con el viento de la historia a su favor. Un cambio histórico -concepto sobadísimo y asquerosamente prostituido por la babel de declaraciones de nuestros dos últimos gobiernos- hoy en día, se siente cuando un manifestante sale a la calle y protesta; altera la mediocre vida que muchos prefieren conservar, añadiéndole un poco más de mediocridad, pero aderezada de radicalismo discursivo y violencia que ni al caso. Para quienes están en organizaciones y autodenominados movimientos sociales, el cambio social histórico está hecho de retazos de rebeliones callejeras, actos "de dignidad" autóctona, acciones de freedom of speech, protestas simbólicas de celebridades contraculturales, lectura de sesudos ensayos a la Wallernstein o a la Chomsky. Un movimiento de las olas (usando una brillante metáfora de Fernand Braudel) que deja ver el fondo del mar: ahí donde la verdad negada se esconde temerosa del tiránico Capital, uno de los nuevos enemigos absolutos. Ahí donde el agua es más clara es dónde hay que asomarse, dicen.
La gran expresión de todo esto es la gran Asamblea, la Marcha, el conjunto de cuerpos y mentes, algunos adoctrinados otros simplemente indignados. La viva representación de la mítica democracia auténtica, de los reales sentimientos del personaje favorito de las fábulas histiográficas (oficiales y no oficiales): el Pueblo. De repente, uno le echa un vistazo a ese Pueblo y se encuentra con el Conflicto de la razón con las palabras, pues ese noble y maltratado cuerpo social tan pomposamente bautizado está representado por gente que viste camisetas, a veces usan rastas (paréntesis que me parece necesario: digamos que me llama la atención que un concepto de realeza de una sociedad premoderna de Africa se haya reducido a la denominación de un estilo de usar el cabello, transmutándose en una semántica difusa que cabalga alegremente entre la moda alternativa y un autoproclamado sentido revolucionario y de protesta contra todo lo que parece representar a la malévola sociedad), a veces sudaderas, jeans, y paliacates en la boca.
Sin embargo, en otras partes, esa gente viste como cualquier "burgués" pero con la camisa de mangas arremangadas, pantalaones sucios, sombreros de palma e instrumentos de trabajo y vemos aquí y más allá a la Santa Muerte, a San Judas Tadeo, quizás a Ganesha, por allá aparece Mariane, el Che, Lucio Cabañas, Sandino y Jesucristo. Los límites generacionales se empiezan a diluir aunque, para desgracia de un diálogo plural, los representantes del Pueblo que dan la nota, los que piensan que están demostrándole a sus ciegos vecinos una lección de convicción revolucionaria y se arman con subinterpretaciones y sobre interpretaciones de teorías y temas que los hombres de trajes costosos creen inservibles y a la manera de antigüedades.
¿Quién tiene razón? No lo sabemos aún. El Conflicto haciéndose presente en las calles de París, Seattle o Atenas, mientras en Bolivia, el Congo y Myanmar hay heridas más lascerantes. ¡Carajo! Uno se siente culpable cuando se ve la comparación cruel entre la muerte de un joven griego en diciembre de 2008 y la tragedia cotidiana que sega vidas en las bellas tierras del África central. ¿A quién seguir?
Yo respondo a mí mismo: a nadie. ¿Y ustedes?
Sería bueno que algunos comenzáramos a redactar el bestiario de una mitología viva, que lucha por hacerse realidad mediante pancartas y sabotajes inocentes. Desde Seattle en 1999 hasta Cochabamba, de Oxaca a Atenas, de Sarajevo a Lhassa, de la Intifada a las FARC y el EZLN. Mientras en Sinaloa todos (un momento, ¿todos?) se dan cuenta "repentinamente" que la adicción de millones es el precio de sus mascotas exóticas, sus estéreos, sus apuestas en los palenques y los tabiques que construyeron sus casas, hay quienes encuentran en la legalización de las llamadas drogas un aliciente para el término de cierto tipo de violencia cotidiana.
Los monjes budistas seguirán siendo masacrados por la policía birmana, aunque no lo veamos, las multitudes de fieles en la India y La Meca seguirán contando muertos en sus peregrinaciones (números que nos avergüenzan por no alcanzarlos en el News Divine) y la gente seguirá llegando de rodillas a la Basílica de Guadalupe.
La gente es empujada al comercio en vez de la producción. Internet se convierte en la más insegura de las trincheras -¡ay, nanita y yo estoy aquí!- y una crisis amenaza con destrozar nuestras fuerzas a base de paranoia y aumento en los pasajes y kilos de verdura. Hay quienes les echan la culpa a los chinos.
Pero en México (donde Dios tiene una casita, preciosa y bonita, como dice Chava Flores), lo que nos encontramos es un cartel con la silueta de Emiliano Zapata diciéndonos "Nos vemos en el 2010". La pregunta sería ¿qué escenario queremos repetir para sentirnos cambiantes? ¿1989 en Berlín? ¿1999 en Seattle? ¿2006 en Oaxaca? ¿Cualquier año en Amsterdam? ¿1994, en Chiapas, Sarajevo o Ruanda? ¿2008 en Atenas? ¿La tercera Intifada, la que querrían hacer internacional, frente a nuestra narices?
Es cosa de agarrar banderas (se valen todas) y creérsela. Y que el Conflicto nos agarre confesados.
SALUDOS DESDE EL LIMBO
H.
P.D. Perdón por los lugares comunes.
P.D. 2 Tema susceptible de tratarse más a fondo próximamente. Estén pendientes.
Es como la vieja convicción socialista (aunque no únicamente) de estar con el viento de la historia a su favor. Un cambio histórico -concepto sobadísimo y asquerosamente prostituido por la babel de declaraciones de nuestros dos últimos gobiernos- hoy en día, se siente cuando un manifestante sale a la calle y protesta; altera la mediocre vida que muchos prefieren conservar, añadiéndole un poco más de mediocridad, pero aderezada de radicalismo discursivo y violencia que ni al caso. Para quienes están en organizaciones y autodenominados movimientos sociales, el cambio social histórico está hecho de retazos de rebeliones callejeras, actos "de dignidad" autóctona, acciones de freedom of speech, protestas simbólicas de celebridades contraculturales, lectura de sesudos ensayos a la Wallernstein o a la Chomsky. Un movimiento de las olas (usando una brillante metáfora de Fernand Braudel) que deja ver el fondo del mar: ahí donde la verdad negada se esconde temerosa del tiránico Capital, uno de los nuevos enemigos absolutos. Ahí donde el agua es más clara es dónde hay que asomarse, dicen.
La gran expresión de todo esto es la gran Asamblea, la Marcha, el conjunto de cuerpos y mentes, algunos adoctrinados otros simplemente indignados. La viva representación de la mítica democracia auténtica, de los reales sentimientos del personaje favorito de las fábulas histiográficas (oficiales y no oficiales): el Pueblo. De repente, uno le echa un vistazo a ese Pueblo y se encuentra con el Conflicto de la razón con las palabras, pues ese noble y maltratado cuerpo social tan pomposamente bautizado está representado por gente que viste camisetas, a veces usan rastas (paréntesis que me parece necesario: digamos que me llama la atención que un concepto de realeza de una sociedad premoderna de Africa se haya reducido a la denominación de un estilo de usar el cabello, transmutándose en una semántica difusa que cabalga alegremente entre la moda alternativa y un autoproclamado sentido revolucionario y de protesta contra todo lo que parece representar a la malévola sociedad), a veces sudaderas, jeans, y paliacates en la boca.
Sin embargo, en otras partes, esa gente viste como cualquier "burgués" pero con la camisa de mangas arremangadas, pantalaones sucios, sombreros de palma e instrumentos de trabajo y vemos aquí y más allá a la Santa Muerte, a San Judas Tadeo, quizás a Ganesha, por allá aparece Mariane, el Che, Lucio Cabañas, Sandino y Jesucristo. Los límites generacionales se empiezan a diluir aunque, para desgracia de un diálogo plural, los representantes del Pueblo que dan la nota, los que piensan que están demostrándole a sus ciegos vecinos una lección de convicción revolucionaria y se arman con subinterpretaciones y sobre interpretaciones de teorías y temas que los hombres de trajes costosos creen inservibles y a la manera de antigüedades.
¿Quién tiene razón? No lo sabemos aún. El Conflicto haciéndose presente en las calles de París, Seattle o Atenas, mientras en Bolivia, el Congo y Myanmar hay heridas más lascerantes. ¡Carajo! Uno se siente culpable cuando se ve la comparación cruel entre la muerte de un joven griego en diciembre de 2008 y la tragedia cotidiana que sega vidas en las bellas tierras del África central. ¿A quién seguir?
Yo respondo a mí mismo: a nadie. ¿Y ustedes?
Sería bueno que algunos comenzáramos a redactar el bestiario de una mitología viva, que lucha por hacerse realidad mediante pancartas y sabotajes inocentes. Desde Seattle en 1999 hasta Cochabamba, de Oxaca a Atenas, de Sarajevo a Lhassa, de la Intifada a las FARC y el EZLN. Mientras en Sinaloa todos (un momento, ¿todos?) se dan cuenta "repentinamente" que la adicción de millones es el precio de sus mascotas exóticas, sus estéreos, sus apuestas en los palenques y los tabiques que construyeron sus casas, hay quienes encuentran en la legalización de las llamadas drogas un aliciente para el término de cierto tipo de violencia cotidiana.
Los monjes budistas seguirán siendo masacrados por la policía birmana, aunque no lo veamos, las multitudes de fieles en la India y La Meca seguirán contando muertos en sus peregrinaciones (números que nos avergüenzan por no alcanzarlos en el News Divine) y la gente seguirá llegando de rodillas a la Basílica de Guadalupe.
La gente es empujada al comercio en vez de la producción. Internet se convierte en la más insegura de las trincheras -¡ay, nanita y yo estoy aquí!- y una crisis amenaza con destrozar nuestras fuerzas a base de paranoia y aumento en los pasajes y kilos de verdura. Hay quienes les echan la culpa a los chinos.
Pero en México (donde Dios tiene una casita, preciosa y bonita, como dice Chava Flores), lo que nos encontramos es un cartel con la silueta de Emiliano Zapata diciéndonos "Nos vemos en el 2010". La pregunta sería ¿qué escenario queremos repetir para sentirnos cambiantes? ¿1989 en Berlín? ¿1999 en Seattle? ¿2006 en Oaxaca? ¿Cualquier año en Amsterdam? ¿1994, en Chiapas, Sarajevo o Ruanda? ¿2008 en Atenas? ¿La tercera Intifada, la que querrían hacer internacional, frente a nuestra narices?
Es cosa de agarrar banderas (se valen todas) y creérsela. Y que el Conflicto nos agarre confesados.
SALUDOS DESDE EL LIMBO
H.
P.D. Perdón por los lugares comunes.
P.D. 2 Tema susceptible de tratarse más a fondo próximamente. Estén pendientes.
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