jueves, 15 de abril de 2010

Sensaciones inolvidables de la adolescencia (y avisos)


[Estoy en una sección del estacionamiento de Mundo E, sentado en una banca, comiendo una cocada. La luz del sol hace suponer que son las cuatro o cinco de la tarde. Una pareja se ve caminar a lo lejos; van de la mano y juguetean acercándose y alejándose uno del otro. Yo tengo al mirada fija en el sulo y ocasionalmente la elevo a la nubes]

Cuando me pienso en mi rol de hombre, me doy cuenta de que nunca lo he desempeñado bien y me alegro por eso. Por ejemplo, a diferencia de los caballeros, yo sí tengo memoria.


Sin embargo, en ocasiones he llegado a concluir que algunos roles masculinos me son deseables nada más por que sí. O más bien, uno de ellos: ser protector con la persona que amo. Digo que son deseables por no tener yo ni oportunidad ni actitud para demostrarlo más que una sola vez.


Tiene que ver con Laura. Ustedes saben que la am... am... a... m... amé. Bueno, confío en que crean que tal cosa fuera posible.

En una ocasión que ella accedió a que vagáramos por mis rumbos (léase Tlalnepantla, Naucalpan, Atizapán) la traje hasta acá en un conocido autobús que sale de Popotla. En una parte del trayecto, cerca de la calzada Gustavo Baz, el chofer tomó un atajo que incluía subir por un calle con, digamos, unos 50 grados de inclinación. Todos aquellos que están acostumbrados a viajes en transporte público en superficies planas no pueden evitar la sensación de vértigo y -por qué no- de miedo al permanecer dentro del camión en este tramo. Eso fue lo que Laura me externó esa vez.


Yo, para entonces ya acostumbrado a este tipo de atajos, sólo pude reaccionar abrazándola con un solo brazo y besándole la frente, en un gesto casi paternal. Nos fuimos en silencio el resto del camino, hasta mi casa. No era un silencio incómodo, más bien al contrario. A pesar del típico bamboleo de los enfrenones e imprudencias del hombre al volante, puedo decir que pocas veces he sentido tanta paz. No alcanzo a recordar si tenía 14 o 16 años. Da lo mismo: Laura moriría en 2005.


Hoy el camión que me trajo a casa tomó ese atajo y a mi mente acudió el recuerdo de aquel momento, ya algo cubierto por el polvo de otras relaciones naufragadas, ansias reprimidas, sueños fracturados y deseos despreciados.


No pude evitar que se me escaparan una lágrima y una sonrisa: ambas ligeras, pequeñas.


[Estornudo. Un par de gorriones llega a posarse en la banca donde estoy. Me termino la cocada. la pareja que se ve a lo lejos sale de la toma. Me levanto sacudiéndome boronas y salgo por la derecha. Desvanecido en negro. Créditos]

Pasando a otras cosas, permítanme invitarlos a lo que sigue:

-Primero, una persona que comparte conmigo mi exquisito gusto por la música de Porcupine Tree, después de presumirme que ella sí fue al concierto de ayer, me pidió promocionar esto, un audio que hizo para concursar en algo de Nescafé. Pásenle y voten, no sean.

-El buen Cazador de Tatuajes estará mañana leyendo, firmando y vendiendo libros de vampiros. Si se lo pierden es que no tienen corazón. Más info aquí.

P.D.: Si usted cree que Delirio y el camarrada Lenin (su momia, para ser más exactos) se están apoderando de este blog, deje de andar de ocioso y mejor póngase a trabajar, que ahí viene su jefe.

H.

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