viernes, 9 de abril de 2010

Inventando el futuro IV

Hoy quería armar un súper post que me lanzara al estrellato como blogstar, pero ante la falta de ideas que vendan, opté por publicar un cuento más de los que pretendí enviar al concurso de 2033. Por cierto, pónganse abusados, pues este es el penúltimo que subiré y pronto conocerán al afortunado que finalmente se fue a concursar. Osea: prepárense para decepcionarse de lo lindo.


El texto de hoy, al igual que el anterior, quedó atrapado en las tres cuartillas reglamentarias de la convocatoria, lo que significa que lo que van a leer aquí no es ni la mitad del argumento que ideé para escribirlo. Tiene sus defectillos (como el final apresurado, marca de la casa, que ya había mencionado hace mucho tiempo), pero también tiene sus virtudes. Ambas cosas se las dejaré a su criterio.


Y claro que nunca está de más recordarles que si me plagian se les va a gangrenar el ano. No me pregunten cómo; yo sólo sé que sucede.


Vale, después de la mueca de asco, repugnacia y desprecio que muchos de ustedes me acaban de hacer, ya pueden dejar tan horrible sensación en el pasado y concentrarse en el futuro:


Un Mesías (Ipse dixit)

7:00. Me citaron muy temprano. Soy recibido a la hora convenida en la sala de estudio de comportamiento por el doctor Sánchez Herzog, responsable directo de mi futuro entrevistado. Él no me lo dice, pero es quizá el vigésimo especialista directamente encargado del caso, pues el sujeto es en verdad una anomalía del comportamiento, un enigma indescifrable: un auténtico transgresor. El gobierno de la Unión ya había dado desde el 2027 el diagnóstico oficial, el cual según me confiesa Sánchez, es una mentira descarada. Menciona, con calculado recato, que durante el período 2013-2022 se elevó alarmantemente el número de diagnósticos siquiátricas relacionados con serios desórdenes de personalidad entre la población y, evidentemente, se agilizó la construcción de clínicas especiales por todo el territorio. Lo que no me dice es que en ese mismo período, las facultades de psicología fueron fusionadas con las de medicina y que hoy en día aquel que afirma ser psicoanalista es tomado por un charlatán. Aún más: si ejerce su oficio, se le detiene. Es el imperio de la siquiatría. Tan drástico cambio en la forma de ver la mente de los ciudadanos mexicanos tuvo origen en este caso. En este individuo.


9:00. He pasado dos horas con los ayudantes de Sánchez Herzog, que me proporciona un equipo especial de autodefensa en caso de que el sujeto tenga un episodio: una jeringa que mediante un dispositivo especial se adhiere a mi muñeca, ocultándose con la manga de mi camisa y que puede ser activada con determinado movimiento. Me instruyen en técnicas de manipulación siquiátrica (así las llaman ellos) para evitar que el sujeto diga cosas indebidas. “Todos en la Unión Norteamericana somos libres, excepto individuos como él, por eso debemos prevenir” me dice el doctor Sánchez antes de invitarme a desayunar. “Lo verá después”.


12:47. El desayuno tuvo lugar en el lujoso comedor de la oficina del director de la clínica. Es amigo íntimo del Gobernador de la ZUCA (Zona Urbana Central del Anáhuac), así que tuve la oportunidad de intercambiar unas palabras con el representante de las ciudades de México, Puebla, Querétaro, Toluca y Cuernavaca ante el Consejo Norteamericano Unido. Discutimos sobre lo que la prensa bautizó como “La gran locura” de la década pasada y sus posibles causas: la crisis de identidad, la económica; el exceso de desechos y sus efectos en el medio ambiente y por ende, en la salud física y mental de la población; el escandaloso pero momentáneo desprestigio derivado de escándalos en las distintas Iglesias; la violencia, etc. Son hombres que evaden las preguntas hábilmente y dan respuestas que no los comprometen, aunque saben que la Red Audiovisual Portátil (RAP) vigila sus palabras e incluso su pulso cuando mienten. Tanto ellos como yo y millones de personas más en la Unión, somos vigilados a todas horas, aunque se nos haga ver esa vigilancia como el gran milagro de la comunicación libre y segura. En las siguientes horas yo tendré el inusual privilegio (o mala suerte, según se vea) de portar un dispositivo especial de la RAP, que no puede ser rastreado, pero es capaz de emitir señal. El gran público ha sido avisado de la entrevista que tendré con este hombre y podrá sintonizarla en cuanto comience. La siguiente mitad del día podré decir lo que quiera sin escuchar al automessage de la censura oficial. Seré un individuo sin vigilancia durante varias horas y tendré la libertad de preguntar lo que sea, pues intercambiaré palabras con un individuo que es, de alguna manera, más libre que muchos de nosotros. Las cámaras están listas, el equipo de Sánchez me deja solo en la sala y manda traer al paciente. Me siento seguro. Es sólo un hombre.


15:26 Le dicen El Cristo. No se supo hasta hace poco que había nacido en Colima en 1994, pues él mismo había falsificado sus documentos varias veces. Hoy en día, a pesar de tener 39 años, afirma tener 33. Viste una larga túnica larga de manta y se ha dejado crecer la barba; dado que padece de albinismo, su pelo es de un blanco níveo. Luce así por decisión propia, pues el resto de los pacientes visten una ropa especial de polímero y se les afeita a rape con regularidad. Los doctores lo han dejado ser como prefiere, dicen ellos, para estudiarlo mejor. “Pero me temen” me dice “no pueden ni les interesa entenderme”.


17:15. Me pregunto cuál sería la reacción de la gente que está sintonizando esto. La entrevista no parece avanzar, pero tengo la seguridad de poder sacar algo valioso. Nació con el nombre de Aníbal Pérez Dávila, pero se lo cambió a Jesús Quetzalcóatl. Ese estrafalario nombre nunca fue reconocido oficialmente, pero era conocido en el ámbito del narco, entre los grupos subversivos y, por supuesto, en la secta que surgió del culto a su persona. Su mirada es profunda y firme, y aunque es de estatura media adopta una postura que hace que su interlocutor se sienta sometido por su persona. Se sabe carismático y explotó esa característica durante años. Se le ligó al tráfico ilegal de drogas (antes del Acta de Legalización), la trata de personas y homicidios múltiples. Algunos de los hombres y mujeres más poderosos del país lo consideraban sabio. El último presidente antes de la anexión de México a la Unión era uno de sus amigos más cercanos. Y también es el primer mexicano en ser acusado y encontrado culpable de intento de genocidio.


18:58. Puedo sentir su mirada caer pesadamente sobre mi ánimo. Yo no logro sacar datos interesantes de su vida. Ha relatado con cinismo y lujo de detalle su carrera criminal. Puedo suponer que tanto el público como los gobernantes sienten la misma fascinación que yo al escucharlo, aunque lo que diga sea brutal y siniestro. Aún así, nada de lo que me ha dicho es distinto a lo que ya circulaba en la RAP. Hasta ahora no he necesitado de los instrumentos que los doctores me dieron al inicio del día. Siento hambre y comienzo a sudar. La primera reacción es normal para mí, pues no he probado bocado desde el mediodía, pero la segunda tiene que ver con lo que me está diciendo. En 2012, en medio de un frenesí mediático y esotérico, la secta que se había formado en torno a él llevó al suicidio ritual a 397 de sus adeptos. “Sacrificamos al zenzontle, al pájaro de cuatrocientas voces, ¿sabe por qué?” Su voz me muestra una convicción escalofriante. “Porque lo amábamos”. La metáfora es acertada, pues las víctimas eran en su mayoría gente ilustrada, progresista: periodistas, líderes sociales, científicos, escritores. Algunos eran muy humildes, pero formados en instituciones de prestigio: ese 12 de diciembre (la fecha también fue calculada fríamente) efectivamente silenció a casi cuatrocientas valiosas voces. Él y los dos otros cabecillas del culto fueron capturados dos años después. Ironías del capricho popular: los tatuajes que portaban se han convertido en símbolos contraculturales, tanto el feto con una serpiente como cordón umbilical, tatuado en el vientre de María Isabel Rivas Aguilera alias Coatlicue, como la corona de flores que lucía Eduardo López Martí alias Xochipilli. Ambos se suicidaron en la captura, pero El Cristo fue recluido y guardó silencio durante años. Hasta hoy. Aunque de eso último ya no estoy tan seguro… Me ofrecen un receso para cenar. ¡Al fin!


20:33. Aunque la cena me repuso, siento aún el peso de su presencia en mi ánimo. Trato de volver a la objetividad recordando los cientos de artículos que se han escrito sobre él, sobre su culto y la extraña atracción que ejerció sobre muchos. Me repito a mí mismo que soy un hombre del siglo XXI, esto no me puede estar pasando. Conforme avanzo con preguntas que cada vez sé con menos certeza cómo formular, me doy cuenta del terrible caos silencioso que amenaza tras sus palabras. Nada en él tiene sentido, su transgresión es a la humanidad misma. Ya no puedo seguir fingiendo que me mantengo sereno. Él lo nota y me sonríe por primera vez en toda la entrevista. “Me gusta hablar con la autodenominada prensa libre ¿sabes? Es la que más atada está a sus palabras. No puede transgredir, aunque quiera; no como yo”. Mi pulso me traiciona, tiro la grabadora, activo la jeringa. Él permanece sereno, sonriendo. Por fin me ha dicho un secreto…


Esa noche, la señal de la RAP se cayó durante varias horas. Tres días después se difundieron las imágenes de esos momentos ciegos, en los que un valiente reportero le quitó la vida a un sonriente genocida. Miles sintieron un gran júbilo y al mismo tiempo un inmenso vacío al saberlo. Pero era una gran victoria de la libertad; era obligatorio celebrarla. Y así se hizo.


P.D. Pronto estaremos presentos en varios eventos promocionando la obra de su servilleta. No se despeguen.


H.

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