domingo, 15 de febrero de 2009

Celebraciones

Recuerdo que cuando era más pequeño, las fiestas solamente significaban para mí un motivo más para tragar porciones extras y desaparecerme de la vista de mis padres o salirme a pelotear a la calle. O ver gente que nunca me interesó ver. Observar el ritual etílico de cerca o de lejos, yo me sustraía a la diversión del momento y vivía mi tiempo en otra sintonía. Supongo que eso era en gran medida debido a que yo considero que la vida de un niño de mi circunstancias vive en el constante goce o la promesa de, y no necesita de ocasiones especiales tanto como creemos. O bueno, no, ese soy yo, mejor no generalizo.

Si se me puede acusar de inmaduro es en esto. Las fiestas y el goce de las mismas es para mí un signo social del paso a la vida adulta. El motivo de celebración en medio de una vida y un mundo que no ofrece nada atractivo por sí mismo. Se necesita hacer un adorno a la vida que se lleva, clasificar fechas y acontecimientos en jerarquías que nos hablan del valor que se les da a las cosas. Festejar es jerarquizar, por más mamona, ardida o apática que suene la frase. Así lo veo y es por eso que el colmo del absurdo son las fiestas sin motivo aparente. Claro que como en el caso de tantas otras cosas a las que no me acabo de adaptar, no tengo autoridad moral (ni de ningún otro tipo) para cuestionar los festejos humanos. Como nunca estamos satisfechos, supongo que se vale en cualquier nivel y en cualquier circunstancia.

No se engañen, no digo que aborrezca las fiestas, por si ya andan pensando que estoy justificando de manera patética mi antisocialidad. Me gusta festejar, pero cuando uno comienza a jerarquizar las cosas en la medida en que hay fiestas o celebraciones, es cuando la vida se comienza a condicionar. Debe haber millones de seres humanos que no les importa ese condicionamiento (ahí va: mucho de la vida cotidiana es trabajo, cansancio y aburrimiento; la fiesta da remedio por unos instantes o días, condicionando el acumulamiento de euforia y alegría. Esta es la lógica más simple, más normal de verlo y que veo a mi alrededor, es la lógica con que la no concuerdo), viviendo y muriendo sin cuestionarlo. Pero yo no y también deben existir aquellos millones o miles o centenares que concuerden conmigo. Invitados y colados son parte de un grupo selecto, la fecha elegida y hasta el lugar se convierten en cosas excepcionales y quedan grabadas en la memoria como tales, de acuerdo a los criterios del recuerdo de cada persona. Se vea como se vea, una fiesta es una ocasión especial. Desde hace como dos años he venido aprendiendo que otorgar el nivel de especial a algo hace que el resto parezca prescindible. Por eso, la lógica de las fiestas que ocurren a mi alrededor no acaba de convencerme. Es obvio que este post no intenta ni de lejos convencer al lector de este punto de vista ni va a darme la razón; si no voy a las fiestas, para la mayoría es sismplemente porque soy un aguado o estoy cansado o soy muy ñoño o no sé que tantas otras razones se inventan cuando alguien rechaza una inivitación.

Prefiero las reuniones pequeñas, con esas jerarquizaciones de invitados que a mi modo de ver no lesionan en nada mis puntos de vista.Y aún así, yo puse, en mi pequeño mundo, una escala de importancia donde el 7 de febrero (mi rucazo) es más valioso que el siempre meloso 14. Obtuve de mi cumpleaños un alebrije de madera y del 14 otro de papel maché. Detalles ambos de personas que al parecer me aprecian bastante y tuvieron el acierto de poner atención a mis interminables listas de cosas que no tengo y me gustaria tener. Gracias a las dos, las quiero.

Pero ya me desvié, aunque la desviación sirve para retomar el hilo. El alebrije que me regalaron ayer no fue, ni de lejos y a reserva de que me entere de lo contario después, un rregalo de día del "Amor y la Amistad"; fue un regalo de cumpleaños quesque atrasado y en todo caso el contexto de la entrega del regalo fue por demás una anomalía en el calendario de mucha gente, aunque fue un evento de mi completo agrado. Cuando siete días atrás estaba yo fungiendo de anfitrión en mi primera visita masiva a mi casa, me percaté de que no había razón ni sentimiento bien ubicado en dicha "fiesta" de cumpleaños. No entendí qué extraño deseo me impulsó a invitar gente, si yo no tengo preferencia por estas cosas. Me vi arrastrado por quién sabe qué y "tracioné" mucho de lo escribí líneas más arriba. Aunque el haberme percatado de ello, supongo, se reflejó en mi comportamiendo y en mis pocos deseos de intentar organizar algo parecido en el futuro.

Mi conciencia evolucionó de manera que llegué a considerar que el 14 de febrero opacaba mi cumpleños. Es decir una aplastante jerarquización que mis conocidos mamaban de la sociedad y el ambiente de los tiempo que corren imponiéndose a la mía. Por eso, la fecha que acaba de pasar nunca ha significado para mí nada digno de celebrarse y la cuestión es que, carajo, a veces me provocaba más incomodidad que indiferencia. La cuestión es que, dado que soy un individuo difícil, no tengo el pretexto para festejar el amor (de pareja), y la amistad, sinceramente... no es motivo para celebrar. Y si nos ponemos medio cursis, ¿por qué esperar todo un puto año para hacerlo? Chequen nomás como el argumento inicial se va degradando.

Ayer yo tuve otro motivo para sentirme vivo. Quien lo interprete como egoísmo, allá él o ella, pero los motivos personales para evitar el festejo, que no la satisfacción, el placer, la euforia y la alegría, son mil veces más valiosos para mí que lo que el mundo me heredó en materia de fechas "importantes". Acá en Tenochtitlan se les ocurrió que lo mejor era hacer que los capitalinos se ensalivaran para complacer a los medidores de Guiness y el asombro idiota de millones. Los besos, en ese sentido, están en materia de disputa entre el espectáculo público burlesco y el momento privado, donde un solo ósculo vale mil veces más que una fiesta. Pero repito, mi lógica es demasiado personal. En lo personal, en vista de que mis labios no tienen claúsula de exclusividad con nadie (dudo que mucha otra gente respete esas claúsulas, que dicho sea de paso, son de inicio bastante absurdas), de no ser por mi compromiso, bastante importante, estaba dispuesto a ir al frenesí mediatizado a buscar a otra alma solitaria como yo que, con tal de salir en las estadísticas de Guiness (y otros motivos), se djeara besar en los labios con un desconocido. Y debo decir que aunque suene muy acá, esta es la primera vez que siento que "valió la pena verdaderamente perderse San Valentín"; nótense bien las comillas.

Comentario al margen, puedo asegurarles que chicas -y varones, ¿por qué no?- hinchadas de ese invento maravilloso que llaman autoestima y grandes dosis de vanidad estuvieron reciclando el gag de un comercial de Pepsi donde una chica vendía besos a cinco pesos ¿se acuerdan? También debió haber reciclaje de parte de otras chicas no hinchadas (de autoestima y vanidad); es más puedo apostarles que anduvieron por ahí, quesque burlándose de la conocida represión de sentimientos de los varones mexicanos. PUAG!!

Respecto del motivo de festejo (el AMOR) no tengo mucho que decir, salvo lo que mencioné en el cuento de Sandra y Damián. Inventarlo y correr el riesgo. Para mí, se resume en eso, pero hay otras miles cosas en la misma lógica, así que no creo que se merezca un día para él solito. Ni tantas canciones,ni temas de libros, poemas, películas y pláticas. Pero reiterémoslo: la hormiga amargada no tiene la capacidad para callar al feliz niño juguetón que está a punto de aplastarla. Ni motivos plausibles para hacerlo.

Simplemente nos limitaremos, en el Éter Verde, a presentarles lo que otros han dicho sobre este invento infernal, en distintos tonos y que han mostrado a la mente maestra del blog que ud, amable lector, me tomó la molestia de leer, que la creencia es lo que vale, no tanto lo que ella produce.

Primero, una cita del libro de José Luis Trueba Lara, La tiranía de la estupidez, del cual les comenté hace unso ayeres y cuya lectura recomiendo ampliamente. La cita está tomada del apartado "Mirar el amor", que comienza en la página 233, para los quisquillosos:

La cultura de la voluntad esclavizada que contamina el mismo suelo del que se nutren la raíces de la sociedad no sólo se apoderó de los cuerpos y los transformó en un espacio disciplinario; también se adueñó del amor y, gracias a un serie de falacias, lo convirtió en un producto democrático, en una mercancía cuya duración -al igual que la ropa de moda- es fugaz.

[...]El nuevo amor somete a los individuos a una tensión existencial cuyas consecuencias aún no puedo valorar plenamente, sólo puedo aproximarme a ellas como alguien mira un vórtice recién formado: los hombres anhelan destruir su condición de carne impoluta para construir un mundo perfecto, una eternidad que dure un instante y se prolongue hasta el infinito con el fin de convertirse en seres eternos y sabios. El amor -por lo menos desde esta perspectiva- parecería mostrarse como la única salvación posible para el hombre moderno que asesinó a las deidades y enalteció los grandes mitos creados por los partidos de masas: en nuestros días, ni Dios ni los ideales políticos que intentaron transformar el mundo en un Paraíso gracias a los líderes y las acciones de los partidos de masas son capaces de ofrecer la posibilidad de la trascendencia, pues ésta -al parecer- sólo puede alcanzarse mediante el amor o, en los caos más elementales, gracias a una abultada cuenta de cheques y una vida donde la ansiedad por el estatus ha sido ilusoriamente satisfecha.

Sin embargo, el maravilloso deseo de negar la carne impoluta para alcanzar la trascendencia no tiene libre el camino, y el espíritu de quienes se han sumado a las nuevas religiones seculares también se encuentra atrapado en otro tensor: en una sociedad en la que la fugacidad laboral se ha convertido en santo y seña de la mayoría de los individuos, donde poseer y representar han hundido al ser, no es posible crear mundos, soñar eternidades o tener referentes indubitables y duraderos. La vida es veloz, se transforma con la misma rapidez de las cotizaciones que se muestran en la pizarra de la bolsa de valores o muta con la celeridad de la moda; por esta razón, lo único que importa es el encuentro utilitario, fugaz y, sobre todo, capaz de mantener una relación que otorgue estatus gracias a una pareja sexualmente atractiva o económicamente rentable.

Ps, sí, ni yo pude haberlo dicho mejor. Debemos señalar que no obstante, Trueba Lara habla de algo queya está pasando, no es una realidad absoluta; a todos nos consta que la gente en su totalidad no ha abrazado estas tendencias, pero el peligro latente de que lo hag ahí está. Que se desborde los estrato medioaltos o mediobajos para derramarse sobre el resto de nosotros. Contaminarnos con la ausencia de pisos, seguridades. Yo al menos, tengo la certeza de que nada es seguro, pero aún así es una certeza. Debo suponer que Trueba Lara habla de aquellos que ni de eso pueden estar seguros. Ese invento que llamamos amor sufre las consecuencias. Además, del otro lado están los amores enfermizos y los valores molares asfixiantes. Nadie quiere hallar la tercera vía, por el temor a crear nuevas certezas, no tanto a quedarse sin ellas. El tema es extensísimo, mejor aquí le paramos y dejamos que la música hable. (Los que tengan cosillas de anime, ignoren las secuencias de imágenes, lo me importa es la música)








Pondria más, pero se me seca el cerebro. Pásenla bonito

Peace Out

H.

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