Mi interés por la historia nació con el tema de la guerra, como seguramente sucede con muchos otros historiadores en ciernes que no consideran prudente admitir algo así. Nadie en mi familia cercana, y conocida, ha sido militar ni han experimentado un conflicto armado en carne propia o al menos ha sido testigo presencial de un hecho bélico, por no hablar ya de mi propia experiencia personal, tan alejada de las armas. Por eso, deduzco que mis impresiones de la guerra que tanto me han fascinado a lo largo de mi vida son más bien imágenes que he absorbido y reinterpretado de lecturas que comencé a hacer desde los ocho años, escenas de películas, caricaturas, documentales y visitas a museos. A pesar de que aprendí que las guerras en general deberían causarme más bien repudio, rechazo, indignación o incluso miedo, ha sido un aprendizaje (¿o debería decir adoctrinamiento?) moral y en cierta medida abstracto. De hecho podría decir que no estoy consciente del daño de una guerra en las personas. Mi historia de vida y mis propias decisiones me lo han negado.
Dado este panorama de mis percepciones de la realidad bélica, me doy cuenta que, a mis veinticinco años, sigo manteniendo imágenes mentales muy curiosas de conceptos relacionados con la violencia y la guerra, y que conservo aunque sé que en realidad no me ayudan en mi oficio.
Por ejemplo, la expresión levantamiento armado.
No sé ustedes, pero yo, las primeras veces que leí el término, imaginaba a una persona que hincada sostenía un fusil, o una escopeta, un rifle, no sé, un arma larga de fuego, y que se levantaba. La imagen me venía a la mente tan clara como el hecho de que siempre se presentaba como vista la persona desde arriba.
Mi mente ha ido aún más allá imaginando, literalmente, un levantamiento armado. Una vez, cuando mi madre hizo las compras de útiles para un ciclo escolar que ya no recuerdo, se incluyó en el carrito un juego de publicaciones de una conocida editorial que se dedicaba (o dedica, ya no sé) a la realización de monografías, esos papeles de estampitas cotorras de un lado, y con somera y a veces facciosa información al reverso. Estas “revistas” eran compilados de información de las monografías históricas de la editorial y venían en varios volúmenes, con lo más cliché y sobado de la historia que siempre le dan a uno en la escuela.
Sobra decir que mis ojos devoraron estas revistas. Lo que no sobra es que de la lectura de una de ellas, surgió en mi mente una imagen tan clara y tan literal de un fenómeno político, que no puedo dejarlo pasar sin mencionarla. Sucede que estaba leyendo la historia del cristianismo primitivo en una de estas revistas y me topé con que el redactor mencionaba en la misma página la persecución a los cristianos y los levantamientos armados de no sé quién. Más aún: hablaba de que cierto fenómeno o proceso (quizás el cristianismo, no tengo la revista a la mano para verificar) desencadenaba levantamientos armados.
En la misma página aparecía una imagen de Jesucristo, de espaldas al lector, hablándole a un nutrido grupo de gente, en la conocida estética de las monografías mexicanas. Los personajes que escuchaban estaban hincados unos y parados otros.
Bien, pues para mí, a partir de tan parcas referencias, cada vez que leía o escuchaba que se desencadenaba un levantamiento armado, acudía a mi mente una escena en la que un grupo de personas en el momento exacto de terminar un rezo colectivo, hincados en un árido y extenso paraje, sosteniendo en sus manos armas de fuego y rodeado todo el grupo por una cadena de hierro, la cual era rota en ese instante, permitiendo a los personajes levantarse y ponerse en pie.
Obviamente, no siempre me he topado con la expresión desencadenamiento de un levantamiento armado, pero no puedo evitar evocar esa curiosa imagen cuando aparece ante mí. leo, escucho o veo algo que mi mente relacione. La imagen no me ha servido nunca, quizás nada más para hacerme más comprensible el concepto, pero más allá parece completamente inútil. Dice el maese Edgar Clément que dibujar es conocer; yo agregaría que imaginar, es decir, evocar imágenes en la mente, con mayor razón lo es. Pero dado que no solemos describir con nitidez esas imágenes mentales, ya no digamos dibujarlas, pasamos este importante hecho por alto. Esta imagen para mí, racional y conscientemente, me parece absurda e infantil (dicho en forma literal, porque reconozco haberla “concebido” en la última etapa de mi niñez); pero de alguna forma, al momento de describirla e intentar aislarla, creo que estoy descubriendo algo acerca de mi propia cultura histórica y mi imaginario. Lo que haga con este descubrimiento después ya es harina de otro costal.
Lo curioso es que, una vez que evoqué esta escena de mi imaginario con esta precisión, puedo suponer que la tendré presente ahora más que nunca.
Si es usted un joven historiador, le propongo este ejercicio de autoevaluación: hurgue en sus escritos, ponga atención a loq ue dice cuando discute temas históricos. Si logra aislar una imagen recurrente, está del otro lado.
1 comentario:
Hago una exégesis, como ha tiempo no la hacía por estos lares. Y tan sólo es para aplaudir su entrada, brillante en serio.
Y, lo que es mejor, motivante (aunque la palabra, me temo, suene horrible), quizá le haga caso y realice ese ejercicio, creo que puedo pasarme del otro lado, como usted dice, con cierta imágen que tengo.
En fin, congratulaciones; y saludos.
Publicar un comentario