martes, 14 de febrero de 2012

Clásicos

Es la primera vez en años que el catorce de febrero me llega sin causarme mayor problema. Un día antes, estaba tan metido en lo que hacía que ni siquiera me percaté de que ya el miércoles es quincena. Por lo mismo, no pude evitar espantarme de la atención que le puse a la cavilación de un par de escenas de las que me tocó ser testigo instantáneo antier domingo y ayer lunes.

Para entendernos: el domingo, de regreso a mi casa en la noche, allá en metro Chilpancingo, vi de reojo a dos personas jóvenes, hombre y mujer, recargados sus codos en el macizo pasamanos, viendo ambos en la misma dirección y manteniendo lo que parecía ser una incómoda conversación. Ella volteaba hacia él de vez en vez, haciendo ademanes con una sola mano mientras su cabeza se movía al ritmo de sus palabras. Él mantenía la mirada baja, sin moverse.

Me dije: "¿Será la experiencia? Lo veo de reojo y apesta a rompimiento/rechazo".

Ayer en la tarde, en una de las entradas de la Multiplaza que se yergue altiva en la entrada de la colonia donde vivo, vi a un tipo joven, máximo de unos 21 años, sosteniendo un modesto arreglo floral mientras se mantenía con cierta vacilación y nerviosismo, pero sin desviar su mirada, de frente a una chica de máximo 19 años, que portaba algún tipo de uniforme y lucía un fleco relamido de gel, mientras se balanceaba discretamente, tratando de evadir con ansiedad la mirada de su -muy posiblemente- inesperado interlocutor.

Me dije: "Eso es una declaración/confesión de amor. Sin duda".

No me quedé a corroborar mis suposiciones en ambas ocasiones. Me limité a apuntarlas para no olvidar lo que había visto y supuesto.

Después vino la maldita reflexión. Esa que no se expone con libertad por miedo a ser víctima del sarcasmo, pero que de alguna forma hay que sacar del sistema. ¿Qué me hacía razonar de tal forma ante tales escenas? La experiencia es la respuesta más obvia. Las creencias. Todo combinado jugando sucio con el libre albedrío y el raciocinio.

¿Me ví en el rostro de tristeza y desliento del chico de metro Chilpancingo o en los ridículamente tiernos gestos vacilantes de aquel que sostenía el arreglo floral? Puede que en ambos. Y más que reconocerme, vi una aplastante red de creencias y prácticas en los ritos del cortejo y la separación en el Valle del Anáhuac. Una red tejida de refranes de email y memes, referencias cinematográficas y de la televisión, estereotipos heredados de la familia inmediata y las amistades cuyo criterio pesan toneladas en nuestras posturas, frases sueltas de canciones y poemas que sintetizan frágiles verdades absolutas. Todo retroalimentándose para indicarle a nuestros ojos cuando deben soltar lágrimas y cuando el pecho debe contraerse por la emoción.

¿Cómo suponer que esos dos son similares a mí sin ofender su singularidad o la mía?

¿Hay algo útil en saber "reconocer" a la distancia una ruptura y una declaración sin que a uno lo acusen de proyectarse?

A saber.

H.

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