Seguramente los fans de este blog ya extrañaban que se hablara del futuro y la manera en que su servilleta quería visualizar su representación en algunas mentes occidentales. En especial viéndolo desde la perspectiva distópica. En la última entrada al respecto, manifestaba mi inquietud por la falta de literatura distópica en México. Enorme y grata sorpresa me llevé al dedicarle unos minutos a googlear el tema y encontrando esta interesante página. ¿No había distopía mexicana? Tengo el orgullo de aclarar que sí existe. Dato revelador para los profanos -como yo mismo- y supongo que para los conocedores la cuestión se amplía viéndolo así. Más allá del ámbito general de la ciencia ficción.
La literatura mayor o considerada seria en este país no está muy enfocada al futuro. La ficción usa tiempos casi contemporáneos a los nuestros. El aquí y el ahora. La ciencia ficción a veces vista como un entretenimiento pueril, infantil, sin mayor trascendencia en su discurso. Y mucho menos es tomado en cuenta el ejercicio literario de la ucronía. Es importante para mí ligar estas dos modalidades que se incluyen comúnmente dentro del género de la ciencia ficción, pues -además de que me he aficionado mucho últimamente a las historias de Alan Moore, sobre todo ahora que acabo de ver la adaptación cinematográfica de Watchmen- ambas, si hacemos algo de reflexión, ambos comparten campos de lectura que se unen por el fenómeno tan normal como es el paso del tiempo. Digámoslo así: una distopía cuyo argumento se fecha con exactitud puede llegar a las manos de un lector que viva justo en la época en la que el autor imaginó su historia, convirtiéndola en una ucronía para el lector. ¿Ejemplos? 1984 y, -para seguirle con Alan Moore- V for Vendetta.
De acuerdo con la página que cito, la primera distopía mexicana es de 1919 (también considerada, hasta hace poco, la primera obra mexicana de ciencia ficción); su autor es Eduardo Urzaiz y se llama Eugenia. Le sigue de cerca, en el tiempo, ¡Castigo!, de Félix F. Palavicini, escrita en 1929. Ambas son plenamente parte de esta visión distópica del futuro y de ahí para adelante, en las letras mexicanas han venido acumulándose obras interesantes que van sobre la misma línea. Aunque hay que recalcar que su producción en gran medida está ubicada a partir de la sexta década del siglo XX y es tremendamente prolífica desde los extraños días del fin de la guerra fría. Debo admitir que no he revisado ninguno de los libros que se van a mencionar, lo cual me entusiasma, pues significa que hay un amplio campo por explorar y lo comparto con el público lector del blog. Es más una inquietud que pretendo compartir que una opinión. Vale. Ahí va la lista:
Tengo un gran compromiso conmigo mismo para leer todos estos libros. Mientras lo hago, pues ponemos de nuevo en pausa esta serie de posts.
Hasta la próxima
H.
La literatura mayor o considerada seria en este país no está muy enfocada al futuro. La ficción usa tiempos casi contemporáneos a los nuestros. El aquí y el ahora. La ciencia ficción a veces vista como un entretenimiento pueril, infantil, sin mayor trascendencia en su discurso. Y mucho menos es tomado en cuenta el ejercicio literario de la ucronía. Es importante para mí ligar estas dos modalidades que se incluyen comúnmente dentro del género de la ciencia ficción, pues -además de que me he aficionado mucho últimamente a las historias de Alan Moore, sobre todo ahora que acabo de ver la adaptación cinematográfica de Watchmen- ambas, si hacemos algo de reflexión, ambos comparten campos de lectura que se unen por el fenómeno tan normal como es el paso del tiempo. Digámoslo así: una distopía cuyo argumento se fecha con exactitud puede llegar a las manos de un lector que viva justo en la época en la que el autor imaginó su historia, convirtiéndola en una ucronía para el lector. ¿Ejemplos? 1984 y, -para seguirle con Alan Moore- V for Vendetta.
De acuerdo con la página que cito, la primera distopía mexicana es de 1919 (también considerada, hasta hace poco, la primera obra mexicana de ciencia ficción); su autor es Eduardo Urzaiz y se llama Eugenia. Le sigue de cerca, en el tiempo, ¡Castigo!, de Félix F. Palavicini, escrita en 1929. Ambas son plenamente parte de esta visión distópica del futuro y de ahí para adelante, en las letras mexicanas han venido acumulándose obras interesantes que van sobre la misma línea. Aunque hay que recalcar que su producción en gran medida está ubicada a partir de la sexta década del siglo XX y es tremendamente prolífica desde los extraños días del fin de la guerra fría. Debo admitir que no he revisado ninguno de los libros que se van a mencionar, lo cual me entusiasma, pues significa que hay un amplio campo por explorar y lo comparto con el público lector del blog. Es más una inquietud que pretendo compartir que una opinión. Vale. Ahí va la lista:
- Breve Eternidad, de Federico Schaffler, 1991
- A imagen y semejanza, de Guillermo Fárber, 1992
- El futuro en llamas, cuentos recopilados por Gabriel Trujillo, 1997
- El orgasmógrafo, de Enrique Serna, 2001
- Miríada, de Gabriel Trujillo, 1991
- Sol del siglo XXII, de Marinés Medero, 1987
- 2013, de Otto von Bertrab, 1998
- Cristóbal Nonato, de Carlos Fuentes, 1988
- Creced y multiplicaos, de Gerardo Laveaga, 1996
- Cielos de la tierra, de Carmen Boullosa, 1997
- Cerca del fuego, de José Agustín, 1986
- El dedo de oro, de Guillermo Shéridan, 1996
- El impostor, de Antonio Malpica, 2001
- El presidente Lemus, de Daniel S. Cárdenas, 1993
- La bruja de Afkah, de León R. Zahar, 2000
- La ley del amor, de Laura Esquivel, 1995
- La primera calle de la soledad, de Gerardo Porcayo, 1993
- Los Imecas: Hijos de la contaminación política, de Mauricio García, 1995
- Los mismos grados más lejos del centro, de Gabriel González, 1991
- Oniria, de Arnulfo Rubio, 2002
- Que Dios se apiade de todos nosotros, de Ricardo Guzmán, 1993.
Tengo un gran compromiso conmigo mismo para leer todos estos libros. Mientras lo hago, pues ponemos de nuevo en pausa esta serie de posts.
Hasta la próxima
H.
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