Siento como que no puedo llamar este fragmento propiamente la tercera parte, pero creo que ya los dejé suficiente tiempor preguntándose cómo continuaría esta emocionante pieza literaria.
A la sombra de un gigantesco
árbol que crecía en medio de la plaza de la Cámara de Altos Shofradíes,
descansaban varios miembros de la guardia de aprendices y muchos de sus
compañeros que tenían curiosidad por saber qué sucedería en la sesión. Sin
embargo, muchos de ellos no contaban con que los días de sesión en Naad-Bolg
eran un acontecimiento del que gran parte de la ciudad tomaba parte, y para
estar presente, hacía falta llegar muy temprano, antes de que la cantidad de
gente no permitiera siquiera permanecer de pie en la puerta del gran salón.
Mientras una intensa sesión se desarrollaba en el interior del gran salón de la
Cámara, en la plaza, dormitaban aburridos los aprendices junto a otros
desilusionados ciudadanos que no habían podido entrar. De vez en vez, alguien,
un niño descalzo o un icor por lo general, llegaba con noticias dispersas sobre
lo que acontecía en el interior del salón, para echar a correr de regreso y
enterarse de más; sólo así se explicaba que quienes se encontraran en la plaza
soportaran el intenso calor del medio día esperando saber el resultado de la
sesión.
-¿La
viste?
-Sí,
llegó en la segunda caravana. Quiso entrar con el grupo de Bari, pero no se lo
permitieron. Quizás los hechiceros saben quién es…
-Lihug,
no seas ridículo
Soidag
escupió fastidiado por el calor.
-¿Por
qué no? Ellos vienen de Lokia, allá sí deben tener una idea más clara sobre la
Sirileyaháni. Hay tantas versiones de la historia…
-“…que
resulta imposible descartar alguna posibilidad”, sí ya lo sé, me lo has
repetido cientos de veces.
-¿Ves?
Tú mismo lo aceptas.
-No,
lo que yo acepto es que tienes un retrato en tu celda con el que estás
obsesionado y ahora entiendo por qué: esa chica tiene el extraño tipo de
belleza que te atrae y sus rasgos son muy similares a los de ese lienzo.
¡Demonios, Lihug! ¡Podría ser el retrato de su madre, y por alguna razón cayó
en tus manos! ¿Por qué no en vez de complicar todo con tus fantasías, le
muestras el retrato y sacias tus dudas?
-Eso
es absurdo. Te he explicado los detalles. No quieras convencerme de nuevo con
tu idea de las coincidencias.
-Es
lo más creíble. Tú y yo sabemos que las familias que envían a sus hijos al
Santuario han sido las mismas durante siglos. Tal vez alguna se incorpora a
veces, pero, vamos, te consta que tienes parientes en el santuario de los que
nunca habías oído hablar. Somos una gran familia que pretende no serlo. Si los
nombres están ahí y pasan de unos a otros, ¿por qué no las pertenencias?...después
de todo, ¿qué haces tú aquí hoy? A la chica…
-Nirel
-Sí,
a Nirel… a ella la puedes ver en el Santuario, ¿por qué venir hasta la ciudad?
-No
vengo a verla a ella –contestó Lihug desviando su mirada hacia el edificio.
Volteó hacia Soidag sonriendo- Es sólo una coincidencia.
Soidag
se había pasado toda la conversación trazando espirales con una vara en la
árida tierra de la plaza. Cuando terminó de hablar, la aventó lejos. Lihug
siguió con la vista el objeto lanzado.
-Sé
que me voy a arrepentir de preguntar una vez más, pero ¿de dónde sacaste ese
lienzo?
Lihug
siguiendo con los ojos la trayectoria de la vara, ahora los tenía fijos en una
de las salidas laterales del salón de la Cámara.
-¡Mira!
–dijo señalando en esa dirección.
Un
grupo de soldados traían sujeto a un hombre cuya vestimenta le identificaba
como representante de los Altos Shofradíes, que se retorcía furioso mientras le
sujetaban y lanzaba maldiciones. Los soldados le golpearon en el estómago y le
dejaron tirado, junto a un pozo cercano. Quienes se encontraban cerca tomaron
el incidente como uno de tantos que ocurrían durante las sesiones y dejaron al
hombre tendido en el piso, confiados en que se levantaría.
-¡Tenemos
que ayudarlo, Soidag! ¡Ven!
-No,
no me levantaré de aquí. Además, debo estar con los demás, en caso de que sea
necesario actuar.
-¡Ahora
es necesario actuar! ¿Un representante golpeado por la Guardia? ¡Vamos, es
indignante!
Soidag
se levantó con pereza: -No sales mucho, ¿cierto?
Lihug
se alejaba corriendo, llamándolo.
Llegaron
junto del hombre, que apenas se reponía del golpe en el abdomen. Lihug se
agachó para hablarle.
-¿Se
encuentra bien?
-Si,
muchacho, no te preocupes. Me han dado palizas peores.
Volteó
a ver a Lihug y lo reconoció.
-¿Eres
tú?
-Sí,
señor Dasruïg.
-Entonces
la nota que recibí era cierta, ¡la encontraste! Cuéntame, ¿cómo es? ¿Joven?
¿Vieja? ¿Es una aprendiz, como tú?
-Sí,
señor Dasruïg. Y se encuentra aquí, ahora mismo.
Soidag
se rascaba la cabeza, preso de la duda.
-¿Quién
es este hombre, Lihug? ¿Por qué lo conoces? ¿Piensas entrar a la Cámara?
El
hombre y Lihug se echaron a reír.
-Soidag,
quiero que conozcas al representante de los Altos…
-Bajos,
Lihug, recuérdalo.
-De
acuerdo: representante de los Bajos Shofradíes en la Cámara de Naad-Bolg, Numef
Dasruïg. ¿Querías saber dónde conseguí el lienzo? Él me lo dio.
-¿Bajos
Shofradíes? ¿Qué demonios es eso? –preguntó Soidag
-Soy
mestizo, muchacho –respondió el hombre levantándose- mi madre y abuelos eran
ceicluts, de las tribus que tu gente ha estado matando desde hace dos
generaciones en el desierto.
Soidag
no supo qué pensar. Los mestizos eran lo más bajo, y los peores eran los que
resultan de la mezcla de seres humanos con ceicluts, morks, o cualquier otra
raza del desierto. Se preguntó cómo un individuo así había logrado ser parte de
la Cámara.
-Las
cosas son distintas en la ciudad, muchacho.
-¿Qué?
-Preguntaste
que cómo era posible que alguien como yo fuera parte de la Cámara.
-Yo
no recuerdo haber…
-
Una mente abierta es como un libro.
Soidag
volteó a ver con incredulidad a Lihug.
-Los
ceicluts pueden leer las mentes cercanas a ellos –contestó éste- O como ellos
lo llaman: las escuchan “cantar”. En realidad no pueden saber todo lo que piensas, sólo aquello que merece salir, como las preguntas, los
rezos…
-Sí,
sí… ¿y los mestizos heredan esa brujería?
-Los
seres humanos son como envases vacíos. –contestó divertido Dasruïg- Todo lo que
llega a ellos se adapta. Un hijo mestizo de un ser humano con otra raza puede
heredar cualquier habilidad. Y en Naad-Bolg cada vez somos más.
Soidag
hizo un gesto de preocupación.
-Hemos
logrado que la Cámara nos permita ser representados, aunque claro que seguimos
viviendo a las orillas de la ciudad; orillas mucho más extensas que la ciudad
misma…
-Sí,
ahora lo recuerdo –dijo Soidag- Pero eso aún se discute, nadie ha permitido que
un mestizo entre a las cámaras, ni mucho menos representar a alguien. No creo
que los dejen entrar. Sería indigno para la República.
Dasruïg
rio estruendosamente y puso una mano sobre el hombre Soidag.
-Muchacho,
muchacho… los jóvenes como tú deberían aprender a apreciar los cambios.
-¡Quítame
las manos de encima! –chilló Soidag- Lihug, tengo que regresar con el resto.
Se
alejó. Dasruïg lo siguió con la mirada, fascinado.
-Tu
amigo se comporta como un viejo. Acerté, ¿cierto? No es de Naad-Bolg.
-Su
familia es de un pueblo cercano, pero lo encontraron vagando en las calles
cuando tenía edad para entrar al Santuario.
-¿Él
te ayudó a encontrarla?
-Eh,
no. Fue coincidencia. Los morks entraron a mi celda mientras estábamos en la
fiesta de recibimiento del enano… De hecho, antes de que sucediera todo, yo la
vi. Estaba entre los aprendices que se burlaron de mí. Y después la vi de
nuevo, bebiendo y haciendo escándalo. Soidag está de acuerdo: es el mismo
rostro.
-Oh,
sí, el enano. Dime Lihug, ¿qué opinas acerca de que un enano se instruya como
un ser humano?
-¿De
qué vale mi opinión?
-Eres
parte del Santuario. Sólo los hijos de los hombres están ahí. El resto de las
razas no ponen un pie en ese lugar a menos que vayan como sirvientes o
visitantes. Siempre ha sido así. Nos han dado un espacio en la ciudad, en las
Cámaras, pero nunca lo harían en el Santuario. ¿No te parece extraño?
-Que
un enano o una gallina estén en el Santuario es igual. Hace años que ese lugar
no es lo que solía ser –contestó amargamente Lihug- Si el lugar ha cambiado,
¿por qué no las reglas?
-No
pareces muy convencido de lo que dices…
Lihug
bajó la mirada.
-¿Quiere
que sea honesto? Todo está mal. El poder, las gentes, las costumbres, las
ideas, las técnicas. Todo va mal, todo en decadencia, al borde del colpaso. Así
lo veo. Algo o alguien debería
terminar con toda la decadencia de una sola vez. Purificar Shofrad.
-Por
eso buscas a la Sirileyaháni…
-¿Hago
mal?
-No,
para nada. Eres uno de los nuestros –dijo Dasruïg mientras se volteaba hacia la
puerta principal del recinto, del cual ya salían el joven Bari y los
aprendices- Uno de los nuestros…-puso su mano en la frente para hacerse sombra
sobre el rostro- Veo una chica…
-Es
Zemnael. Se adueñó de las decisiones del grupo de aprendices en esta visita. La
detesto…
-No,
Lihug, si la detestas no puede ser ella. Tengo mi vista puesta en…
Dasruïg
dio de repente dos pasos hacia atrás, con brusquedad, su respiración se hizo
difícil y se dobló, mirando al piso, con sus manos sobre sus rodillas.
-Es
ella –susurró.
Lihug
se agachó para atenderlo, pero Dasruïg le indicaba con la mano que estaría
bien. Volteó y lo miró directamente a los ojos.
-Lihug,
debes acercarte a ella. Conocerla y averiguar qué sabe sobre sí misma. Y cuando
tenga tu confianza, tráela con nosotros. El pueblo la reconocerá, estoy seguro.
Muéstrale el lienzo cuando sea el momento.
Se
incorporó.
-Debo
irme. Recuerda que cualquier cosa que suceda, puedes enviarme una nota.
Lihug
lo vio alejarse, mientras susurraba: “Es ella”.
H.