[El general
Miguel Henríquez Guzmán hizo campaña por la silla presidencial como candidato
de la Federación de Partidos del Pueblo Mexicano (FPPM) en la elección de 1952,
que finalmente ganaría Adolfo Ruiz Cortines. Como en todas las campañas
mexicanas en las que la oposición se sintió con verdadera fuerza para
arrebatarle la presidencia al partido gobernante, la henriquista de 1951-1952
está llena de anécdotas memorables. Sin embargo, pocas son tan pintorescamente
narradas como ésta, salida de la pluma de Enrique Quiles Ponce, con motivo de
la estancia de los henriquistas en Ciudad Valles, San Luis Potosí, en octubre
de 1951. La veracidad del relato me da lo mismo; es una joya propagandística que
da una sensación de haber sido sacada del Libro Vaquero. Y eso por sí mismo le
da derecho a ocupar un espacio en este blog.]
Durante la
estancia en Ciudad Valles ocurrió algo digno de contarse, ya que además de los
consabidos obstáculos, las amenazas de agresiones criminales aprovechando la
abundancia de gatilleros profesionales al servicio de los caciques locales, se
volvieron ominosas y abundantes. El propio Gonzalo N. Santos destacó a sus
mejores elementos para amedrentar al pueblo y desorganizar a los henriquistas.
Comisionó inclusive a su mejor hombre, de triste memoria y fúnebre apodo el
“Mano Negra”, asesino nato y sin sentimientos. Este sujeto anduvo pregonando
que: “Todo henriquista que tuviera enfrente lo aplastaría como mosca”. Hasta
los oídos del teniente José Verduzco Amezcua llegó la balandrona del “Mano
Negra”. Veduzco era un muchacho excepcional, que ni en los momentos más
difíciles mostraba asomo siquiera de nerviosismo, pues parecía que, carente aún
del instinto de conservación, gozara con el peligro.
Así, caminando
en círculos en el clásico zócalo provinciano de Ciudad Valles, envuelta en el
hálito húmedamente caluroso de la lujuria vegetal de trópico, se encontraron
frente a frente el “Mano Negra” y Verduzco.
Éste dijo al
pistolero:
-Aquí estoy, soy
henriquista de hueso colorado. Máteme si puede, y si no retírese y dígale a don
Gonzalo que no somos moscas, ¡somos hombres!
El “Mano Negra”,
desconcertado y sorprendido, trató de sacar la pistola, pero como estaba
acostumbrado más a la ventaja y a la traición que al valor, su mirada torva de
asesino sin escrúpulos, no pudo resistir la mirada limpia de un joven que
despedía vitalidad y al que adivinó, con el instinto de conservación de animal
gravemente amenazado, la decisión y la agilidad. Entonces, el joven militar con
movimientos de cobra encañonó al “Mano Negra” y lo desarmó. En seguida,
retrocediendo unos pasos, vació la pistola de cartuchos y la arrojó a los pies
del pistolero, quien lentamente y mordiéndose los labios recogió el arma y
cuidando no hacer ningún movimiento sospechoso, rápidamente dio media vuelta y
se alejó gruñendo.
Enrique Quiles
Ponce. Henríquez y Cárdenas ¡presentes!
Hechos y realidades de la campaña henriquista pp.
124-127.
H.
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