Cuando hoy llegué a la facultad no recordé comentar a las pocas personas que me encontré hoy conocidas una curiosa experiencia que tuve hoy en la mañana. Sé que, a primera vista, esto que voy a comentarles será quizá el texto más absurdo que he escrito en mi vida, pero, en serio que tenía que decirlo, gritarlo, publicarlo, escribirlo, tartamudearlo... No sé, ya ustedes juzgarán.
Creo que más de uno de ustedes (los que no se trasladen en esta ciudad de locos en un vehículo propio) usan regularmente el Sistema de Transporte Colectivo conocido como METRO. Yo uso, para llegar a mi Facultad, la línea 7, la naranjita, la que va de Rosario a Barranca del Muerto. Una vez que recorro casi toda la línea -me subo en Aquiles Serdán- y me bajo en la última estación al sur, tomo un camión que me lleva del metro al Estadio Olímpico y de ahí me voy caminando. Desde que entré a la carrera en ese trayecto me acompañan muchos otros universitarios de Filosofía y Letras; compañeros y colegas que nunca he visto bien ni conozco. Las más variadas formas de la fauna post-adolescente de la Tenochtitlán de Concreto y lugares aledaños se dan cita en el paradero de Barranca del Muerto para llegar a tiempo a sus clases de una de las Facultades más señaladas por su "espíritu rovoltoso". He visto de todo: desde esos famosos fósiles hasta chicas de muy buen ver, que me alegran el trayecto o me despierta su vista, de lo cansado que a veces voy. La mayoría de ellos y ellas me acompañan desde el metro, en otros vagones o en el mismo, pero casi todos se suben después de Polanco; solo he ubicado a dos personas que vienen desde Aquiles Serdán o incluso Rosario, para llegar a tomar el mismo camión. Siempre los he visto de lejos.
Bueno, pero platicarles de mi rutina de cada mañana entre semana no es el propósito de este post (ese párrafo era sólo contexto histórico) sino de comentar algo que noté el día de hoy. Para variar, el transporte venía atascado y la situación sólo se alivió un poco después de Tacubaya. Una vez que salí del metro para tomar mi clásico camioncito, me encontré con que, por azares del destino, tras de mí, en la fila que se hace para subir al camión, estaba un chavo como de mi edad que había visto en el vagón en el que yo había viajado minutos antes. No me extrañó, eso me pasa con frecuencia. Por alguna razón, una vez que yo subí al camión, el susodicho, en vez de seguirme en el ritual de pago-apañolugaromequedoparado-espero, se quedó esperando quién sabve qué cosa. Como yo no tenía absolutamente nada en que pensar en ese momento, me puse a ver qué había pasado con mi (posible) compañero universitario; a veces esas cosas pasan cuando la gente le reclama a los que operan las salidas de los camiones o qué sé yo. Apenas vi, el tipo ya se había subido al transporte y la fuerza del destino lo colocó de nuevo al lado mío, en el único asiento que estaba libre en ese momento (varias personas aprovecharon sus retraso en la entrada del camión para apañar lugar). Fue entonces cuando me percaté o mejor dicho mi nariz se percató de la singularidad de aquel individuo.
Muchas veces, no me digan que no, vivimos y viajamos tan apretados en esta ciudad, que podemos percibir la más variada cantidad de olores corporales del resto de nuestros conciudadanos. En un lugar como los vagones del metro, especialmente en horas pico, existe la posibilidad de percibir una amplia gama de aromas (en la mañana) y de olores (en el sentido desagradable, en la tarde). No sé a ustedes, pero a mí me ha tocado de chile, dulce y manteca casi literalmente: el cocimiento de varios hombre -y mujeres a veces, hay que decirlo- en su propio jugo (sudor), olores de hierbas que las señoras a veces transportan, olor a comida, la agradable sensación de percibir el aroma de un perfume femenino auténtico y seductor, el aburrido olor del perfume de siempre (que usan muuuuuuchas), el perfume barato de algunas, esa loción que usan algunos hombres que a uno le da envidia no tener de esa marca, la loción que uno se queda indiferente y la loción que al percibirla uno sí se le puede salir un respetuoso ¡no mames, bájale!... En fin, cada uno con su respectiva fuente, que evocan sensaciones e imagénes distintas.
Pero encontrar a un tipo como el que me encontré hoy, pues simplemente no tiene par. Era una persona como cualquiera que uno viera en la calle, normal y todo. Pero percibir el olor que despedía pues es una de las cosas que uno nunca se espera. En serio. Sólo puedo decir que nunca voy a encontrar una persona que huela así otra vez. Nunca. ¿Y saben por qué?...
PORQUE MI COMPAÑERO DE VIAJE OLÍA COMO SI SE ACABARA DE BAÑAR EN UNA TINA LLENA DEL CONOCIDÍSIMO MEDICAMENTO PEPTO BISMOL.
¿Qué? ¿Esperaban otra cosa? ¿Alguna experiencia mística? ¿Un asomo de eventual homosexualismo? Naaaaaada de eso, compañeros. El tipo olía a Pepto Bismol. ¿Qué? ¿A poco ustedes se han encontrado a alguien que, sin motivo ni razón, huela en toda su persona a Pepto Bismol? ¿Verdad que no? Ahí está, ¿yo qué?
¿A poco no está cotorra esta experiencia?.... ¿No?..... Shaaaa!! no aguantan nada.
Bueno, en la próxima le continuo con lo del futuro.
Chale, me siento más incomprendido que nunca.