Quiero lastimarte. No es personal.
O
eso es lo que repito de frente al mundo para no reconocer que no puede haber deseo
más personal que este.
Planeo
cobrarte a ti la deuda que mi propia historia tiene con el actual momento en el
que vivo, que tiene conmigo.
Las primeras veces, fuiste silueta en el horizonte.
Ahora
eres sombra, relámpago.
Noticia
que estruja las entrañas
y
abre la tierra que piso.
Arribista como soy, escalar la jerarquía de la
manada era mi mayor anhelo; ahora lo veo.
Pero
siempre fue volición incógnita: yo pregonaba otra cosa.
Cuatro
letras, dos sílabas.
Ahora
mi secreto es la palabra y el ascenso, mi prédica.
No te conozco, no eres nada para mí.
Y
aun admitiéndolo, quiero lastimarte. No renunciaré a tan vigorizante fantasía.
Porque es una fantasía. Los chamanes grises me
aconsejan que la dome, y evite que se derrame en el teatro de mi pequeño mundo.
Ansío
dañarte.
Bailar
sobre tus huesos rotos mientras otra mirada se posa en nuestra danza.
Con
tal de que se pose en mí; por eso quiero hacerlo.
Deseo defenestrarte.
Exponer
tus virtudes, tan minúsculas como las mías, ante esa mirada que devoré ansioso
tantas jornadas,
y
que, al momento de elegir, se arrojó a la opción lógica:
tú,
voluntad
errante,
vértigo
domesticado y placentero,
refugio
en el riesgo y viceversa.
Destrozarte a ti, líder de la manada,
que,
sin saberlo, pretende lucir como yo, el macho omega,
y
en esa ficción es capaz de descender al mictlán y seguir coronado por el sol.
La
elección correcta.
El
rubor de sus mejillas.
La
humedad de sus sueños.
Su
catarsis.
Su
deseo.
Su
paz.
No, yo no soy tú, por eso busco desgarrar todos
tus reflejos en todos los espejos.
El
guía nublado pretende jalar de mi correa y sé que tendrá éxito.
Está
escrito que mi semilla se pierda en el fango.
Está
escrito, pero no dicho.
Grabado
en la piedra, pero no soñado.
No
está hecho.
Por eso, mi única vocación ahora es legar estos
rugidos a los otros eslabones rotos, para que se reconozcan en ellos.
La
sagrada y bendita sensación, el deseo maldito de usurpar son mi credo.
Quiero
esparcirlo, desplegarlo y reír con desesperación,
complacido
de la última epifanía:
No
sabes nada de la génesis que se eleva desde el lodo,
sólo
de la cera en tus alas, cabeza de parvada, semental invicto, con los ojos
puestos en esa boca del vacío que llamas cielo.
En la hojarasca sabemos que ignoras cómo
devolverle la mirada al abismo.
No
eres absoluto: tu piel la podemos habitar muchos,
pero
tú la mía, no.
Alfa,
pero nunca Omega.