Hurgaba yo en mis archivos, cuando me topé con este curioso textito que escribí quién sabe cuándo ni con qué propósito. Lo que sí recuerdo es que el nombre del (los) protagonista(s) nació de un jugueteo con las teclas. Prueben escribirlo varias veces y me entenderán.
Es maravilloso cómo de detalles tan simples nazcan cuentitos como este. Aprovecho que lo subo al blog para ponerle título. Como verán, no me quebré la cabeza al hacerlo. No es la gran chingadera, pero es el descubrimiento del día; a ver qué les parece.
Va:
Lo llamaban Jikoli. En algún tiempo, su única
diversión fue arrebatarle monedas de cobre a los pacíficos habitantes de la
Villa Mangosta. Un pueblo libre de cobras, siempre escaso en monedas de cobre,
tan necesarias para obtener agua de los pueblos cercanos. Por eso lo llamaban
Jikoli, que en villamangostí significa, “el secador”. Nadie sabía de dónde
venía en realidad y pocos lo habían visto cuando robaba las monedas. Quienes lo
describían nunca llegaban a un consenso, por lo que cualquier habitante de la Villa
podía ser Jikoli.
El
día que lo atraparon y enjuiciaron quedará para la historia. Un vecino
precavido había colocado una ratonera en su cofre de monedas. En cuanto Jikoli
entró a robarlas, se enfrentó con la dificultad de quitar la ingenua trampa para
no salir lastimado, pero el tiempo que tardó en idear la manera de hacerlo fue
suficiente para que ser sorprendido por el astuto villano, que elevó de
inmediato el llamado de alarma. Toda la Villa despertó.
El ladrón resultó ser el sobrino
de la víctima.
Cuando
las investigaciones avanzaron, resultó que ese “Jikoli” robaba porque otro
“Jikoli” le había quitado a su vez las monedas.
La
eficiencia del sistema de justicia, en una impresionante demostración de su sentido
de la responsabilidad con la Villa, desenmascaró a un pueblo entero de Jikolis.
Muy
lejos de ahí, con una sola moneda de cobre para comprar una gotas de agua, el
primer Jikoli moría entre la maleza después de ser mordido por una cobra.H.