miércoles, 30 de marzo de 2011

En la opinión de...

La Momia de Lenin
H.

sábado, 26 de marzo de 2011

La dama Delirio pregunta...


¿Cuál es la palabra para cuando las cosas suceden de tal manera que a uno le da por pensar que los encuentros inesperados, la calidad de los ingredientes de un platillo que se acaba de conocer y la historicidad propia deberían ser parte de un cosmogonía ajena?

H.

jueves, 24 de marzo de 2011

OXUS (III)

- Mamá, ¿tú quién eres?

Yadira volteó extrañada para ver a su hija, dejando de lado la fruta que estaba cortando. Se agachó, poniéndose de cunclillas frente a su hija y le tomó del hombro, diciéndole:

- ¿Qué dices, mi amor? Soy tu mamá.

La niña, en un gesto de inocente e involuntaria indeferencia, se quitó la mano de su madre del hombro y se alejó diciendo:

- Gracias, ahorita se lo digo.

Yadira, extrañada, se puso de pie y se quedó pensativa, cruzada de brazos. Sergio entró en ese momento a la cocina por una cerveza del refrigerador. Vio a su esposa.

- ¿Qué pasa, Yadira? –le preguntó.

- Es Angélica, esas preguntas y reacciones raras, ese nombre extraño que tanto repite…

- Y te dije que son cosas de niños, tranquila…

- Pero si es algún trastorno, o algo ¿Y si lo le estamos dando la atención que merece?

- Por favor… Atención tiene de sobra y no creo que tenga nada. Esas preguntas son parte de la curiosidad normal de un niño de su edad. Cálmate por favor.

- Pero ese nombre…

- ¿Cuál? ¿Oxus?

Yadira había mantenido la mirada en el piso hasta ese momento. Miró a Sergio directamente a los ojos.

- Sí, ese… -dijo ella.

- Tampoco hay tanto misterio. Mira, hace poco, hojeando uno de los libros de Raúl, encontré la palabra. No es nada del otro mundo: es el nombre de un río que está en Asia. Bueno, el nombre es antiguo, hoy se llama de otra manera.

- ¿En serio? ¿No me estás mintiendo, Sergio? ¿Dónde lo viste?

- Mira, ven, deja te enseño.

Se movieron hacia uno de los libreros y Sergio tomó un volumen grande; era un atlas. Comenzó a hojearlo

- Sí, mira, aquí está –le dijo a Yadira mostrándole con el dedo la parte del mapa donde se indicaba el curso del río.

- Sergio, aquí dice Amu Daria.

- No, espera, es que ése es el nombre moderno. Mira, por acá está la nota que aclara que antes tenía el nombre de Oxus. Velo por ti misma.

Yadira tomó el atlas y acercó el rostro para leer más de cerca. Sergio se alejaba diciendo:

- Seguramente Angélica vio el libro por ahí, lo hojeó y se le quedó el nombre. No sé, a lo mejor le gustó mucho y ahora lo usa para todo.

Yadira no pareció convencida por la cómoda respuesta de su marido. Justo como se había sentido frente a la de Raúl unos días antes, en esa inquietante noche, en la que Oxus entró en su vida. Pero el libro no mentía; ahí estaba el río, existía, había cambiado de nombre, pero era el mismo. Se registró el nombre antiguo. Oxus. ¿Cuál era el problema? ¿Qué Angélica lo conociera?

- ¿Por qué este nombre? –preguntó silenciosamente, con los ojos fijos en el atlas. Angélica se le acercó de nuevo y la abrazó. Yadira, sorprendida por el gesto de cariño de su hija, se alarmó aún más, sin saber exactamente qué era lo alarmante de todo aquello. La niña la miró a los ojos y se alejó dando pequeños brincos. Después de todo, sólo se trataba de algunas letras. Pero, ¿y la pregunta de Angélica? ¿Quién era ella, Yadira? Sintió de pronto que unos brazos la rodeaban por la cintura y un cálido halo de aliento se paseaba por su oreja y recorría su cuello. Era Sergio.

- Eres mi Yadira…

Yadira se percató de que había pensado aquellas preguntas en voz altas y esa repentina muestra de cariño de su esposo era una respuesta. Primero había sido la mamá de Angélica y ahora era la Yadira de Sergio. La misma pregunta se respondía de manera distinta cada vez. Sus pensamientos comenzaron a hablar: “Y todo por…”

- Oxus… –musitó ella con voz suave y sensual, como si experimentara algún orgasmo pequeño, como si disfrutara de un éxtasis fugaz.

Sergio se separó bruscamente y la miró incrédulo. Ella rápidamente salió del trance y se dio cuenta de lo que acababa de hacer. Se observaron algunos segundos, con ojos que expresaban cierta inseguridad. Algo no estaba bien. De pronto, Sergio cambió su semblante, tan tenso hasta entonces, siendo decorado, de súbito, por una traviesa sonrisa.

-Ok, Yadi. Si así lo quieres, podríamos experimentar con ese nombre. Tú sabes, un juego nuevo… Hace un buen rato que no jugamos ¿te das cuenta? Quiero decir, todavía podemos disfrutar de estas cosas…

Se acercó a Yadira y trató de besarla de nuevo, pero ella se echó para atrás, asustada. Tuvo entonces una reacción, como recordando algo y miró con espanto a su esposo.

-Lo que dijo Ángel. Ahora lo recuerdo.

Sergio volvió a endurecer su semblante y Yadira pudo percibir en ese momento su creciente molestia.

- ¿Qué fue exactamente lo que dijo Ángel? –preguntó él lentamente.

Yadira, que se había mantenido apartada, se acercó de nuevo y pidió dócilmente un cariñoso abrazo. Sergio no pudo resistirse y por un momento se olvidó de Ángel, estrechando los brazos alrededor de su esposa.

- Está bien, ya no preguntaré más. Estás muy alterada por todo este asunto. Ya déjalo, te hace mal, olvídate de esa palabra. Si Angélica te la recuerda, tú sólo ten la seguridad de que se trata de un juego, no te preocupes, no pasa nada…

El teléfono sonó, pero Sergio decidió ignorarlo. Yadira, reposando el rostro sobre su pecho, tampoco se preocupó por atender la llamada. Sonó por segunda vez y nadie hizo nada. La pareja se separó un poco; las lágrimas de Yadira, absorbidas por la camisa de Sergio, se habían secado ya, pero su estela de desgaste recorría la cara de la atormentada mujer. Ninguno de los dos podía dejar sonar el teléfono más de tres timbrazos, por lo que se dispusieron a tomar el auricular en cuanto sonara por tercera vez. Cuando lo hizo, la pequeña Angélica se adelantó a sus deseos y contestó la llamada.

-¡Papá! –gritó la niña- ¡Te habla un señor que se llama Ulises!

Yadira abrió los ojos algo más de lo normal. Sergio la besó una vez más en la mejilla y corrió a tomar la llamada. Su esposa lo vio alejado, aunque el teléfono estaba a unos tres pasos de donde ella permanecía inmóvil. Él no entendía. Oxus le exigía contestar una pregunta crucial y ella no podía hacerlo; se estaba apoderando de ella y de sus dudas.

Sergio terminó de carcajearse y sonreír forzadamente y colgó el auricular.

- ¿Recuerdas a Ulises Torres, Yadi? –preguntó mientras entraba a la cocina.

- No, no creo recordarlo.

- Estaba conmigo en el despacho de don Enrique. –salió de la cocina con una manzana en la mano y continuó- Bueno, pues resulta que el tipo tiene una hija y nos está invitando a su fiesta de quince años.

-Sergio, ya sabes que yo detesto esas fiestas.

-Pues sí, pero no puedo dejar de retribuirle haberme contactado para el trabajo que tengo ahora. Estoy ahí gracias a él, ¿recuerdas?

-Esos favores no me gustan, Sergio. Ahorita es ir a su fiesta, y ¿después?

“¿No lo recordabas, Yadira?” pensó él. “Ulises Torres andaba en cosas muy turbias, y hasta me regañaste la última vez que lo vi. Para conseguirme trabajo. Y ahora me está cobrando el favor. Tú también. Haciéndote la desentendida. No me quieres apoyar, ¿cierto? Bien, puedo ir solo”.

- ¿Y bien? –dijo Yadira- ¿Piensas llevarnos?

- No tienes por qué molestarte…

-Sí, tengo razón para hacerlo. Tú no me escuchas. No te importa lo que me pasa, sólo quieres que me olvide de eso, dándome salidas fáciles. Respuestas tontas. No me entiendes.

Sergio la miró sorprendido.

-Pero, yo estoy contigo, lo sabes –dijo tímidamente.

-¡No, no lo estás! ¡No me crees! –gritó Yadira- ¡No sabes quién soy! ¡Quieres que olvide a mi padre y ya sabes que no puedo!

Se alejó llorando de Sergio, entrando en uno de lo cuartos. Cerró la puerta con llave.

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El olor a barbacoa con arroz y a brandy con refresco de cola habían terminado por hartar a Sergio quien ya solamente esperaba poder encontrar a Ulises, pedirle un pedazo de pastel, llevárselo a Angélica y encontrar alguna excusa complaciente para abandonar el salón. “Siempre complaciendo a los demás, Sergio” se decía así mismo mientras sostenía un vaso con tequila, “¿algún día cambiarás?”

-¡Ahí estás, chingao! ¡Ven acá! –le dijo Ulises mientras se acercaba con dos personas más.

Sergio se levantó trabajosamente de su asiento y con un gesto de hartazgo fue a reunirse con aquel grupo, que ahora reconocía: aquellos insufribles compañeros de trabajo del despacho de don Enrique.

-¿Sí se acuerdan de Sergio? ¡Nuestro rockero! –exclamaba en voz alta Ulises

-¡Claro, claro! ¿Qué pasó, mi buen? ¿Cómo está Deyanira? –espetó rápidamente uno de ellos.

-Yadira…

-¡Ah sí! Siempre me confundí con su nombre, ¿verdad? ¡JA, JA JA!

Su carcajada resonaba por todo el salón. Sergio se había tardado en percatarse de que los tres ya estaban ligeramente borrachos. “¿Y no me di cuenta? ¿Qué me pasa?”.

-¿Y qué tal ahí donde te recomendé, eh? –preguntó Ulises.

-Bien, no está mal.

-Pagan bien, ¿verdad?

-Sí, quiero decir, no me quejo.

Las pupilas de Ulises no parecían perderse como las de los otros dos. Miraba fijamente a Sergio, como en aquella época en el despacho donde se conocieron. Siempre dando la impresión de que sus palabras significaban más de lo que decía. Intenciones ocultas, doble cara, tonos insinuantes, cómo si estuviera listo todo el tiempo para enganchar a alguien con alguna propuesta fraudulenta. Sergio había aceptado su recomendación al lugar donde trabajaba ahora, pero lo hizo después de dudar durante meses. Ulises fue inusualmente paciente. Acostumbrado a desconfiar, a Sergio siempre le había parecido sospechoso que no declinara su oferta después de tanto tiempo, pero nunca tuvo ocasión de comprobarlo. Se había quedado ahí, viéndolo fijamente; Sergio llegó a sentir que había estado siempre ahí, vigilándolo desde que lo conoció.

Sin dejar de sonreír, le dijo:

-Ven, Sergio, quisiera hablar contigo.

Se separó de los otros dos que lo acompañaban y llevó a Sergio a una mesa en una esquina del salón, ya desocupada. La música había bajado de volumen, el grupo versátil se había ido, el alcohol comenzaba a escasear. La quinceañera tomaba cerveza con sus amigas y muchas familias ya le pedían a los meseros cachos de pastel para retirarse. Sergio sabía que tenía que irse ya, pues Yadira no estaría muy contenta de verlo llegar tarde. Angélica ya llevaba al menos media hora esperándolo en una parte de salón donde jugaban los niños más pequeños. Sergio miró su reloj. Era medianoche. Exactamente medianoche: 12:00. 0:00. Sospechó: ¿una fiesta de XV años agonizando ya a las 12:00? Calculó rápidamente: algunos minutos hablando con Ulises, un poco más de tiempo para despedirse adecuadamente, pedir una rebanada de pastel para Angélica y llevársela en el carro. Todo en menos de cincuenta minutos. Para cuando diera la una de la mañana, estaría en su cama, abrazando a Yadira.

-Estoy seguro que recuerdas a mi pareja –comenzó Ulises.

-¿Tu… pareja?

-Sí, ¿recuerdas? Carlos…

Sergio lo miró pasmado. Preguntó espontáneamente:

-Pero ¿y tu esposa?

Ulises hizo un gesto de incredulidad.

-¿Nunca te lo dije? Carlos es tu jefe. Te aceptó porque yo te recomendé. Porque yo lo quiero, lo amo.

-¿Él es el señor…

-Sí, es él.

-Entonces tú eres…

-Sí, Sergio, eso y más.

-Pero, ¿por qué me lo dices a mí? ¿Y tu hija?

-Ximena nunca lo entendería, ¿comprendes? Incluso para Fabiola esto sería…

Apretó los labios desviando la mirada. Sus ojos se tornaron vidriosos.

-¿Fabiola no lo sabe? –preguntó Sergio

-¿Y cómo chingados se lo digo? Sospecha algo, pero ya sabes… lo “normal”…

-Pero… ¿por qué me lo dices a mí? Casi no te conozco Ulises, seamos honestos. ¿Qué tengo qué ver yo en tu vida?

Se levantó exaltado y estaba por dar un paso lejos de aquella mesa, pero algo dentro de él no le permitió hacerlo.

-Pero ése no es el problema mayor, Sergio –continuaba Ulises- por favor, ayúdame. De todas las personas que he conocido, sólo he podido confiar plenamente en ti. Ven, siéntate.

“Y ahí vas de nuevo, Sergio, no sabes decir no, ¿verdad?” se dijo a sí mismo mientras regresaba al lado de Ulises, cediendo a la súplica.

-Secuestraron a Carlos –dijo Ulises, secándose las lágrimas- Hace unos dos días y luego… luego me pidieron… ¡ah! ¡No puedo!

Sergio le alcanzó un vaso con tehuacán.

-¿Qué sucede? ¿Qué te pidieron?

Los ojos de Ulises aún fijaban la mirada en el piso. De repente, Sergio sintió cómo el calor se iba. Entre Ulises y él sólo había aire frío. No parecía haber aliento saliendo de la boca del anfitrión, lucía como si estuviera dejando de respirar, pero sin que ello hiciera que su cuerpo se desplomara.

-Sergio… tú sabes… quién… soy… -volteó lentamente a verlo- ¿verdad?

-Sí, e…

-No, no lo sabes. Y yo tampoco. Esos tipos que se llevaron a Carlos me pidieron que les devolviera algo, algo que yo tengo. Algo que yo les había quitado, ¿entiendes? Yo nunca he tenido relación con alguien a quien le haya quitado algo de valor, ¿cierto? –comenzó a exaltarse- Sergio, acabo de perder mis recuerdos antes de conocer a Fabiola. Estoy seguro de que, sea lo que sea que esos hombres quieren para liberar a Carlos, es algo que le quité a alguien que conocí antes. Pero no puedo recordarlo. Sé cosas que se aprenden en la escuela, sé hablar, sé cómo ir de aquí para allá… Sé… muchas cosas, pero no puedo recordar lo que he vivido.

Volteó para servirse un poco de brandy.

-Estoy preocupado por Carlos, pero ya no sé por qué lo amo.

Sergio comenzó a sentirse incómodo. El resto del salón bullía con la gente que aún estaba ahí. Muchos todavía bailaban. Otros tantos permanecían fuera, fumando frente a los carros estacionados. En varias mesas había más de uno recostado sobre ellas y con un séquito de botellas, copas y vasos de plástico o unisel que evidenciaban la ingesta de alcohol. Muchos niños ya estaban dormidos pero otros tantos jugaban ruidosamente. Angélica se había escapado de la mirada de su padre, pero en ese momento, él no se había percatado.

-Ulises, de verdad lamento lo que te está pasando, pero no he terminado de entender ¿por qué me dices esto a mí? Con todo gusto de ayudo, pero, no comprendo…

-No te hagas pendejo –respondió bruscamente Ulises- tú lo sabes muy bien…

-¿Qué dices?

-¡Tú llamaste, desgraciado! ¡Tú, hijo de la chingada! –Ulises se había encolerizado de súbito y se paró de su silla, tirándola; señalaba a Sergio- Tú tienes a Carlos, ¿verdad, cerdo? ¿Dónde está?

Los gritos de Ulises pronto paralizaron el salón entero. Sergio se levantó también de su asiento y retrocedió unos pasos, consternado. Ulises sacó entonces una navaja de entre sus ropas y la blandió con furia frente a él. Un grupo de personas que los había rodeado en cuanto percibieron lo violento de la situación, ahora formaba un semicírculo desde el cual miraban la escena, temerosos. Sergio, sorprendido, pero alerta a los movimientos de su ex compañero de trabajo, comenzó a avanzar hacia él.

-¿Qué es lo que quieres? ¡Tú, tú me quitaste mis recuerdos! ¡Tú me quitaste a Carlos! –Ulises también avanzaba, lentamente con la navaja en la mano, amenazante- Tú, desgraciado hijo de perra…

A punto de hundirle la navaja en el costado a Sergio, Ulises fue detenido por un par de hombres que habían observado todo desde el principio. Lo sujetaron fuertemente, pero él se sacudía con rabia, tratando de lanzarse sobre Sergio, aún cuando había dejado caer la navaja en la pequeña escaramuza. La música se había detenido y las personas, temerosas, comenzaron a salir del salón. Algunos niños pequeños soltaron en llanto y aquellos adultos ya muy tomados habían sido abruptamente despertados por sus acompañantes o movidos a la fuerza en calidad de bultos.

-¡Cálmate, chinga! ¡Cálmate! –le ordenaban los hombres.

-¡Déjenme! ¡Suéltenme! ¡AHHHH!

Ulises gritaba como si le torturaran. Sergio estaba paralizado. La esposa y la hija del anfitrión se habían salido del salón, con el rostro pálido y una de ellas con malestar en el abdomen por el espanto que la escena les había provocado. Un par de parientes les hacían compañía, mientras alguien más llamaba a Carlos…

-¡Suéltenme!

Sergio reaccionó entonces, se lanzó fuera de esa esquina de pesadilla y buscó desesperadamente a Angélica. En cuanto la encontró, la tomó violentamente de la mano y la obligó a abandonar el lugar. La niña, asustada, se resistió inútilmente y soltó un estridente llanto. Sus gritos atrajeron la atención de varios hombres que se encargaban de la seguridad en el lugar, mientras el cada vez más confundido padre avanzaba casi como robot hacia su auto.

-¡Oxus! ¡Oxus! –gritaba Angélica.

Sergio seguía su frenética carrera hacia el vehículo, pero en cuanto escuchó a su hija llamar a Oxus, paró en seco. Se arrodilló frente a ella y la tomó fuertemente de los brazos, sacudiéndola mientras le preguntaba:

-¿Qué chingados dijiste? ¿Eh? ¡Contéstame!

El tono agresivo de Sergio llamó más la atención de quienes se encontraban ahí, en el estacionamiento del salón, mientras los hombres de seguridad llegaban corriendo, pero detrás de ellos venía Ulises. Una par de muchachos trataron de separar a Sergio de la niña, pero fueron fácilmente rechazados.

-¿Quién eres? ¿Quién eres? –gritaba ella.

-Soy tu papá, ¿Que no me oyes? –contestaba angustiado Sergio mientras la sacudía más

-¿Quién eres, quién eres, quién eres, quién eres?

Cuando al fin se rindió, Sergio la soltó, quedando arrodillado frente a ella, con la mirada baja y una sensación de cansancio extremo. La niña aún permanecía de pie, sin moverse, estaba casi en el mismo trance, repitiendo la pregunta en voz baja

-¿Quién… eres?

Alguien soltó un grito de terror.

Los hombres de seguridad estaban muy ocupados llevándose el cuerpo de Ulises, quien había quedado inconsciente después de darse un mortal navajazo en el cuello.

En un momento eterno que pasó entre aquellos que presenciaron tan desconcertantes hechos, la pregunta sin respuesta recorrió sus cabezas. Una ola de duda sacudió aquellos frágiles espíritus y casi todos acudieron a confirmar su identidad legal abriendo bolsas y carteras en busca de documentos autorizados. Más de uno sintió alivio al recordar aquella palabra con la que podría diferenciarse del mundo. Era como si la voz de Angélica, débil ya, se introdujera en cada uno de ellos, cuestionándolos como lo había hecho con su padre, atormentándolos y haciéndolos dudar. Como es usual con las eternidades, aquella, compactada en un momento, fue rápidamente olvidada. Aquellas personas presentes en ese estacionamiento aquella noche no recordarían otra cosa que al trastornado Sergio, a su pequeña hija gritando una pregunta y a Ulises con el cuello sangrante.

Alguien, cerca de ahí, había comprobado una verdad.

-No contesta…

-Entonces, es cierto… -susurró Fabiola- Ulises…

No pudo decir más y se entregó a un escandaloso llanto. Sergio no pudo ignorarlo, pero tampoco pudo hacer otra cosa que volver a mirar su reloj. Aún era medianoche.


H.

En la opinión de...

La Momia de Lenin
Ustedes disculparán al camarrada, que no alimentó nuestro criterio con sus valiosas palabras el día de ayer. Pero como podrán darse cuenta, ya lo pusimos a trabajar y en sintonía, además, con el acontecer mundial de estos días.

Aunque no aseguramos su lucidez la semana que viene.

H.

domingo, 20 de marzo de 2011

La chica Delirio pregunta...


¿Cuál es la palabra que nombra el periodo de tiempo que va de la primera victoria en la vida a la iluminación definitiva por desengaño?
H.

jueves, 17 de marzo de 2011

OXUS (II)

- ¡Yadira!

La puerta del departamento padecía los fuertes golpes que alguien le propinaba con la palma de la mano desde el otro lado. Sergio se despertó primero, amodorrado, sin ganas de abrir.

“Pinche vieja, que se vaya a joder a otro lado”, pensaba mientras se vestía.

- Son las seis y media, Doña Julia –dijo cuando abrió la puerta.

- Buenos días, Sergio. Lo que pasa es que voy a salir todo el día y quería ver si ustedes podrían cuidar a mi hija mientras yo estoy fuera.

- No invente, su hija tiene quince años, ¿qué no se sabe cuidar sola?

- Es que con eso de que ya tiene novio, pues me da pendiente que el chamaco ése venga a verla y hagan, pues, lo que ya sabes.

- Nosotros también vamos a salir.

- Pero yo no –dijo de tras de él la voz de Raúl.

Doña Julia se quedó callada. Raúl le daba mala espina. No le confiaría a su hija a alguien como él. Pero a Karen le agradaba y ella no lo podía evitar.

- Te oí decir anoche que saldrías. –dijo Sergio dirigiéndose a Raúl.

- Iba a salir, pero acabo de hablar con los chavos de la banda y me dijeron que no podían ensayar hoy. Decidí quedarme a estudiar aquí un rato y después ir con Pepe.

- Pues entonces quédate, cuidas a Angélica y, si la señora quiere, a Karen. ¿Cómo ve, Doña?

La señora no tuvo más que aceptar, pues sabía que su hija estaría encantada y a ella eso le importaba mucho.

- Está bien.

- Una cosa más, señora –le dijo Sergio cuando Doña Julia se iba a su departamento- ahí para la otra no nos levante tan temprano para pedirnos un favor de esos.

La señora no pudo más que fruncir el ceño y, molesta, bajó por las escaleras.

Sergio volteó para preguntarle a Raúl a que hora estaría listo para irse a la biblioteca para traer los libros que utilizaría para estudiar; que si quería, él mismo lo llevaba. Pero cuando volvió la cabeza, no lo encontró. Apenas se dio cuenta, seguían siendo las seis y media en el reloj de la sala.

-Debe estar descompuesto –dijo para sí y se volvió a acostar.

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Yadira se había despertado antes que todos y se disponía a preparar el desayuno, pero se dio cuenta muy tarde de que no tenía con qué hacerlo, por lo que salió apresuradamente del edificio para comprar algo. No se había percatado, pero la noche anterior había llovido mucho y los escalones de los departamentos estaban resbalosos. Por poco caía y volteó hacia arriba al sostenerse de algo, cuando notó que había humedad en el techo. “¿Otra vez?” pensó “¿Qué no se preocupan por las goteras?”. La recubierta de yeso se había humedecido y la línea de humedad avanzaba por la pintura descarapelada sobre el muro formando grumos de yeso mojado que adoptaban caprichosas figuras. Yadira lo veía de lejos, pensando en que llamaría a alguien para que reparara eso. Salió del edificio y se dirigió a una pequeña tienda Oxxo que se encontraba frente a las unidades, cruzando la calle. Cuando estaba por entrar a la tienda, una ráfaga de viento provocó que se detuviera y cerrara sus ojos. “Un remolino” pensó. Cuando abrió los ojos, el letrero de la tienda decía “Oxus”. Yadira sintió que un intenso escalofrío recorría su cuerpo y se quedó parada frente a la puerta de la tienda un rato, hasta que reaccionó y volteó hacia la calle. Había poca gente, uno o dos perros despertando en medio de la humedad de la mañana, un camión de Coca-Cola se acercaba por la calle, mientras un vagabundo recogía basura. Cuando volteó de nuevo, el letrero rezaba “Oxxo” nuevamente y, sintiéndose extraña, entró a la tienda, hizo sus compras y fue de regreso a su edificio.

Cuando llegó a la entrada del edificio se percató de algo que no había visto al salir.

- ¿Otra vez, Ángel?

Ángel era uno de los muchachos drogadictos de los edificios. Vivía en uno de los departamentos donde Sergio y ella habitaban, pero su familia se pasaba los días en fiestas o comidas, nunca había nadie ahí, por lo que él pasaba mucho tiempo en la calle. Y vagando tanto fue como se dio a la droga. A Yadira le daba lástima este chico de 17 años, pues ella lo había conocido desde que se mudó ahí a vivir con Sergio. Lo conocieron en una de las posadas que los vecinos de las unidades hacían cada año. La suya era una familia, si no perfecta, por lo menos estable. Tiempo después, sin que se dieran cuenta, Ángel comenzó a robar pequeñas cantidades de dinero a los vecinos del edificio para comprar su droga. Y de eso ya tenía como dos años. Sus padres se habían dado por vencidos en ayudarlo; aunque realmente no les importaba en lo más mínimo. Sus padres terminaron divorciándose y el esposo se fue a vivir a otro lado. Yadira y Sergio sentían compasión por Ángel y aunque sentían no podrían hacer mucho por él, lo recogían cada vez que lo veían drogado en la calle. Después de todo, era de su edificio. Había sido novio de Karen y se llevaba muy bien con Raúl, ya que la joven pareja iba a la casa de Yadira a escuchar música. Pero ahora estaba ahí, sentado junto a la puerta, drogándose. Cuando Yadira lo vio, pensó que se molestaría y ella sabía muy bien que drogado podía ser muy agresivo, por lo que se contuvo de llevarlo a su departamento. Se limitó responder el desganado saludo del chico.

- Buenos días, Yadira –dijo él con voz seca.

- Buenos días, Ángel –contestó ella.

- ¿Si te conté de unos amigos que me vinieron a visitar ayer?

- No, Ángel, no me contaste, pero me mejor otro día. –respondió Yadira sacando las llaves de la puerta.

- Nos la pasamos bien chido, hubieras estado con nosotros. –continuaba Ángel como si Yadira no hubiera respondido.

- Me alegro.

- Si los conoces ¿no? Son Xaavieeeer… Samuueeeel… Uuliiiiises y…y… Omar. Dicen que pintaron esa cosa que está en el techo. Está bien loca ¿ya la viste?

Yadira se acordó de la humedad del techo y pensó que se refería a eso.

- Sí, la vi –dijo ella.

- Omar dice que es el señor que es papá de Angélica.

- ¿Sergio?

- No, ese güey no. Otro ¿qué a poco no te acuerdas de él?

A Yadira le comenzó a molestar la insinuación de que Angélica no fuera hija de Sergio; pero después recordó de que Ángel estaba drogado y lo que decía no tenía sentido.

- No me acuerdo de él.

- Pero si era tu novio ¿no?

- No lo creo, Ángel ¿de quién hablas?

- Pues de él, pero si aquí está con nosotros, ¿qué no te acuerdas de él?

- No lo veo.

Yadira se empezó a desesperar. La llave se había atorado y no giraba. Tuvo que tocar el timbre de su número.

- ¿Quién? –respondió la voz de Sergio por el interfon.

- Ábreme, Sergio, mi llave no abre. –contestó ella.

- Voy.

Ángel se puso de pie trabajosamente. Yadira dio un paso atrás asustada, preguntándose por qué Sergio tardaba tanto en bajar.

- Ya me voy, Yadira –dijo Ángel.

- Nos vemos –dijo ella.

- Adióooosssss –dijo él alejándose con voz delirante. Se puso a cantar en inglés.

Yadira sintió un gran alivio cuando lo vio tambaleándose lejos de ella. Pero, súbitamente, lo oyó gritar desesperadamente ¡Oxus! Se movía como si estuviera rodeado por varias personas, jalándose los cabellos. Caminaba frenéticamente de un lado a otro, sin rumbo; se azotaba contra las paredes ¡Oooxuuss! Cuando volteó, Yadira pudo ver que sus ojos se habían puesto blancos. Gritó de nuevo y se fue corriendo. Algunos vecinos se asomaron por sus ventanas y las cerraban al verlo pasar frente a sus edificios. Se detenía súbitamente en las entradas de los edificios, los golpeaba con furia y, apenas el portero u otra persona le abrían se dejaba caer hacia atrás, señalándolos con su mano ¡Ooooxuuuus! Se incorporaba de nuevo y continuaba la sicótica carrera hacia el fin de las unidades. ¡Déjame! Un último grito bastó para que se arrodillara mirando al cielo; algunas personas se animaron a acercarse a él en cuanto lo vieron tirado en el asfalto, inconsciente ya, para trasladarlo a algún lugar. Una mujer que ayudó a Ángel hizo señas a Yadira desde lejos, pero ella se había quedado paralizada. “Esas letras están haciendo todo lo posible por llegar a mí”, pensó. Sergio le abrió la puerta entonces.

- ¿Qué tienes, mi amor? –preguntó él.

- Nada –contestó ella distraída.

- Luces asustada.

- Es que vi a Ángel drogado y golpeándose.

Sergio vio a las personas que se llevaban a Ángel. Los reconoció como vecinos del edificio de enfrente.

- Pobre muchacho. Quisiera poder ayudarlo, pero ahora ya no tenemos tiempo. Además ya ves que parece que no quiere dejar la droga y hemos hecho mucho por él. Tal vez otro día lo ayudamos, pero hoy no. Vamos, ya tengo hambre.

Yadira continuaba con la mirada fija al lugar donde Ángel se había arrodillado, en una actitud de consternación. Volteó lentamente hacia su marido

- Sergio, ¿tú sabes que significa Oxus?

- ¿Disculpa? No, no sé qué es. Luego lo vemos ¿sí? Tengo hambre, ándale, vamos a la casa.

Yadira le dio a entender que quería una respuesta, no un reproche, a lo que Sergio contestó que no importaba lo que esa palabra significara, no era nada real ni motivo de preocupación.

Cuando subieron a su departamento, se encontraron con Doña Julia y Karen.

- Raúl se va a quedar, señora y él la va a cuidar –se apresuró a decir Sergio.

Doña Julia miró sorprendida a Sergio y después a Yadira.

- ¿Cuidar a quién, Sergio?

- Pues a Karen, ¿no me dijo usted que saldría todo el día y nos encargaba a su hija?

- Pues sí voy a salir, pero no les he dicho; de hecho, venía a pedirles el favor.

Sergio pareció desconcertado.

- Lo debiste soñar, cariño -dijo Yadira- vamos a salir, Julia, pero Raúl puede cuidar a su hija. Se va a quedar.

La señora hizo un gesto despectivo, pero acabó aceptando. En ese momento vieron subir a Raúl por las escaleras con algunos libros bajo el brazo. Karen bajó a saludarlo y le dijo que estarían juntos todo el día.

- ¿Todavía no se van? –preguntó Raúl a Yadira y Sergio- ya son las diez y media.

- ¿Las diez y media? –dijo incrédula Yadira- Pero si yo bajé al pan a las siete…

- Y yo bajé por ti a los ocho –dijo a su vez Sergio.

- No me tardé una hora, Sergio –dijo ella.

- ¿De qué hablas, Yadi? –intervino Raúl- no traes nada, si es que saliste a comprar.

Yadira notó espantada que en efecto no traía nada en las manos, excepto la llave. Raúl continuó:

- Además no sé por qué te preocupas, si hay de comer en la casa, Angélica desayunó conmigo antes de que me fuera a la biblioteca. Buenos días, Doña Julia.

- Ya te dijo Karen que vas a cuidarla ¿no? –dijo Yadira saliendo de su aturdimiento, a lo que Raúl contestó afirmativamente- Bueno, te dejamos, Julia, porque ya se nos hizo tarde.

- Tienes llave, ¿verdad Karen? –dijo la señora alejándose.

- Si, mamá

Todos entraron al departamento y unos momentos después Raúl veía salir a Yadira, Sergio y Angélica.

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- ¿Bueno? ¿Si se encuentra Samuel?

- Si, ahorita te lo paso ¿quién eres?

- Karen.

Raúl miró de reojo a Karen mientras ella hablaba por teléfono.

- ¿Qué tu mamá te trajo aquí para que no vieras a tu galán? –preguntó.

- Si, pero ¿verdad que me vas a dejar traerlo aquí? Es que quiero que te conozca, le he hablado de ti.

- Le has hablado de mí… no seas mentirosa –dijo Raúl en tono de burla- Está bien, que venga, pero que se vaya antes de que llegue mi hermana. No quiero que quede mal con tu mamá.

Karen le dio las gracias y una media hora después el tal Samuel ya estaba en la casa de Yadira. Estuvieron platicando un rato con Raúl y después los dos salieron del departamento a besarse. Raúl seguía estudiando y vio entrar a Samuel, quien le preguntó si podía usar el baño. Raúl se lo señaló y cuando Samuel intentó abrir la puerta, la voz de Angélica contestaba desde adentro que estaba ocupado. Raúl se sobresaltó. “Juraría que la vi salir con mi hermana” pensó.

- Permíteme –dijo a Samuel y tomó la perilla de la puerta- ¿Angélica?

- ¿Qué pasó, tío?

- Este… ¿Ya vas a terminar?

Desde adentro del baño se escuchó el retrete fluir y momentos después la pequeña Angélica salía secándose las manos en su pantaloncillo. Raúl la miraba absorto.

- ¿Te pasa algo? –preguntó Samuel.

Raúl apenas reaccionó.

- No, nada. Pásale. –dijo al fin.

No cabía en su asombro de lo que había visto y se dirigió a Angélica.

- ¿No ibas a ir con tu mamá?

- No, tío, me iba a quedar contigo.

- ¡Ah! ¿Si? –preguntó él, absorto– bueno, este, pues ¿qué quieres que hagamos?

- ¡Enséñame a tocar la guitarra, tío!

- ¡Ja, ja, ja! O.k.

Raúl tomó su guitarra y se acomodó en la sala del departamento. La pequeña Angélica se acercó a él y se sentó en el piso, justo frente suyo; su mirada y oídos solamente podían prestar atención a las notas que nacían del rasgar de las cuerdas del instrumento musical de Raúl.

- Mira, tú eres diestra como yo, así que debes tomar el brazo con la mano izquierda y vas a rasgar las cuerdas con la derecha. Para que sea más fácil, te voy a enseñar a tocar una canción que acabo de componer, muy sencilla; vas a ver, hasta tú podrías aprendértela ahorita sin problemas.

Mostrando a la niña la manera en que habría de tocar el instrumento, Raúl comenzó a interpretar su canción. Era en realidad un arreglo muy simple y repetitivo. La letra parecía sencilla también:

- Y sólo tras perder el rumbo… ahora sé quién soy…

La voz de Raúl se manifestaba melancólica y melodiosa a la vez. Su hermana nunca había comprendido cómo era posible que Angélica se aficionara a algunas de las canciones de su tío, tan sombrías y, a veces, tan tristes. “Yo nunca quiero ver triste a mi hija”, le repetía constantemente a Raúl. Él sabía muy bien que estaba formando musicalmente a una niña singular, que no era capaz de sentir tristeza. Mientras tocaba y cantaba aquella canción, solamente podía pensar: “Sí, este mundo sería mucho mejor si la gente fuera como ella… cómo quisiera que me dijera porque nunca había dicho sentirse triste…” Dejó de tocar súbitamente.

- ¿Qué pasó, tío? ¿Ahí se acaba? –preguntó la niña, contrariada.

- No, es sólo que quisiera preguntarte algo. ¿Tú sabes lo que es estar triste?

- Sí, mi mamá me lo ha dicho. Que cuando me raspo en la tierra o me corto con el papel, ella dice que eso me puede poner triste. O que también cuando le pasa algo malo a ustedes y a mi papá; cuando le pasan cosas malas a la gente que conozco…

- Pero eso te lo dijo tu mamá. ¿Tú lo has sentido? Tú, solita…

- Pues, sí, tío, antier me caí del triciclo en el parque…

Raúl no pudo más que esbozar una ligera sonrisa.

- Sí, nena, pero ¿te has sentido triste por algo que nos pase a nosotros?

- Oye, no manches, deja de preguntarle esas cosas –se oyó la voz de Samuel desde atrás- es una chavita.

Raúl seguía con la mirada fija en los ojos de Ángelica, esperando una respuesta.

- No, tío –contestó ella al fin.

Samuel se acercó a la sala y vio la expresión de Raúl ante la respuesta de la niña. El músico dirigió su mirada ahora hacia Samuel y le dijo sonriendo:

- O no se da cuenta de lo que pasa en esta casa o esta niña es verdaderamente sabia.

Samuel frunció el ceño en señal de que no había entendido la frase.

- Eh… bueno, OK… voy a estar afuera con Karen –dijo y salió.

Raúl soltó la guitarra y se acercó a la niña, tomándola y elevándola en sus brazos, la balanceó jugando con ella. La niña reía divertida cuando de súbito, su tío la besó en la frente de manera efusiva. Angélica se quejó:

- ¡Tío, me dijiste que me ibas a enseñar a tocar la guitarra!

Raúl la bajó, le dio la guitarra y comenzó a instruirla en la manera de tocarla. Una desafortunada maniobra del músico al afinar el instrumento provocó que una cuerda saliera reventada del brazo golpeando a la niña en la cara. Inmediatamente soltó en llanto. Raúl la abrazó, consolándola. Pensaba para sus adentros “Pero esto no es tristeza, es algo más puro, es dolor…” Samuel y Karen entraron precipitadamente al departamento al escuchar los llantos de la niña; en cuanto ésta vio a Samuel, se soltó de su tío y corrió a abrazarlo.

- ¡Oxus! –exclamó, agarrándose fuertemente del cuerpo del muchacho.

Raúl quedó paralizado al escuchar esto; no era menor la sorpresa de Karen ni mucho menos la de Samuel, que no acertó más que a corresponder el abrazo de la niña. En ese momento, Yadira y Sergio abrían la puerta; la singular escena los envolvió y ellos tampoco supieron cómo reaccionar. Pasó un largo rato. Yadira miró el reloj: marcaba las doce del día. Volteó su mirada al exterior y en efecto parecía ser mediodía.

- Pero… -musitó consternada.

La pequeña Angélica no parecía haberse percatado de la llegada de sus padres. Seguía abrazada de Samuel, llamándolo, en voz baja, Oxus.


H.

miércoles, 16 de marzo de 2011

En la opinión de...

La Momia de Lenin

P.D. El camarrada no se pudo contener y se aventó un comentario más largo que de costumbre, y a nosotros nos dio mucha hueva detenerlo.


H.

sábado, 12 de marzo de 2011

Rompeosamenta No. 2

Ya saben, descarguen, impriman and stuff. Pásenla bonito.

H.

La dama Delirio pregunta...


¿Cuál es la palabra para nombrar el tipo de noticia que se espera, pero no se quiere saber y que produce angustia sólo de intuirse con un vago indicio?

H.

jueves, 10 de marzo de 2011

OXUS

Así se llama esta historia. La iré actualizando cada jueves.

Avisados están.


- Buenas noches, mamá

- Buenas noches, mi amor.

Yadira miró el reloj. Eran las nueve y media. Raúl no había llegado aún.

- ¿Por qué estás triste, mamá?- preguntó la pequeña Angélica- ¿Es por mi tío?

Yadira contemplaba desde hacía rato el oso de peluche de su hija. Recordaba que había sido suyo y después de Raúl; su padre se lo había comprado el día de su cumpleaños ¿Qué cumpleaños? Ya no lo recordaba. Ese día llegó una carta misteriosa a manos de su papá. Por su actitud al leerla, Raúl y ella sabían por corazonada que tal vez se trataba de su madre, de quien apenas conservaban recuerdos. “Papá sabía esconder muy bien esos secretos”, pensaba Yadira “Y lo hacía de una manera que nosotros nos conformábamos felizmente de sus razones. Quisiera ser como él”. De la carta nunca volvieron a saber. Prácticamente la olvidaron, no así las frases de su padre. Justino Tapia había dejado en sus hijos la profunda convicción de que el destino podía ser transformado, que cada persona tenía el destino en sus manos. Parecía que Raúl no lo había entendido de manera correcta. Pero eso ya no importaba. Papá ya no estaba con ellos.

- ¿Mamá?

- ¿Qué, hija? –contestó Yadira algo distraída.

- Casi no veo a mi tío ¿en qué trabaja?

- Creo que en nada –contestó decepcionada Yadira- Mejor ya duérmete.

- Quiero que le digas cuando llegue que lo quiero mucho y que esté más tiempo conmigo, como mi papá.

- Lo haré, mi amor. Buenas noches.

Angélica estaba dormida. Las luces apagadas, el oso fuertemente abrazado por sus delicadas manitas, la ventana abierta. Hacía mucho frío. Yadira la cerró y fue a la cocina. Sergio cenaba mientras escuchaba un disco de Led Zeppelin. Parecía que le había ido muy bien en el trabajo.

- ¿Te sirvo más? –preguntó Yadira en cuanto lo vio terminar su plato.

- No, gracias. ¿Angélica ya está dormida?

- Sí. Oye, apaga la música, me duele un poco la cabeza.

Sergio pareció no tener inconveniente en hacerlo. Ella se sentó y puso sus codos sobre la mesa, mirando con atención el vaso vacío de Sergio, pensativa. Echó un vistazo al reloj nuevamente, ahora eran las diez. Y Raúl no llegaba.

- Tu hermano debería sentirse con suerte de tener alguien que lo espere de noche –dijo Sergio- No es tan tarde, mi amor. Llegará con bien.

Yadira quiso sentirse reconfortada. Sergio siempre estaba para ella, sus palabras siempre habían sido tranquilizadoras. Pero no esa noche. Ella estaba distraída, pensaba en papá, en el osito, en la carta. En una palabra.

Y le asaltó una duda. Levantó la mirada.

- No te incomoda que viva con nosotros, ¿verdad?

Sergio la miró intrigado.

- ¿Me estás preguntando o diciéndomelo? Pues qué te digo… es mi cuñado y de veras lo estimo. Y no tengo porque no compartir mi casa con la familia.

Yadira seguía distraída

- Es un joven todavía… lo que hace, lo que… piensa. A la hora que llega…

- ¿Todavía? ¿Cómo que todavía? Yadira, no manches, es un año menor que tú nada más. ¿Vas de nuevo con esa comparación entre él y nosotros?

- Nosotros ya estamos casados y tenemos una hija.

- ¿Y eso qué? ¿Nos hace más viejos o maduros que él?

- No me refería a eso… Raúl es mayor, ya debería tener la conciencia de su responsabilidad para con nosotros, que somos los que lo mantenemos.

- ¡Acabas de decir que todavía es joven! ¿Quién te entiende? Tanto como que lo mantengamos, no. Acuérdate de que es él quien le compra sus cosas a Angélica, paga parte de la renta y compró el carro con su dinero. No se merece que lo trates tan duro. Todavía dijeras que le da un mal ejemplo a Angélica, pero ni siquiera toma ni fuma y a ti y a mí nos consta que nunca se ha metido nada a pesar del ambiente en el que anda.

- ¿Has escuchado su música? ¿Has puesto atención a la lírica? ¡Él la escribe! Mi papá nos apoyó siempre en nuestros gustos, con todo y todo. Él nos consiguió nuestros primeros instrumentos. Un tiempo creyó que lo que andaba oyendo no era muy adecuado para mí y sin embargo me dejaba elegir. Pero conocimos a tanta gente cuando le entramos en serio a la música, no siempre tan buena… Te consta. Créeme, yo sé de lo que hablo y lo que Raúl toca se me hace muy...

- ¿Muy qué?

- ¡No lo sé! ¿Qué te crees que no me espanta no saber qué me provoca lo que hace? Carajo, una cosa es pintarse la cara y gritar pendejadas, otra muy diferente es hacer lo que él hace, con esa actitud… no inventes, hasta me aliviaría saber que se droga, porque te juro que a veces…

- Vamos, corazón, tú no eres la Yadira que yo conocí. Se te ve claramente que colgaste la lira hace mucho. Sus letras hablan de lo que es internamente, y cambiarán conforme Raúl se dé cuenta de que su música debe evolucionar –Yadira hizo un gesto de incredulidad y hartazgo- Lo que pasa es que tú le tienes envidia porque él hace lo que tú nunca te atreviste.

- ¡Lo que hice con mi banda fue suficientemente bueno!

- ¡Pero si lo que compusieron lo tocaron como tres veces y tú ni quisiste grabar!

- ¡Eso no tiene nada que ver!

Sergio se sorprendió de esa enérgica respuesta e hizo un gesto con las manos de no querer seguir con la polémica.

- Pero además, Sergio, aceptemos la realidad –continuó ella- tocar ya no nos queda a nosotros y a Raúl tampoco ¡y menos de esa manera! Ese modo de vida no deja con que comer.

- No quieras desviarte la plática. Suenas a mi mamá…

- Pues tu mamá sonaba a la verdad. ¿A poco me vas a negar que te ha ido bien como contador?

- No lo estoy negando, pero el apoyo de tu hermano es muy importante ahora que tuvimos a Angélica. Y acuérdate que ese dinero no es de lo que le pagan por tocar.

- Esa vinatería era de mi tío.

- Pero él la trabajó suficiente para después hacerse de un dependiente que vendiera por él.

- Lo que no me explico es porqué si se supone que nos va bien a todos, él vive aquí con nosotros y ni siquiera podemos adquirir una casa propia.

- ¿Yo qué sé? Discútelo con él. Pero si me preguntas a mí, no me molesta. Yadira, es familia, por favor…

- Y lo normal es que la familia se separe para que cada quien siga su camino. Raúl ya se está tardando. Yo quiero vivir como una persona normal y Raúl también debería.

- Ése es el problema, crees que depende de ti que él decida lo que ha de hacer. Crees que si dejaste la música, él también debería hacerlo. Déjalo ser. La música que toca se me hace buena y creo que tiene futuro. Su propuesta es bastante interesante. Hasta se me hace raro que nadie le haya echado el ojo a lo que hace.

- No inventes, Sergio, a veces no sé si te haces pendejo o de veras lo eres… ¿Qué quieres decir con eso?

- Que él es tu hermano y eligió quedarse contigo. Eligió ayudarnos y yo le estoy muy agradecido. Es que mira: no nada más lo quieres fuera de aquí, sino que además crees saber que lo mejor para él sea dejar la música. ¿No puedes apoyarlo siquiera un poco?

La tensión creció. Yadira miró desafiante a su esposo. El silencio de éste alimentó de seguridad sus ojos. Pero pronto Sergio tomó la palabra nuevamente:

- Él como nosotros, aunque no lo veas, supo repartir bien su tiempo. Que no lo haya hecho como tú querías, ya es otra cosa. Desde que salió de la prepa se dedicó exclusivamente a atender la vinatería y volvió a tocar un año después. Mientras nosotros decidimos estudiar, hacer una carrera, casarnos, él decidió dedicarse a la música. Además a ti te consta que ha estado estudiando con miras a entrar a la universidad, quiere consolidar una carrera. Su música no sólo es un pasatiempo.

“Puede que tenga razón”, pensó Yadira “no lo puedo negar”. Aunque estaba de frente a él, su mirada se perdía en la pared detrás. Dirigió de nuevo los ojos hacia los de Sergio, quien parecía estar esperando a que contestara. Volvió a ver el reloj. Ya eran las once y diez. El tiempo se había ido volando. Apenas se dio cuenta, Metallica con la Sinfónica de San Francisco sonaba en su aparato de sonido. Sergio no había quitado la música, solo había cambiado de disco. Ese disco de Metallica era su favorito. No pudo menos que abrazar a Sergio y besarlo en señal de agradecimiento. En realidad no tenía dolor de cabeza.

- Es raro que sea yo quien defienda a tu hermano de ti –dijo Sergio.

- Siento una gran responsabilidad por él, mi amor. Mi papá siempre quiso que yo fuera su ejemplo. Pero como dices, debo comprender que ya es un adulto.

- Por eso me gustas, Yadira Tapia…

Un grito de la pequeña Angélica los interrumpió. Pero no era un grito de terror, era un llamado; Angélica llamaba a alguien y de manera eufórica.

- ¡Oxus, Oxus! –gritaba con entusiasmo y reía de alegría después- ¡Ven Oxus, no te quedes ahí! ¡Vamos a jugar!

- ¿Qué tienes, hija? –gritó histérica Yadira en cuanto entró en el cuarto de la niña.

Angélica reía dormida, como si disfrutara lo que estaba soñando. Dejó de llamar al tal Oxus, rió una última vez y se sumió en un sueño profundo. Yadira y Sergio suspiraron de alivio al ver que se trataba solo de un sueño. Hacía frío. La ventana estaba abierta. “Hubiera jurado que la cerré” pensó Yadira extrañada.

- Buenas noches –dijo una voz.

Era Raúl. Sergio se alegró de verlo, le estrechó la mano y le dijo que lo estaban esperando para irse a dormir. Acto seguido se fue a su recámara y cerró la puerta tras de sí. Los hermanos quedaron frente a frente. Yadira mantenía la mirada fija en la ventana, con los brazos cruzados.

- ¿No me vas a saludar, Yadi? – dijo Raúl.

- ¡Ah! Perdón –se disculpó ella algo distraída- ¿Cómo te fue?

- De la chingada, casi nadie se quedó a la tocada y no recuperamos ni la mitad. Además Pepe me dijo que habían asaltado la vinatería. No se llevaron mucho, pero el susto nadie se lo va a quitar.

- Ánimo, mañana será otro día ¿no quieres algo de cenar?

- Acabo de cenar, pero si te sobró café, quisiera un poco.

- Ahorita te lo sirvo.

Yadira dijo esto como si estuviera en otro lugar, no dejaba de ver a su hija. Raúl lo notó y preguntó preocupado:

- ¿Qué tienes?

- Nada, es que… Bueno, tú, ¿alguna banda que toque con ustedes se llama Oxus?

- No lo creo. ¿Por qué?

- No sé. ¿Conoces la palabra?

- Lo dices por Angélica ¿verdad?

Yadira asintió sorprendida.

- Tal vez les debí haber dicho.-continuó Raúl- Un día que me quedé con ella, noté que llamaba a alguien llamado Oxus en sueños, mientras dormía. ¿Lo volvió a hacer?

- Precisamente antes de que llegaras.

Raúl se quedó pensativo.

- No hay que alterarnos. Puede ser que sea un amigo imaginario, sólo que con un nombre muy extraño. Ya sabes como son los niños. –dijo finalmente- Pero si te inquieta mucho, pregúntale directamente quién es. Vete a dormir, yo me serviré el café.

Yadira quedó un poco desconsolada con la cómoda respuesta de su hermano, cuando ella esperaba que le diera una explicación más detallada, como si él supiera en realidad quién era Oxus. Raúl sintió que su hermana esperaba mucho de él y él no podía ofrecerle mucho. Las tocadas ya no dejaban lo mismo y la farmacia ya había sido asaltada varias veces, aunque sólo les había comentado de la última vez. En realidad, Pepe ya había renunciado y era Raúl quien atendía, junto a un nuevo dependiente, en el cual no confiaba mucho, lo que provocó que bajaran las ventas, ya que no abría todos los días o el nuevo empleado lo hacía tarde; llegó a sospechar que le estaba robando, sin tener pruebas aún. Pero en medio de todo esto, había pasado algo bueno. Su banda y él habían grabado un demo de cinco canciones ya hacía tres meses y le daban sus últimos retoques en el estudio. Habían esperado mucho tiempo para editar las copias y empezar a venderlas entre la gente de las tocadas. Precisamente en la tocada siguiente algunas copias serían ofrecidas al público. Además, también ya tenía tiempo de haberse metido a clases para componer música, sobre todo en piano. Pero Yadira lucía muy cansada y al mismo tiempo muy alterada por el incidente con su hija. “Es mejor no perturbarla más”, pensó.

- Mañana voy a salir todo el día, Yadi –dijo secamente.

- ¿Igual que hoy? Pero mañana no tienes tocada ¿o sí?

- No, pero vamos a ensayar un rato y después me voy a pasar a la vinatería un rato.

- Pero habíamos quedado en que iríamos mañana a ver a mi mamá. Además no vas a ocupar mucho tiempo en eso.

- Está bien, los alcanzo allá.

- Ya quedaste, Raúl.

- Sí.

La besó en la frente y se fue a dormir. Yadira volvió a ver el reloj. Ya eran las doce y media. El tiempo había pasado muy rápido; demasiado rápido, quizá. Ahora sentía que ya había arreglado todos sus asuntos del día y ninguno había quedado pendiente. O eso parecía.

Aunque no del todo. Acostada ya junto a Sergio, con la mejilla sobre la almohada, y casi dejándose dominar por el sueño abrió de súbito los ojos.

- ¿Mi…mamá? –susurró extrañada, mientras sentía una ligera ráfaga de viendo se colaba desde la otra habitación.

La ventana seguía abierta y la pequeña Angélica sonreía.


H.